Ya se ha hablado, visto y escrito mucho sobre el dramático episodio vivido en Riazor el pasado 2 de marzo, con el choque entre Bergantiños y Fernando Torres, cuyo feliz desenlace ya es conocido por todos. Todo lo sucedido desde ese momento, prácticamente se comenta por sí solo.

Hemos visto a Gabi y Vrsaljko abalanzándose sobre Fernando para tratar de salvarle la vida; a un gladiador como Giménez llorar como un niño; a Fajr elevando una oración. Hemos visto a 21 futbolistas unidos sobre el césped, pendientes del estado de un compañero; a un estadio contener el aliento y despedir al jugador en camilla con una sonora ovación; a todo el mundo del deporte con el corazón en vilo hasta recibir las primeras y tranquilizadoras noticias.

Se habla mucho de los valores del deporte, pero es en momentos como estos cuando uno se da cuenta de la verdadera pasta de la que está hecha un compañero, un contrincante acérrimo o una grada rival. Bueno, todas las gradas menos una. Esa que no tiene nada que ver con el fútbol y por tanto, no merece la pena ni mencionarla. Ya fue silenciada en el acto.

Bergantiños, puede que se pasase de frenada en su acción, pero su arrepentimiento y la preocupación en su rostro al visitar a Fernando pocas horas después del lance, sin duda eran sinceros. No se limitó a mandar un sms.

Y sobre nosotros, los que opinamos, solo puedo decir que no tengo estudios de periodismo y que, por tanto, no recibí formación en ética periodística. Otros sí. Otros si estudiaron y recibieron, supuestamente, dicha asignatura. Pero no debieron atender bien en clase aquel día. Yo por suerte recibí clases de ética de mis padres y de mi familia, para el periodismo y para la vida en general. A esos que opinan con maldad y para servir a sus propios fines, tampoco merece la pena ni mencionarlos. A ellos también los han silenciado.

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