Mayo de 1527; Francisco Pizarro lleva tres años pasando serias calamidades en su intento por conquistar el Reino del Perú, seducido por la leyenda de El Dorado. Llevaban Pizarro y sus hombres todo ese tiempo deambulando por lo que hoy llamamos América Central cuando, esa mañana de mayo, en la Isla del Gallo, los hombres del de Trujillo dijeron que hasta aquí habían llegado. Temiendo una insurrección, y en una escena que casi con toda seguridad fue más violenta y desagradable que como la historiografía y los cronistas la relatan, Francisco Pizarro desenvainó su espada y trazó un línea en la fina arena de la isla; «Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere» – dijo el célebre marino-. Tras unos momentos de duda, 13 expedicionarios cruzaron al lado de Pizarro. Los demás, hartos de las calamidades, prefirieron quedarse y volver a Panamá, donde tampoco les sonreiría la fortuna, pero al menos pudieron llevar una vida más apacible. Imagino que muchos de ellos se arrepentirían cuando descubrieron que Pizarro y sus seguidores se habían vuelto ricos, pero también que desconocerían que la inmensa mayoría de los expedicionarios habían muerto por el camino.

Un relato parecido a éste es el que vengo escuchando en España en boca de políticos y empresarios y amplificado por medios de comunicación con respecto al “emprendimiento”, esa suerte de El Dorado que sacará del abismo o las valientes que se atrevan a cruzar la imaginaria línea en la arena del mercado laboral y entregarse a los brazos de Pizarro. La realidad, sin embargo, es que la mayoría de ellos acaban, mal que me pese, como la mayoría de la tripulación del conquistador cacereño: mucho peor de lo que ya estaban cuando empezaron la aventura.

Tocaría, entonces, preguntarse por qué desde el mundo empresarial y desde la esfera política se ha dado tanto cobertura a esto del “emprendimiento”; En el caso de la política los motivos parecen obvios: a nadie le gustan los malos datos económicos y laborales, y las operaciones de maquillaje tienen que durarnos hasta la siguiente cita electoral o, si se me apura, hasta la próxima encuesta del CIS. El caso es que el maquillaje, que en sí no es malo, no soluciona el problema, cuando no directamente lo agrava. A ningún doctor en su sano juicio (me atrevería a decir que incluso a los homeópatas) se les ocurriría curar un cáncer usando Rimmel y pintalabios. Así que hemos asistido pasmados a la apertura de cientos de fruterías, bares, restaurantes, franquicias, zapaterías e, incluso entre los más osados de nuestros particulares trece de la fama, librerías, merced a una publicidad que nos enseñaba en letras enormes y coordenadas de GPS la ruta hacia El Dorado, merced a capitalizaciones del paro completamente arbitrarias, sin plan de empresa o plan de empresa chusquero mediante, cantos de sirena de ventajas fiscales durante el primer año, sin explicar a nuestros intrépidos navegantes que, en las procelosas aguas del emprendimiento, el tiempo pasa mucho más rápido, y un año es, en la mayoría de los casos, insuficiente para pensar siquiera en no tener pérdidas, no hablemos ya de generar beneficios o vivir con dignidad. Seducidos por estos cantos de sirena, puede que muchos pudiesen pensar en acompañar a nuestro metafórico Pizarro en la conquista de las costas incas. Sin embargo, sigue faltándonos un ingrediente fundamental: la aventura está bien si tiene, a cambio, una recompensa, su particular El Dorado. Y es ahí, precisamente, donde entran en juego empresarios y medios de comunicación:

Erigidos como dignos herederos de los 13 de la fama, nuestros empresarios y empresarias de grandes compañías se pavonean mostrando que esto de ser emprendedor no es válido para todos, que hace falta tener coraje, agallas, y no tener miedo a fracasar y a arruinarse cuantas veces sean necesarias. Nuestros trece de la fama hablan sin pudor de esos aborregados que esperan un trabajo de oficina de 08:00 a 15:00, con los fines de semana libre y pagas extras. El emprendedor desprecia todo eso, trabaja porque le pueden la testosterona y la testiculina, es un tiburón, una mala bestia que tiene un propósito en la vida y solo mira por él. Poco dicen esa pléyade de ricachones y su corte de coachers, que les ríen y aplauden las gracias cual bufones, de que sus circunstancias no son las mismas. De que ni siquiera los ricos y los pobres nos arruinamos igual. De que el vestido del hombre hecho a sí mismo es como el traje nuevo del emperador en la fábula de Andersen, y que en realidad quienes intentan ponérselo acaban paseándose en pelotas. Poco cuentan de que la mayoría de ellos recibieron empresas funcionando de sus padres o pingües capitales con los que “arriesgar” es un juego de niños. Pocos hablan de que esos mismos que nos piden que atravesemos la línea de la playa tan rápido como podamos suelen poner trabas a todos aquellos aventurados que, por suerte o mucho trabajo, logran mínimamente hacerles sombra, hasta hundirles. Tampoco se habla de cómo la élite empresarial recibe un trato preferente de nuestra clase política, léase por ejemplo el tan famosos caso del El Cástor y Florentino Pérez, por ejemplo, o lo poco que se acaba culpando a empresarios y grandes corporaciones de ser los corruptores de los políticos corruptos (y sin unos no habría otros). Hemos dejado construir todo un relato cuasi mágico sobre el emprendimiento y los empresarios que se corresponde, me temo, para nuestra desgracia, con un porcentaje muy pequeño de la realidad y, en general, no con el porcentaje más rico. La verdad es que le tipo de empresario al que describen estos magnates no responde a su perfil, sino al de un currito que ve como la mayoría de lo que factura se va en pagar sueldos, seguros, facturas e impuestos.

Que nadie me entienda mal: emprender, montar un negocio, es una actividad no solo muy lícita, sino también completa y absolutamente necesaria para incentivar la economía y el empleo. Pero no se puede pedir a la gente que se arranque con un negocio sin enseñarle las reglas del juego o, al menos, mostrarles las cartas de la baraja. No basta con medidas fiscales transitorias que son, insisto, más parecidas a cantos de sirena que a reales medidas económicas. Para emprender no basta con saber qué quieres hacer y qué quieres vender: necesitas a alguien que te lo compre y, cuando la economía está destrozada y parada en parte por subvencionar las pérdidas de esos héroes pizarrianos que dirigen nuestras entidades bancarias o sociedades concesionarias de autopistas, cuando la tasa de paro y el fracaso y desaparición de las empresas se sitúan, en ambos casos, en torno al 20%, no hay Pizarro que tenga arrestos a cruzar la línea de la playa. Estos mismos señores que se hartan de alabar las bondades de las “Startups” son los mismos que llevan imbricado en su ADN, en una suerte de evolución neocon, el gen de la cultura del pelotazo, los mismos a los que jamás se les ocurriría financiar a una persona que hubiese tenido un negocio fallido antes. Que sí, arriesgase está bien, pero con el dinero de otros.

Ah, y por cierto: casi todo el mundo conoce el nombre de Pizarro, pero no tanto los de los trece de la fama; algunos, como prometió el de Trujillo, fueron recompensados con grandes riquezas, pero otros murieron en cruentas batallas, a otros se les negó su suculenta parte del botín y otros cuantos acabaron – que paradójico – siendo ajusticiados por el propio Pizarro. Vamos, que no hay nada nuevo bajo el sol, ni siquiera bajo el sol de El Dorado.

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Actualmente profesorcillo, he sido politicucho y musicote, así que soy docto en hacer cierta aquella máxima de “Aprendiz de todo, maestro de nada”. Mi mayor logro es ser el paradigma de la generación nacida entre 1975 y 1985, esos jóvenes engañados a los que se les pedía esforzarse y formarse para ser “la generación más preparada de España” y que han acabado sus días consiguiendo el hito histórico de ser los primeros que, casi con toda seguridad, vivirán peor que sus padres. Entre acorde y acorde de jazz, rock, blues o bossa nova y guitarra en mano recibí algunos aplausos y hasta algún dinero, y participé en política, con más pena que gloria, hasta que la pena dobló a la gloria y me precipitó, junto a muchas otras personas que admiro (ellas, a diferencia de mí, muy válidas) al nuevo exilio interior de quien, equivocadamente, se metió en política para ayudar a la gente. En todo ese tiempo, además, he “malenseñado” a alumnas y alumnos en España en diferentes ámbitos educativos hasta que decidí que era el momento de compartir mi mediocridad con el resto del mundo, por lo que en la actualidad martirizo con mis clases a los jóvenes azerbaijanos de un colegio internacional en Bakú.

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