Lavoisier y la sal: riqueza, prestigio y muerte

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La visión más difundida sobre Lavoisier (1743-1794) y su muerte (ajusticiado durante revolución francesa de 1789), es la de un genio de la ciencia que fue víctima del terror, de la incomprensión y la barbarie. Esta interpretación, nada inocente, pretende aislar así al padre de la química moderna de su propia historia, clase social y contexto. Lavoisier fue un estadista y político que ejerció de forma muy destacada el mantenimiento del status quo contra la mayoría social. A demás, gracias a la odiada Contrata General y la aplicación sobre los vecinos de París del impopular impuesto de la sal (conocida como gabela), logró enriquecerse, ganar prestigio entre los suyos y confeccionar el mejor laboratorio de la época. Así las cosas y desde esta perspectiva histórica, vamos a conocer algo más sobre la vida del químico ilustrado y la conexión entre la gabela y sus postulados científicos.

 

Los comienzos de Lavoisier

El resultado final de quién es Antoine Lavoisier parte de su origen social y del cómo éste interpreta, durante sus diferentes etapas vitales, en qué sentido o forma debe ejercerlo. Atendiendo a este postulado podemos decir que acogió con buen agrado su aventajada posición social para dar continuidad y mejorar la labor política y económica que la naciente burguesía estaba llevando a cabo en Francia.

Por tanto, su vida no fue la de un parisino cualquiera del siglo XVIII, pues pudo estudiar Derecho e incluso dedicarse apasionadamente a la ciencia. Con el apoyo de su padre, unos cuantos contactos y los trabajos dedicados a las “técnicas para determinar el peso específico de los líquidos” y “la naturaleza de las aguas”, logró ingresar en 1768 en la Academia de las Ciencias de París.

En el Siglo de las Luces, las Academias eran prestigiosas instituciones que contaban con el apoyo financiero y político del Estado. El acceso a las mismas era limitado, muy selecto y requería de una buena fuente de financiación para poder dedicarse a la labor científica, pues los emolumentos recibidos por los miembros no eran suficientes para llevar una vida acomodada. Por tanto, la investigación científica era un espacio reservado a los que disponían de medios y tiempo para costear su trabajo.

La burguesía y la vieja aristocracia disponían de bienes, medios y contactos como para lograr el sustento de grandes fortunas y disponer de tiempo para otras tareas más placenteras o de reconocido prestigio social. En ese sentido, Lavoisier, pese a pertenecer a la aristocracia necesitaba dar forma a su propio patrimonio y, para ello, debía encontrar el medio. Con la herencia que le había dejado su madre adquirió sus primeras acciones de la Compañía de Contratistas Generales o Contrata General. A través de esta institución mantuvo contactos con el poderoso Jacques Paulze, cuya hija terminaría siendo su esposa en 1771. En esa fecha Lavoisier disponía ya de título nobiliario, regalado por su padre, así como de fincas en el valle del Loira y en Villefrancoeur.

 

La Contrata General y la Gabela

La Contrata General era un organismo privado que facilitaba al Estado financiación a través del arriendo de los impuestos indirectos, aportando de esta forma un tercio de las rentas del Estado. Por su parte el beneficio de los miembros de la Contrata General era la plusvalía obtenida de la diferencia entre lo que estaban obligados a entregar al Estado y lo que realmente cobraban a las clases populares.

El impuesto indirecto más importante era el de la gabela de la sal, pues reportaba el mayor margen de beneficio al controlar su cosecha, transporte y venta final. Hemos de recordar la importancia que la sal tenía como recurso estratégico para la economía de los Estados y sus habitantes. Era un bien preciado para los talleres de artesanos, las fábricas y las familias que la empleaban en la elaboración y conservación de alimentos. Así mismo todos los ciudadanos mayores de 8 años estaban obligados, a través del “deber de la sal” (sel du devoir), a comprar 7 kg de sal anual a precio elevado (KURLANSKY, M., 2003). Por ello, muchos de los miembros de la Contrata General, viendo la alta rentabilidad del producto, no sólo cobraban los impuestos de su venta sino que controlaban todo el proceso (SCHAMA, S., 1990).

En paralelo al control y monopolio de la sal se desarrolló una compleja actividad contrabandista. Muchos lo hacían para obtener mayor margen de beneficio en su pequeña producción, para otros era un medio más para ganarse la vida, y para el pueblo un medio indispensable para hacerse con sal a un precio asequible. De esta forma los contrabandistas fueron elevados a la categoría de héroes al mismo tiempo que los agentes de la Contrata General los perseguía. Estos últimos, antiguos militares retirados, no solo estaban autorizados para cobrar los impuestos sino que empleaban cualquier método para lograrlo: castigos corporales, confiscación y embargo de bienes. Eran por tanto “un cuerpo especialmente odioso para un pueblo empobrecido, hambriento y despreciado por esa aristocracia inútil, que vivía con excesivo lujo a la sombra de la monarquía” (GARCÍA, H., 2007:20).

 

La vida pública de Lavoisier

La participación de Lavoisier en la Contrata General fue activa y clave para el funcionamiento de la misma, no sólo por su control sobre los impuestos de la sal y el tabaco, sino también en los aranceles de los productos que llegaban a París. En 1787 y, con el ánimo de controlar el contrabando, promovió la construcción de un muro alrededor de la ciudad que le valió la crítica de todos los parisinos. Unos años después Lavoisier acumulaba varios cargos de especial relevancia: Administración de la Pólvora y el Salitre; consejo del Banco de Descuento; funcionario de la Contrata General; así como miembro de la Academia de las Ciencias.

Con la seguridad que dan los ingresos procedentes de la Contrata General, más de 1,2 millones de libras logrados en dieciocho años (SMARTT, M., 2010), Lavoisier pudo construir el mejor laboratorio de la época con el que dar forma a sus postulados y teorías. En 1787 publica el Tratado sobre la Química, el primer texto moderno sobre dicha materia, y desarrolla la Ley de conservación de la masa en las reacciones químicas.

 

Hacia un final previsible

En la misma medida en la que Lavoisier y los suyos se enriquecían, la asfixia y pobreza se cernía sobre los vecinos de París. Mientras nuestro protagonista ideaba métodos y técnicas para la mejora y perfeccionamiento de la recaudación de impuestos, el precio de la sal y los alimentos básicos se disparaban. Esta insostenible situación socioeconómica termina desembocando en la Revolución.

El gobierno revolucionario tenía entre sus primeras medidas poner fin a la Contrata General, su política fiscal y sobre todo el impuesto de la gabela. Ni que decir tiene que los miembros de dicha institución, poderosos y ricos hombres de Francia, fueron también objetivo de las clases populares, el gobierno y los tribunales.

Como destacado personaje público, Lavoisier fue investigado y, tras sopesar su huida, se entregó junto a su suegro a las autoridades revolucionarias. Finalmente ambos fueron juzgados y condenados a muerte.

Las clases populares no sabían nada del Lavoisier padre de la química moderna, pero conocían y odiaban al político y estadista responsable de saquear sus bolsillos a base de impuestos como el de la sal.

 


REFERENCIAS.

GARCÍA, H. 2007. Lavoisier descubre el secreto del fuego. En: Antoine Laurent Lavoisier, el investigador del fuego. Editorial Pax, México, pp. 20-23.

KURLANSKY, M., 2003. Libertad, igualdad y reducción de impuestos. En: La sal, Historia de la única piedra comestible. Península, Barcelona, pp. 230-252.

LASZLO, P. 2001. Abuso de poder. En: Los caminos de la sal. Editorial Complutense, Madrid, pp. 41-80.

SCHAMA, S. 1990. La recaudación monetaria y las guerras de la sal. En: Ciudadanos. Crónica de la Revolución francesa. Madrid, Javier Vergara Editor, pp. 87-94.

SMARTT, M. 2010. El Antiguo Régimen. En: Lavoisier en el año uno de la Revolución. El nacimiento de una nueva ciencia en la era de las Revoluciones. Antoni Bosch Editor, Barcelona, pp. 13-41.

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