Los pasillos del conservatorio emanan un aire diferente. Aquellos que como yo han pasado en torno a 15 años pisándolos, reconocerán en estas líneas la descripción de ese sonido tan particular que se vive en ellos y que fusiona las distintas sintonías que levemente deja escapar la insonorización de cada aula, produciendo una mezcla de músicas, una peculiar banda sonora que te hace sentir como en casa, rodeado de tus iguales, aquellos que siguieron su vocación musical y que te ayudan a reafirmarte en tu identidad como músico. Pero esos pasillos esconden a la par mucho sacrificio y esfuerzo, horas y horas de dedicación a una dura profesión, y conviene que el futuro estudiante tenga claros sus objetivos musicales para corroborar si esa banda sonora es la compañía adecuada que debe tener durante largos años de formación o si ha de buscar la satisfacción de sus intereses con la música en otro espacio.    

La educación en conservatorio es una enseñanza reglada encaminada al desempeño profesional de la música en sus diferentes ramas: interpretación, composición, dirección, musicología o pedagogía, entre otras. El plan de estudios actual contempla cuatro primeros años correspondientes al grado elemental más otros seis de un segundo grado, un total de diez cursos a realizar en un conservatorio profesional y que giran en torno a la práctica de un instrumento y a la base teórica asociada. Le siguen a esta decena cuatro años más, hasta hace poco cinco para especialidades como la dirección, correspondientes al grado superior y que se pueden estudiar en alguno de los más de veinte conservatorios superiores con que contamos en España. En resumen, media infancia, toda la adolescencia y el inicio de la juventud dedicados a unos estudios musicales que han de compaginarse con las enseñanzas obligatorias básicas de primaria y secundaria.

Como alternativa, contamos en nuestro país con numerosas escuelas y academias de música, privadas o públicas, que imparten enseñanzas no regladas, con un proyecto educativo particular que en la mayoría de los casos depende de la dirección de cada centro y de su propia filosofía sobre la música y la pedagogía. A ellas puede acceder normalmente cualquier persona, sea cual sea su edad y nivel de conocimientos musicales de partida, pudiendo seguir un ritmo más o menos pausado y satisfaciendo sus inquietudes musicales y su disfrute personal.

La cuestión fundamental reside en el hecho de que el interés por la música no se despierta siempre a la misma edad ni de la misma forma, pero sí la formación profesional en conservatorio propone en algunos aspectos un sistema rígido que plantea de partida ciertas incongruencias. Actualmente, el acceso al primer curso en multitud de conservatorios españoles se encuentra bastante saturado y cada inicio de curso son muchas más las solicitudes de niños recibidas, a partir de los 8 años según normativa, que las plazas convocadas. Semejante masificación repercute claramente cuando el deseo de acceder a un conservatorio es más tardío, estando prohibido incluso en determinadas comunidades autónomas para mayores de una edad concreta en el grado elemental (en la mía, Castilla-La Mancha, existen horquillas por edades para el acceso a cada curso de elemental siendo los 15 años el tope para el fin de dicho grado) y bastante complicado, aunque permitido, en edades posteriores. No es extraño que las inquietudes de infancia sobre el desempeño de una profesión se centren, por ejemplo, en ser veterinario o piloto, pues tras esas ilusiones se escode el extendido gusto a esta edad por los animales o por lo exótico de volar conduciendo un avión, así como tampoco es raro que un niño se sienta atraído por la música, que implica un estímulo sonoro atractivo, lleva al movimiento corporal y abre un mundo creativo muy poderoso. Los proyectos de infancia resultan emocionantes y tentadores pero en muchas ocasiones se modifican con el tiempo y la madurez, lo que choca fuertemente con la exigencia de la normativa en algunas comunidades de una toma de una decisión tan importante como la de dedicarse a la música de forma tan temprana.

Teniendo en cuenta esta última idea, preocupa pensar cuántos jóvenes y personas adultas con firmes intereses se habrán quedado sin la posibilidad de hacer de la música una profesión y, para seguir sumando preocupaciones a la cuestión, cuántos niños habrán ingresado al conservatorio siendo bien pequeños soportando durante años la dura exigencia de una vida en cierta medida esclava de la práctica instrumental para dejarlo en una adolescencia que no les permite aguantar la presión, todo con el objetivo de asegurar una plaza y, por tanto, una posibilidad remota y futura de que, si alguna vez quieren ejercer profesionalmente la música, van a poder hacerlo.

Es cierto que la mente del niño es más plástica y flexible al aprendizaje que la de un adulto, como también es cierto que, cuanto antes se inicie la persona en una disciplina, de más tiempo dispone para su perfeccionamiento, pero en el otro lado de la balanza se encuentra la responsabilidad del adulto de poder tomar decisiones y ser consecuente con ellas, lo que plantea un equilibrio bastante complicado de alcanzar que, desde luego, el sistema actual no comprende ni atiende con la propuesta de unas pedagogías iniciales de conservatorio claramente pensadas para niños y adolescentes. La pregunta que deberíamos hacernos es la de qué está ocurriendo a nivel educativo en nuestra sociedad para dejar en manos de las mentes infantiles y sus sueños la elección de ser músico o, en su lugar, a padres que en muchas ocasiones se enfrentan a este dilema algo perdidos. Quizá si la música y el arte estuvieran más presentes y mejor valorados en los colegios, si formaran parte de manera más importante de nuestra educación y de nuestra actualidad, descubrir la inquietud por la música como dedicación no implicaría dinámicas tan sacrificadas y tormentosas, sino la capacidad de ir explorando de forma natural y no traumática el amor a la música y a su desempeño. Al final no se trata de qué aprender, sino de cómo y de cuándo.

1 COMENTARIO

  1. Habría también que valorar por qué se exige una titulación oficial para acceder a la Orquesta Sinfónica Nacional antes de saber si el candidato es realmente capaz de llevar a cabo la labor de músico profesional. Existen músicos muy talentosos que no han hecho una enseñanza reglada, por lo mismo que se explica en este artículo, años de conservatorio con asignaturas no imprescindibles, vocación tardía, ejercicios innecesarios, horarios imposibles y jornadas escolares interminables.
    El músico se demuestra haciendo música no solo con un certificado con sello y logo del Estado.
    Las orquestas sinfónicas españolas están integradas en general por músicos no formados en España.

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