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Las vergüenzas del procés

Alberto Novoa
Alberto Novoa
Soy de la generación que creció con Barrio Sésamo (1973) y descubrió Star Wars. Me quedó claro lo de arriba y abajo, cerca y lejos, y que la Fuerza siempre acompaña. Participé en la Huelga General del 88 como estudiante y desde entonces no me bajé del tren del compromiso para la transformación: de la militancia cristiana a la de izquierdas, pasé por movimientos juveniles y pacifistas y me afilié a IU en 1997, donde he asumido diferentes responsabilidades en Ávila, Castilla y León e IU Federal. Actualmente soy miembro de la Ejecutiva Federal de Izquierda Abierta y coportavoz de IzAb Castilla y León. El "No a la Guerra" (2003) y el empuje del 15M (2011) me marcaron. Creo en la constancia del compromiso contra la injusticia y defiendo la apertura y confluencia de las izquierdas para resistir la barbarie.
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análisis

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No ocurre nada más. Al menos da la sensación. Todo gira entorno al mal llamado referéndum de Cataluña, a las formas y los métodos, a las ilegalidades de unos y las respuestas desproporcionadas de otros, a las cartas que no responden a lo que se pregunta, a las amenazas e intenciones de suspender la autonomía catalana… Independencia. 155. La efervescencia nacionalista lo ha contagiado todo, hasta la vida cotidiana, que se ha despistado de otros asuntos que le afectan y condicionan. El anticatalanismo y el antiespañolismo protagonizan la actualidad. El fracaso de la política, el debate, la negociación y la razón han dado paso a la víscera: emociones que existían y emociones provocadas nos han traído a límites inimaginables y peligrosos que ponen en riesgo la convivencia.

A la derecha catalana, que jamás fue independentista, el Procés le ha venido de perlas para aprovechar estrategias y discursos interesados que esconden sus vergüenzas. La búsqueda de un enemigo “externo” al que culpar de los errores propios, alimentando además la idea (falsa) de que fuera de España las cosas serán mejor. Porque de España proceden todos los males de Cataluña. Un relato rotundamente tramposo.

El Procés ha ocultado las responsabilidades del Govern de la Generalitat relacionadas con la situación de crisis económica, que también se vive en Cataluña: Los recortes de personal sanitario y camas en los hospitales la han situado a la cabeza de las comunidades autónomas con peores cifras en listas de espera para entrar en un quirófano, 115 días de espera media; o para ser atendido por un especialista, 138 días de espera media. Cataluña ha sufrido la mayor caída de poder adquisitivo de toda España, 6 puntos desde 2011, y en agosto de este año registró una destrucción de empleo de 59.363 puestos de trabajo.

Conviene recordar también cómo se ha gestionado el dinero público destinado a educación: se han desviado 81 millones de euros en los años 2012 y 2014 a la educación concertada que en un principio eran para las escuelas infantiles municipales. A pesar de que tras 8 años de ‘tijera’ se han empezado a revertir los recortes en educación pública con la contratación de 5.514 maestros y profesores para el curso 2017-2018, paradójicamente los 17 colegios del Opus Dei recibieron de las arcas públicas 29,6 millones de euros el curso pasado.

Si a todos estos ejemplos (hay muchos más) le sumamos los escándalos de corrupción del 3% y la familia Pujol, de la que ya no se habla, resulta que la derecha catalana de toda la vida, la de la corrupción, la que condicionaba los gobiernos de España durante tantos años, se presenta ahora como abanderada del independentismo frente al enemigo de sus males, al que ha creado para ocultar sus vergüenzas. La Convergencia i Unió de siempre y el Partido Demócrata de ahora solo pretenden ocultar toda la responsabilidad que habrían de asumir por la gestión de sus gobiernos, como si las consecuencias de la crisis y las corruptelas internas no formaran parte de sus competencias.

El Procés también le ha sentado como un guante a la derecha del resto de España, que ha tapado sus propias vergüenzas, que son las mismas: la corrupción, los recortes y los rescates bancarios. Ya no se habla de Bárcenas, Gürtel, Púnica, Lezo, Noos, Campeón, Baltar… y así hasta más de 60 causas que han convertido al PP en el partido más corrupto de Europa. El más corrupto, y el que gobierna.

Tampoco se habla del paro y de la destrucción de empleo: 46.400 personas paradas más y 179.485 afiliados menos a la seguridad social. Sin olvidar la creciente precarización y temporalidad en el empleo que se trocea; los recortes sanitarios y educativos que se mantienen, o la pérdida de poder adquisitivo de las pensiones. Mucho más lejos queda cualquier información sobre la dotación económica para las prestaciones por dependencia. Todo ello gracias a que el Banco de España da por perdidos 62.700 millones de euros del total que se destinó al rescate bancario. Esto ha sucedido en estos dos últimos meses, pero ha pasado desapercibido.

En definitiva, las derechas, todas ellas, han conseguido con su Procés ocultar sus escándalos, vilipendios e indecencias para situar en el centro de atención un conflicto que viene de lejos y que, a juzgar por las soluciones que se le están aplicando, se prevé de largo recorrido.

Sin embargo, hay otro problema más grave, y no es que las derechas de uno y otro lado se aprovechen de la situación creada para tapar la basura interna y sus gestiones nefastas. Lo más grave es que han conseguido que una mayoría ciudadana se envuelva en sus respectivas banderas olvidando así los problemas que verdaderamente les impiden desarrollar una vida suficiente y digna.

Es importantísima la labor pedagógica de los medios de comunicación. Es imprescindible la recomposición de posiciones, bajar la tensión, situar la política en el centro de la actividad para resolver el conflicto y desplazarlo del ámbito judicial o policial. Volver a la normalidad de la vida cotidiana en la que la gente lo pasa mal, no llega a fin de mes, no encuentra trabajo, no consigue medicinas para sus enfermedades o no le alcanza para pagar la factura de la luz.

La construcción de un discurso superador que aporte normalidad, sosiego y sentido común a lo que está sucediendo es tarea, sobre todo, de las izquierdas. Si aún da tiempo, solo ellas pueden re direccionar la agenda política, salirse del discurso marcado de confrontación entre el Gobierno y el Govern, no seguir cayendo en la trampa, como han hecho algunas, de creer que un Procés liderado por las derechas abría alguna oportunidad de “empezar la revolución desde Cataluña”. Hay vida, mala vida que hay que cambiar, más allá del referéndum ilegal y la desproporción del artículo 155.

Hagamos política con mayúsculas para recuperar la confianza de la gente en la democracia antes de que ésta se convierta en el disfraz de un nacionalismo creciente y destructivo en Cataluña y en España. El anhelo de regeneración democrática puede acabar en anhelo de reconquista, porque quienes vivimos de nuestro trabajo, en Cataluña o en el resto de España, lo estamos perdiendo todo.

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