Ya no soy el que era, el tío que cuando se levantaba más temprano lo hacía a las tres de la tarde. Últimamente casi madrugo: a las doce treinta de la soleada mañana he dejado el catre hoy. En realidad sí soy el tío que era, clavadito. Tan desordenadamente ordenado como siempre: y como lo que mejor me sienta es levantarme a las tres, pues tiendo a levantarme a las tres. Pero…

Pero me siento espoleado e inspirado e ¿iluminado? por el poderío con el que se enfrenta el gran Alonso Fernando Alonso a la realidad. La asquerosa realidad, nunca me ha gustado, joder, es dificilísima de manejar comparada con la flexible ductilidad de la ficción en la que yo nací. Nací sí, en la ficción.

Y como nací en la ficción ahora puedo estar a la vez en mi ático (modo optimista de llamar a mi desastrado cubil) en el Callejón de los Milagros de Mad Madrid y en el Indianápolis Spidwey (me encanta escribirlo así, soy un simple y con esas pequeñas memeces me siento absolutamente feliz).

Desde Indianápolis, convertido en una sombra que bebe bourbon desde que se despierta hasta que pierde el sentido, canto al héroe, a Fernando Alonso, otra vez. Es normal que en América se hable de él, es normal que en España se hable de él, pero es en toda Europa, en todos los ámbitos del cuatrorruedismo deportivo que se habla y habla de él.

Es una revolución lo que está haciendo. De momento ya está entre los nueve primeros pilotos para la salida tras el coche de seguridad: aquí, en Indianápolis World (esta vez lo he escrito en correctísimo inglés) se hace así.

Fernando Alonso hizo reaccionar a Ferrari, eso que le debe Sebastian Vettel a día de hoy, aún a costa de sí mismo. Y ahora va a hacer reaccionar al montaje entero del Gran Circo Mundial de la F1. Bravo bravo aplauso bien.

Domar la realidad es como domar a un tigre. Nunca nadie debe fiarse del todo. Está en el instinto del tigre matar y morder. Está en el instinto de la realidad ir contra los sueños y deseos de esos animales raros llamados humanos.

Si Fernando Alonso gana la carrera, está el primero en las apuestas de todas las casas del mundo, lo celebraré. Y si no la gana: también lo celebraré. Porque me gusta su estilo, me gusta que no se resigne. Que pelee. Sólo peleando merece la pena para los espíritus salvajes, los animales salvajes, la aventura del vivir.

Otro burbon, por favor (que aquí en Indianápolis saben particularmente bien).

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