Una conversación telefónica de diez minutos –tan fallida como sus investiduras– ha bastado para evidenciar que los líderes de los principales partidos políticos de este país no atraviesan por sus mejores momentos políticos. Y ni que decir tiene que tampoco por sus momentos más imaginativos. Y unas terceras elecciones generales consecutivas en un año están a la vuelta de la esquina.
Uno de ellos se ha metido en un huerto sin regar con el nombramiento para el Banco Mundial de un alto cargo político que ya parecía historia reciente de este país, el ex ministro de Industria José Manuel Soria, el mismo que dimitió por mentir a los españoles sobre sus intereses personales en sociedades ubicadas en paraísos fiscales.
El otro mira constantemente de reojo para que sus barones no se salgan del tiesto y le impongan una abstención en caso de que Rajoy lo intente de nuevo, como así lo ha anunciado tras su investidura fallida.
Como se preveía, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha visto que pese a la “cordial” conversación mantenida según fuentes socialistas ambos dirigentes no tienen nada más que decirse. Enésimo encuentro previsible y falto absolutamente de actitud constructiva por ambas partes.
En la charla, el presidente en funciones le ha explicado someramente al líder socialista las conclusiones de su reciente viaje a China en la cumbre del G-20 y le ha insistido en su idea de formar una gran coalición junto a Ciudadanos para sortear el bloqueo político que dice sufrir el país por culpa de la negativa del PSOE a su propuesta.
El líder socialista, por su parte, le ha explicado que seguirá sondeando al resto de partidos para ver su disponibilidad para hallar una nueva vía que desatasque el encallamiento de la situación. Aun a sabiendas de que ni Podemos ni Ciudadanos quieren cruzarse en el mismo camino por mucho que Sánchez insista.
Y el tiempo corre inexorablemente hacia el 31 de octubre, fecha límite para que el jefe del Estado mande disolver las Cortes y se convoquen nuevas elecciones generales.
