Érase una vez había tres princesas, hijas de la misma reina matriarca. Herederas de diferentes caballeros nobles.

Educadas por su madre para la lucha, querían ser guerreras, no lindas damiselas, como anhelaban los caballeros.

Querían batallar, comer carne con las manos, limpiarse la grasa con la manga, eructar y ser aplaudidas por ello, beber vino de un cuerno, ambrosía, emborracharse, entrar a saco en los pueblos, arrasar con todo aquello que les gustara, tener sexo con cualquier hombre, con el mismo las tres si es que cabían, no sentir piedad, remordimiento, culpa.

Soñaban con ello, educaban cuerpo y mente, sobre todo para el problema de la culpa. Era lo que más debían evitar.  Mujeres, al fin y al cabo.

Eran felices imaginando su futuro, soñando con incendiar aldeas, romper corazones, robar caballos.

Llegó el día de probar lo aprendido. Todos en la ciudad estaban nerviosos. Los caballeros, tristes. La madre, orgullosa.

Hacia el pueblo Algo Puntual se dirigieron, el que lindaba con No Se De Qué Me Hablas y No La He Visto En Mi Vida. Al sur con Esa Goma de Pelo es de Mi Hija. Entraron voceando, sobre sus caballos negros, antorcha en mano, intentando prender fuego a diestro y siniestro. Incluso esperanzadas en arrancar cabelleras. Pero las mechas no prendían. Lágrimas de otros tiempos, acumuladas en algún rincón de la memoria ancestral, y no tan lejanas, humedecían cualquier conato de incendio. Una de las guerreras, Hilary, incluso bajó del corcel para asestar un tremendo espadazo al Chamán, pero  recayó en la capa y no en la persona. Lo dejó aturdido, anclado en tierra por el hilván formado entre acero, tela y suelo. Salvaje princesa. Poco certera.

De lo que sucedió después nunca se sintieron orgullosas ni felices. Sus anhelos se rompieron. Casi dejan de ser hermanas para siempre. Pero su amor supo organizarlas y  fueron una gran familia.

Las tres damiselas cambiaron la ira, si alguna vez la sintieron, por amor. Tan pronto como el Chamán empezó a llorar, suplicando clemencia, el rayo potente de un tal dios Cupizeus las atravesó de una manera brutal. La necesidad de ayuda, de SU ayuda en concreto, el poder que esto les otorgaba, lejos de fortalecer sus sueños, los ablandó, amasó y disolvió, enamorándolas del necesitado. Haciendo las mieles del Chamán para siempre.

No le mataron. No quemaron del todo la aldea. No comieron carne cruda. Guerreras en ruinas. Princesas de caballeros. Algo modernas.

Fundaron una nueva Polis a la que llamaron Papito.

Aprendieron a esperar su turno. A satisfacer todas sus necesidades.

Ni siquiera fueron desgraciadas.

Le erigieron rey.

En principio…

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