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Los Javis y los Pablos en los Goya

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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Andaba viendo la gala de los Goya, en directo, pero no in situ. Esa que casi todos los años termina siendo juzgada como la peor de la historia y cuyos presentadores parecen subir siempre al escenario, pensando que el hundimiento de su carrera es inminente. Imagino que los dos presentadores de este año debieron pensar que sólo cabía un sacrificio personal y profesional mayor: ser elegidos para representar a España en el Festival de Eurovisión.

Nada que ver con los Oscar, o los Globos de Oro, que siempre desbordan sentido del espectáculo, pase lo que pase durante la ceremonia y sean quienes sean sus presentadores. Un espectáculo que suple con creces la falta de historia ancestral, mientras que aquí pareciera que un exceso de historia determinase que este tipo de eventos nunca acabe bien, como atenazados por la larga mano del pasado.

El mundo del cine español se ha volcado este año contra la brecha salarial entre mujeres y hombres y la infrarrepresentación femenina en la profesión. Han seguido la estela de los Globos de Oro, pero obviando la denuncia de los abusos sexuales contra las mujeres actrices, que en España también han desenmascarado algunas estrellas, pero que ha pasado casi desapercibido en los Goya.

Las actrices americanas han llegado a constituir un fondo, el Time´s Up, para ayudar en la defensa legal de mujeres que sufren agresiones y abusos sexuales en su trabajo y cuentan con menos recursos que ellas. Este año, los discursos de Oprah Winfrey, o de Nicole Kidman, pasarán a la historia de los discursos políticos sobre violencia contra las mujeres, de la misma forma que lo hará el que pronunció Meryl Streep contra Donald Trump, en lo Globos de Oro del año pasado.

Dónde estuvieron esos discursos en la gala de los Goya. Y, si hubo alguno, fue la anécdota, o constituyó parte esencial del pastel que allí se estaba degustando. Hasta el ministro, incapaz de rebajar el IVA cultural, salió relativamente contento y satisfecho, por primera vez en muchos años, presumiendo de que, Cuando uno explica las cosas y cumple, el mundo del cine es agradecido.

Los presentadores se paseaban por el patio de butacas, preguntando a las caras conocidas y obteniendo de ellas algún que otro onomatopéyico zasca. Entre los más recurridos y socorridos en estas andanzas se encontraban Los Javis. Los Javis por aquí, Los Javis por allá. A ver si sabes cuál de los dos Javis es el Calvo y quién el Ambrossi. En fin, cosas de esas. Solo faltó preguntar si alguien no sabía quién era el otro Javi. El que venía de la Antártida con su hermano. Sí hombre, el nominado de primera fila que borda a Pablo Escobar.

Se ve que ya sabían que los Javis no llevaban premio esa noche. Ninguno de los tres. Que no digo que los premiados no lo merecieran, ni mucho menos, pero esta noche la cosa iba de mucho Eskerrik Asko y premios gordos para una mujer, Isabel Coixet. Magnífica siempre, pero esta noche tocaba que todos se dieran más cuenta.

Y de pronto, las cámara enfocan al ministro de cultura, al que recientemente he escrito una carta que se ve que no ha leído y a su acompañante, una tal Dolors Montserrat, que se ha hecho famosa porque parece ser la esperanza blanca (no la Aguirre) del PP en Cataluña y porque, además, un día Mariano le entregó una cartera de cuero ministerial, que la acredita para sentarse en la mesa del gobierno de la abúlica desidia.

Más tarde enfocan a Pedro Sánchez y Albert Rivera, acompañado cada uno de sus respectivas parejas. Alberto Garzón, también con su pareja, se movía por el patio de butacas. Pero de Pablo Iglesias, ni rastro. Y las redes sociales empiezan a canturrear esa canción de Krahe que tanto le gusta y hasta se atreve a cantar en directo, Dónde se habrá metido esa mujer. En este caso la mujer, metafóricamente escribiendo, era el propio Iglesias.

Menos mal que, al instante, Pablo tiró de redes y nos aclaró que, No me han castigado. Estamos en el único sitio donde podía entrar la silla de @pnique. Gracias a la Academia y a los trabajadores que han facilitado que pudiera entrar con Pablo ¿Viva el cine! ¡Vivan las trabajadoras del cine! Y ¡Viva Echenique y la gente que rompe barreras!

A estas alturas, me pregunté si el hecho de que en la gala más destacada del cine español y, aún más, en ésta dedicada a la igualdad, era de recibo que Los Pablos fueran relegados a un oscuro gallinero, por el hecho de que uno de ellos tuviera que desplazarse en silla de ruedas.

También me pregunté, al día siguiente, si tienen razón algunos titulares que sitúan los abanicos rojos contra el machismo como novedad más destacable de una pésima gala y otros que hablaban de poco humor, desorganización e hipocresía. Desde entonces, me lo sigo preguntando.

 

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