Las nuevas religiones, los nuevos fanatismos, no vendrán de Asía, África o Europa, no tendrán nada que ver con La Biblia, El Corán, El tanaj, u otros. Nada de eso. Los nuevos fanatismos llegarán de Silicon Valley, o mejor dicho, llevan años arraigados a nuestro presente cotidiano, y no lo sabemos.
Todo esto puede parecer irrisorio y estúpido, pero preguntémonos, ¿Cuántos de nosotros seríamos capaces de estar una semana sin redes sociales? ¿Y un mes? ¿Y un año? Probablemente, si alguna de estas situaciones se diera, en menos de una semana se produciría un desorden emocional en una gran parte de la población, y ello traería como consecuencia la ira y la rabia en múltiples y variadas actitudes. Llegado ese instante, las excomulgaciones que, en siglos anteriores, hacían los sacerdotes y hechiceros sobre la entrada a cualquier paraíso y el miedo que infundían en la población, quedaría ridiculizado ante el miedo de los actuales ciudadanos a quedar fuera de ese entorno virtual en el que residen, se mueven y operan en todo momento. La catástrofe podrá ser de una magnitud inimaginable, aunque algunos piensen al leer este artículo que eso es impensable. El desorden emocional no sería lo más grave, lo peor sería los actos violentos que resultarían de la impotencia y la cólera al quedar impedidos emocionalmente, y al quedar desactivados de ese gesto que la actual especie humana ha tomado como natural: asomarse y protagonizar el intercambio de mensajes, de fotos, noticias y otros, a golpe de clic de manera instantánea.
Estas nuevas religiones también se nutren del miedo, pero lejos de proponer paraísos divinos, lo que proponen es más existencial, y por ello, más deseado: su proposición son los datos. Estas nuevas religiones ofrecen datos a los ciudadanos. Lo que parece no tienen claro aún una gran parte de la ciudadanía es que, para ofrecer datos, deben alimentarse de datos, y esto lo consiguen accediendo de manera directa o indirecta a nuestra vida personal, a nuestras emociones, a los lugares que asistimos, a nuestras preferencias alimenticias, a nuestras predilecciones por una u otra forma de pasar el tiempo libre. Ello constituye indirectamente una pauta en la que somos observados y vigilados, quedamos cercados por nuestros propios datos. Nos convertimos en feligreses de un dios tecnológico donde el paraíso ya no lo promueven sacerdotes con sotana y profetas con largas varas; el nuevo paraíso es más existencial, es un espacio virtual capaz de componer y promover el protagonismo de vidas en múltiples ocasiones adulteradas y manipuladas.