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Los excesos de la arrogancia

Alberto Vila
Alberto Vila
Analista político, experto en comunicación institucional y economista
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análisis

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En los últimos tiempos existe una sobreabundancia de declamaciones ostentosas, apelaciones místicas, o patrióticas, u operaciones de intento de ocultamiento, que acaban en el esperpento. Ello, como resultado de ser inevitable disimular la magnitud de la incompetencia demostrada frente a los grandes problemas que aquejan a los españoles.

Del latín “arrogantia”, se entiende por tal la cualidad de los arrogantes manifestada en su altanería y soberbia. Tal actitud es la más frecuente en los característicos caciquillos locales. En ese entorno de sumisa aceptación, cualquier expresión que los ponga en evidencia es reprimida sin piedad por este tipo de mediocres altaneros. El talento los intimida. La inteligencia los evidencia.

En general actúan en relación a una autoimagen distorsionada, o por la falsa creencia de pertenecer a una clase elegida, o por la suposición de que el derecho los ampara. De allí la convicción con la que actúan y el desprecio que exhiben a los que se atreven a dejarlos en evidencia.

La arrogancia probablemente surja de una o más carencias afectivas que desembocan en un marco de baja estima. Lo que los psicólogos llamarían “compensación”. En esta concepción, Don Juan tendría una sexualidad confusa. Estas personas son nulas en términos de empatía. Esta conducta es el resultado de un complejo de superioridad nacido de la necesidad de ocultar un patológico complejo de inferioridad.

En definitiva, la arrogancia es un defecto de la personalidad. Estos sujetos sienten un orgullo excesivo sobre su figura al tiempo que exigen un reconocimiento patológico. Se creen con derecho a ejercer privilegios que, en honor a la verdad, no se merecen ni les corresponden. Pero, en ese escenario, poco importa, siempre hay instituciones que se someten y mediocres arribistas que lo permiten. Pero, en ocasiones, se exceden, porque no tienen vergüenza ni recato.

En esos momentos siempre vienen bien los comodines, las legislaciones que luego se desnudan en los foros internacionales o la maquinaria propagandística que se arrodilla a disposición de estas figuras. El nivel de decadencia vivido en las postrimerías del franquismo sólo se disimuló por la utilidad que el dictador representaba en el mundo de la guerra fría. Del que “Bienvenido Mister Marshall” es la metáfora perfecta. Su estreno, el 4 de abril de 1953.

Y lo decía el maestro Eco:

“El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda.”

Cualquier parecido con hechos o personas es mera coincidencia.

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