Flickr Fernando Alonso

A la espera que de comienzo en mundial de F1 -ya está muy cerca- me entretengo husmeando por todos los sitios: blogs, periódicos y revistas generalistas o especializadas… y me encuentro con los comentarios anónimos. A veces, pocas veces, interesantísimos, y con cierta frecuencia pura basura. Pero también me gusta husmear en la basura: soy un tigre urbano, un gato demasiado grande que sólo en la noche pasa desapercibido.

Meto el hocico y huelo y leo y husmeo en la ristra purulenta que se forma tras casi cualquier artículo que lo menciona. Ninguna vez deja de sorprenderme ese odio pequeño y enloquecido. Contra Fernando Alonso. Hacia Fernando Alonso. No en la prensa extranjera desde luego, donde en general hasta en los comentarios se le trata con respeto. Es magnífico quien escribe enmascaradoy se comporta como un caballero; o una dama… en la F1 no crepita casi nunca la guerra entre los sexos.

Lo insultan, le culpan de cosas increíbles: el mal funcionamiento de su actual monoplaza, el McLaren, incluido, o hasta que llueva o deje de llover, o haga demasiado calor o demasiado frío. Pero pienso que si un día cualquiera de ellos se cruzase por azar con Fernando Alonso y hablase con él, se cruzasen manos y gestos, el insultador se derretiría de puro gusto. Porque es eso. A Alonso, Fernando Alonso, quienes lo odian lo consideran uno de los suyos, y no toleran que haya llegado tan lejos, gane tanto dinero, esté pendiente de lo que hace o deja de hacer el mundo entero.

Pocas personas en España seguíamos la F1 antes de que Fernando Alonso ganase el campeonato del mundo: era inimaginable que un español fuese el mejor piloto de la categoría reina. Pero sucedió. Y piensa el que le insulta y odia irrazonablemente que por qué no a él, ¿por qué no a mí? en vez de limitarse a sentir que a través de Alonso, Fernando Alonso, todos hemos realizado una hazaña y todos somos más grandes y estamos más integrados en Europa, en Occidente y en el mundo entero.

Mientras mordisqueaba estos días los insultos chirriantes y gratuitos me vino a la cabeza el título de la novela de Stieg Larsson, el original, no el que pusieron sus editores cuando el escritor murió tras forzarle a subir andando, lleno de ansiedad, más de una decena de pisos. Los hombres que odiaban a las mujeres. Ese era el título. Los hombres que odian a Fernando Alonso. Ese es el mío. Pobres tipos, que se gastan odiando a un hombre a quien no conocen, un hombre con el que jamás llegarán a intercambiar ni una mirada ni un saludo ni un guiño .

Sufre como todos, como cualquiera, es un ser humano, limitado y finito, Fernando Alonso, pero ha logrado gestas impresionantes y ha demostrado de modo incontestable su calidad como piloto y como guerrero, su condición de luchador excepcional y magnífico. Quienes lo odian se están, simplemente, retratando a sí mismos. Y en ese retrato salen feísimos.

 

Otro burbon, por favor.

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