Rugen los motores, día y noche. Aunque de noche no se les oiga, no den vueltas al circuito de Catalunya-Barcelona los bellísimos monoplazas de esta temporada: anchos, arrogantes, duros y dispuestos a no dejarse adelantar.

Rugen los motores, día y noche. Y es en la noche cuando pueden descifrarse con mayor claridad los mensajes que nacen de su garganta de bestia mecánica y gutural.

«Voy a ser el más rápido» «Te voy a aplastar. A todos os voy a aplastar» «Demostraré al mundo quien soy».

Los motores girando a la misma velocidad dentro de las cabezas de los pilotos que anclados al chasis que les permitirá perder o ganar.

Es febrero. Es 2017. En menos de quince días comenzará verdaderamente el mundial. El Campeonato Mundial de F1. El circo más alucinante que ningún empresario pudo, antes de que existiera, imaginar.

Durante dos semanas los bólidos han dado vueltas y más vueltas al circuito de Catalunya-Barcelona-Spain. Los seguidores del gran Fernando Alonso acudiendo cada mañana y cada tarde a gritar, a animar a su campeón; y rompiéndole en mil pedazos el corazón. Porque su coche, su bestia, su máquina, funcionaba espantosamente mal. Maldito Honda, maldito Japón, maldito robot con ruedas que no acaba de funcionar.

Y sin poder ni querer evitarlo el gran Alonso vigila a quien le destrozó la segunda parte de su carrera como piloto inmortal: Sebastian Vetel, con un motor rojo en la cabeza, un motor rojo como el que Fernando Alonso dejó y despreció, hastiado de que no le sirviera para ganar su tercer campeonato mundial.

Pero no será Vetel, aunque quizá sí Ferrari, quien gane el nuevo mundial. Más bien Kimi Raikonen que dispondrá de una última y única oportunidad y empeñará el alma -ese alma que ruge como la de un motor o un animal- para conseguir ganar.

Veinte animales salvajes machihembrados en brutales armaduras con ruedas y motores que rugen, día y noche sin parar.

Los billetes han comenzado a volar. El gran favorito era Lewis Hamilton, pero la tendencia comienza a cambiar. Raikonen, Vettel, Verstappen e incluso Bottas.

Aún no ha empezado la verdadera batalla. Aún se puede soñar que cualquier piloto, casi cualquier piloto, que cualquier equipo, casi cualquier equipo, puede ganar el mundial.

Hagan sus apuestas señores, cierren los ojos, abran sus corazones y escuchen rugir las almas y los motores, en menos de dos semanas volverá la lucha encarnizada. Y será en la joven y lejana Australia, Melbourne. Allí, entre canguros boxeadores y conejos telépatas capaces de hazañas inauditas, empezará de nuevo el Gran Circo, la novena maravilla del mundo, el Campeonato Mundial de Fórmula 1. Nada me apasiona ni enamora más.

 

Otro burbon, por favor.

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