Pretender que subsista la yuxtaposición temporal entre el oscurantismo inquisitorio y la época actual, como mínimo es un ejercicio indignantemente cretino y malintencionado.
La evolución de la moral y las costumbres ha existido y existe como un hecho indiscutible producto de la cultura y socialización humana.
Cuando en una empresa algún miembro empieza a decir estupideces y a saltarse la ley, se le despide.
Cualquier secta religiosa es una empresa que, como todas, quita mucho más que da, y su primera función es enriquecerse sin medida a costa de los demás.
Estas camarillas viven de engañar.
Si no fuera así, no existiría hambre en el planeta, sus tesoros incontables los donarían para curar enfermedades o para paliar la desgracia del injusto reparto de la riqueza.
Las evidencias tienen la característica de ser sencillas de comprender, basta detenerse y contemplar los hechos.
Hace mucho que el ser humano inventó la figura del brujo y los tabúes para manipular el miedo atávico a la muerte y sacarle beneficio, para controlar el pensamiento y después la conducta de sus congéneres. Ganancias de los popes oligarcas y sus privilegios.
Su mandato hoy en día es la absoluta sumisión con tintes masoquistas frente a todos los abusos y desgracias en esta vida conocida, ya que después los sacrificios serán generosamente recompensados por un padre universal, comprensivo, que otorgará el perdón de los «pecados» y proporcionará una existencia eterna en el paraíso.
Sin evidencia alguna, prohibiendo la autocrítica y el uso de la inteligencia.
Mientras tanto, las oligarquías religiosas viven nadando en lujos a costa de explotar el miedo a la nada.
El planteamiento en sí y esas promesas de charlatanes, no pueden ser más infantiles, simples y embusteras.
Por el contrario, ocultan su cruel pederastia, la homosexualidad y el lesbianismo entre sus filas, sus amantes, su racismo, su avaricia y su hipocresía sin fin.
Algunos descerebrados creen que pueden sembrar el odio y la maldad desde sus púlpitos, creencia heredada de la impunidad histórica.
Cacarean machismos acendrados con la irracionalidad de alentar un patriarcado violento y voraz.
¿Qué es el mal sino esos actos pergeñados en la pobreza de espíritu y la ignominia?
Aquellos que les escuchan, sordos y ciegos, creyentes de una protección desamparada frente a lo desconocido, como el resto de la humanidad.
Fervientes adoradores de ilusiones que les alejan de su mismidad y les abandonan a la suerte de un desvalimiento añadido.
Mujeres y hombres dependientes de la locura ajena.
Pobre del que coloque el sentido de su vida sólo en lo invisible, estará condenado a caminar siempre sobre conjeturas como clavos ardientes bajo su desesperanza.