Tras una campaña tensa y dura, Estados Unidos ya tiene flamante 45º Presidente. Digo “flamante” por decir algo y por respetar a los millones de ciudadanos y ciudadanas que le han votado.

Cuando un tipo como Donald Trump es capaz de ganar unas elecciones, es un síntoma de que la enfermedad es mucho más grave de lo que parecía. No tanto por lo esperpéntico del personaje, que en todos los países los hemos tenido a palas, sobre todo por lo que piensa y lo que propone.

Cuando una lee alguna de las medidas del Sr. Trump (acabar con el Obama Care, dejar de luchar contra el cambio climático…) sólo se puede llegar a la conclusión que allí y aquí tenemos la fea costumbre de leer más bien poco los programas electorales o de escuchar los gritos y no lo que se dice debajo.

En cualquier caso, hablemos de Trump, de Le Pen en Francia o de Rajoy en España, es urgente hacer un análisis serio sobre lo que está pasando en el mundo. No podemos perder más tiempo mirando los árboles, dándole vueltas al candidato/a de turno, echándole la culpa a los votantes. Debemos hacerlo, no sólo por la pura supervivencia de una opción diferente al liberalismo más atroz, debemos hacerlo también porque mientras nos empeñamos en discutir si somos del Frente Popular de Judea o del Frente Judaico Popular, los hay que tienen clarísimo el modelo que quieren imponer y que sufriremos todos.

Sin ir más lejos, este mismo lunes, escuchaba a un ex Ministro popular, defender sin sonrojarse que mientras en Europa hablamos de derechos y de salario mínimo, las empresas se deslocalizaban y que, por tanto, mejor mantener las empresas (no se atrevió a decir a cualquier precio) que del resto ya hablaríamos. Ese y no otro es el modelo que quieren, un modelo donde el famoso Estado del Bienestar no sea más  que un concepto de la arqueología del S. XX. Ni bienestar, ni derechos, ni igualdad, ni oportunidades, ni nada que no sea economía y mercado.

Seamos rigurosos y recuperemos la política. Dejemos ya a un lado el hooliganismo de soy de A o de B, soy de Hillary o de Bernie, en definitiva sentémonos a escuchar y a pensar.

Llevamos años hablando en política con términos de empresa, que si la marca está desgastada o no lo está. Pues bien, a pesar de que sigo pensando que la política no es un producto, a lo mejor no estaría de más ponerse en el papel y pensar si la política fuese una marca que los consumidores ya no compran, ¿qué haríamos? ¿Intentar autoconvencernos de que de repente el consumidor se ha vuelto tonto? O, por el contrario, empezaríamos a analizar los motivos por los que las ventas han bajado, las causas por las que ya no estamos en las estanterías principales y que nos compran no con el convencimiento con el que lo hacían antes , a veces porque dentro del mismo segmento la competencia es peor.  Y lo que es más importante, no nos compran a nosotros, pero compran enloquecidos lo que claramente no es sólo peor, además les perjudica.

Siguiendo con el simil, hagamos pues un análisis critico, objetivo y riguroso. Decidamos qué debemos cambiar y cómo vamos a hacerlo. Articulemos un proyecto consistente, claro, que responda a nuestra visión, que contenga nuestros principios, que construya un modelo alternativo y más justo, que responda a las necesidades de los que “nos tienen que comprar”.  A partir de ahí definamos una estrategia para explicar qué queremos hacer y por qué es imprescindible hacerlo; que sirva para que se sientan parte, cómplices y corresponsables. Elijamos nuevos equipos formados , esta vez sí, por las y los mejores. Demos valor a cada uno de los que forman parte de la estructura, pongamos a representar a nuestra “marca” a aquellos y aquellas que se identifican con nuestros valores, con los que nos identificamos, que no necesiten hablar a golpe de argumentario porque dicen lo que piensan y dejémonos, de una vez, de vivir la política como si se tratase de La Vida de Brian.

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