Fue en la antigua y querida Grecia donde se piensa el concepto político de democracia y se piensa sin las mujeres. Este modelo es el fundamento del pensamiento y la cultura democrática y de lo que conocemos como concepto de justicia. A lo largo de todo este tiempo no ha existido ninguna voluntad de reconceptualizarlo, ni la democracia ni la justicia ni los roles de las mujeres y los hombres en la sociedad.

Esta plataforma histórica es la base que justifica que este problema estructural no haya querido modificarse, y que a través de la socialización se haya blindado bajo la normalización de la diferencia para que las mujeres sigan estando en la periferia de las democracias y de la justicia, y por supuesto invisibles en las tomas de decisiones políticas en el mundo.

Ellos son los secretarios generales de sus partidos, ellos son los interlocutores válidos y casi únicos con los medios de comunicación en la transmisión de la toma de decisiones, ellos ocupan todos los espacios y papeles en la comedia mediática y social, ellos deciden en la mayoría de los casos con los otros varones de sus respectivos partidos las prioridades políticas, las agendas y el modelo de poder.

Ellos ocupan el lenguaje para reducirlo al masculino singular o plural. Ellos y solo ellos hablan entre ellos de sus pactos y su modelo de pacto, que por supuesto nada tiene que ver con el affidamento, la sororidad, el respeto, la suma, la generosidad, el principio del bien común, la ética del cuidado de la sociedad, la equidad, el respeto en el lenguaje y sus formas, la ternura, el destierro de la egolatría y la soberbia, y el fin del personalismo y el egocentrismo.

Pero el pacto, cuando se escribe en masculino, se traduce en lucha de poder y en quien los tiene mejor puestos para imponer y demostrar su virilidad ejerciendo un liderazgo personalista y nada entrañable.

Los liderazgos masculinos muy pocas veces son liderazgos entrañables, ejercidos desde las entrañas, desde el alma desde lo más profundo, por eso no calan en el alma de las comunidades, son generalmente liderazgos excluyentes. Es necesaria una redefinición de los liderazgos y los pactos como concepto y valor. La antropóloga feminista Marcela Lagarde, partiendo del análisis que desde el feminismo elabora sobre los pactos entre mujeres, deja claro que “nadie está interesado en que las mujeres pacten ni formen parte de los pactos, tengan concordia, acuerdo y mucho menos sintonía. Al contrario, se tiene la urgencia de que las mujeres confrontemos, de que estamos en contra las unas de las otras, de que no reconozcamos nuestra autoridad personal y colectiva. Por eso es tan importante y urgente que trabajemos juntas”.

Quiero resumir en este artículo las más de mil paginas de un extraordinario libro de la maestra Lagarde: Claves feministas para mis socias de vida. Esas claves son mecanismos o métodos que en forma de llaves nos sirven para abrir puertas o ventanas.

La clave fundamental para los pactos escritos en femenino son la lucha por un conjunto de derechos que compartimos con los hombres, pero, además, también es la lucha por un conjunto de derechos solo de las mujeres. Esta especificidad cuesta mucho comprenderla, pero es una clave del movimiento feminista ya que se trata de construir un conjunto de derechos que aseguren un tipo de libertad para las mujeres, y esa libertad pasa por la autonomía.

Cada movimiento personal y genérico de las mujeres es vivido como atentado por la sociedad, la familia, la pareja, en el trabajo, en las iglesias, sea el nivel que sea, personal, institucional u organizativamente. Se siente que con la autonomía de las mujeres se pierde. Y efectivamente siempre hay un pérdida; la pérdida del control sobre las mujeres concretas, la pérdida de los beneficios que trae ese control, la pérdida de los privilegios y del uso del trabajo de las mujeres.

Hemos estado tanto tiempo sometidas que cuando adquirimos conciencia crítica nos volvemos muy sensibles a cualquier tipo de autoritarismo, sobre todo al que ejercen otras personas sobre nosotras. Por eso, cuando nos empoderamos, cuando ejercemos liderazgo, tenemos que deconstruir los mecanismos autoritarios para ser justas con la causa de las mujeres. Cambiamos de posición en la relación de poder, pero no tenemos que permitir conservar la misma estructura de poder, porque entonces no hemos deconstruido el modelo autoritario interiorizado. Cuando nos empoderamos sin crear un poderío nuevo de las mujeres, repetimos los contenidos del poder tan conocidos por nosotras; la emancipación no puede consistir en controlar, en particular a otras mujeres.

Los liderazgos de las mujeres tienen que ser liderazgos que no buscan imponer, sino convencer, a veces en minoría y desigualdad. Tienen que ser liderazgos de acción. Cada mujer en sus acciones internaliza, traduce a la vida aquello que se propone como alternativa del mundo. Esta relación entre el pensar, el ser y el existir es una clave histórica y filosófica de los liderazgos de mujeres.

Por todo ello, para construir y trabajar juntas es básico: no ponernos en riesgo, no autodisminuirnos, no ponernos en segundo plano, no colocarnos en la sombra, no descalificarnos, no autodevaluarnos, crear una nueva ética afectiva y sumadora, pactar negociando en lo que nos une, a pesar de las diferencias, construir espacios de confiabilidad entre nosotras. Hay que tener tiempo para atender con calidad a otras mujeres, desarrollar una conciencia y una sintonía muy grandes a través de liderazgos incluyentes, buscar constantemente la convergencia entre los movimientos de mujeres, practicar la ética de la tolerancia y la convivencia. La tolerancia no significa aguantarse, es la búsqueda de procesos comunes. Tenemos que trabajar procesos de enseñanza y aprendizaje mutuos entre nosotras, necesitamos reconocer la autoridad y autorizarnos, tenemos que eliminar la misoginia entre nosotras, no tenemos que buscar incondicionalidad, sino confianza, tenemos que ser realistas, reconocer que en toda relación con las otras hay diferentes intereses encontrados y, definitivamente, cuando traicionamos a una mujer nos estamos traicionando a nosotras mismas.

El modelo patriarcal que atraviesa la política y la forma de ejercerla nos sigue colocando a las mujeres en la periferia de los derechos y la democracia. Por eso es más urgente que nunca un cambio en la forma de hacer y ejercer la política con la exigencia a todos los partidos de la inclusión de mujeres en los puestos de toma de decisiones y en la negociación en los pactos, porque si no es así no habrá cambiado nada ni en nuestras vidas ni en la vida del mundo.

2 COMENTARIOS

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre