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La soledad del capitalismo

Antonio Guerrero
Antonio Guerrero
Antonio Guerrero colecciona miradas, entre otras cosas. Prefiere las miradas zurdas antes que las diestras. Nació en Huelva en 1971 y reside en Almería. Estudió relaciones laborales y la licenciatura de Filosofía.
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análisis

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De forma sucinta hay dos paradigmas del neoliberalismo que deben ser revisados lo antes posible. El barullo dogmático de ambos ha dejado implícito en la praxis social un repertorio de costumbres y usos encaminados hacia la destrucción del individuo. El primero de ellos está basado en la asociación conceptual entre “Trabajo y dignidad”. Se han creado una serie de confusiones y cortinas de humo en torno a la idea de “Derecho al trabajo” que muy lejos de garantizarlo lo han convertido en un método de control poblacional. La principal falacia al respecto consiste en hacer creer que la única manera posible de obtener la dignidad es a través de un buen puesto de trabajo; vendiendo así la idea de que es bueno estar integrado en el sistema para disponer de los recursos y la protección del juego capitalista, porque la postura contraria sería la marginación – no ser digno-. Pero eso no puede ser así. La dignidad es la cualidad de hacerse valer como persona respecto a los demás como acto de responsabilidad hacia uno mismo, lo cual está vinculado a la libertad individual. Todo ser humano por el hecho de serlo tiene derecho a su propia autonomía y a ser respetado por ello. O sea todo lo contrario de lo que nos han hecho creer. El trabajo – aunque no todos- nos hace ser seres bastantes indignos porque nos arrebata la libertad. Salvo situaciones de precariedad se ha convertido en una fuente de alienación que nos aleja del respeto que todos nos merecemos. Y bien… el otro paradigma viene de la asociación de ideas como “Trabajo e Identidad”. En occidente la identidad se confunde con el estatus social. El perfil social está muy relacionado con la prestación laboral y con las zonas de confort que algunas profesiones proporciona. De ahí que la identidad se disuelva en el estatus. No obstante la identidad es otra cosa: es el conjunto de rasgos de una persona que permiten distinguirla del conjunto, su singularidad. Dicho así es lo autentico de cada uno, lo que no puede tener nada que ver – salvo excepciones- con la profesión (común y repetida). Con ello volvemos a la libertad individual y a la autonomía del individuo, los temas de fondo. A la sazón, el capitalismo global nos confunde tanto que en ningún caso nos hace seres emancipados o independientes. Todo lo contrario nos controla a través de quimeras razonables como una falsa dignidad y una equivocada identidad.

Por otro lado creo que es difícil, a estas alturas, distinguir la soledad del capitalismo. Cuando éramos niños tal vez era posible sentirse solo por el rechazo social. No obstante hoy nadie sabe la causa de su soledad, ni siquiera yo. Y es que nuestra soledad está programada y hasta manipulada. Según el nobel Stanley Cohen nuestras emociones están del todo controladas. Eso ocurre dentro del sistema límbico gracias al miedo, que actúa como energía, y a los condicionamientos, que son sus herramientas. Por ejemplo: una dosis pequeña puede acarrear la motivación suficiente para evolucionar. Sin embargo un miedo excesivo, paralizante, puede detener del todo la actividad del individuo y modificar sus hábitos. Con el deseo de evitar volver a sentir dicho miedo el individuo termina midiendo sus actos hasta el punto de perder la espontaneidad. Incluso, con el tiempo deja de ser él mismo y pasa a ser quien necesita el sistema que sea: un individuo estereotipado muy alejado de los demás que vive una vida programada en la falsa creencia de ser libre. Pero eso le genera estrés, fobias, paranoias, ansiedad, y por lo tanto soledad, cuando la soledad es la perdida de habilidades sociales y un vacío total en su interior. Una vez dicho esto, confieso tener dudas para distinguir la soledad del individualismo. Tal vez podríamos considerar que existe una forma concreta de soledad: la soledad capitalista, fruto del sistema neoliberal que implanta un atroz individualismo que produce seres humanos en serie con una vida terriblemente solitaria y subyugada a un cúmulo de temores imposibles de eliminar. ¿Y cuáles son los miedos que generan todo esto? A saber: el miedo al desempleo, a la precariedad económica, a no disponer de ciertos bienes provenientes de las necesidades creadas, a no ser de la élite triunfalista, a no tener reconocimiento social, al rechazo afectivo cada vez más agravado en el mundo de la pareja, a no existir en los medios y/o redes sociales, y etc. Definitivamente tememos a aquello que no nos hace libres y que erradica de nuestra vida el derecho a considerarnos personas, es decir con cierta dignidad. Estos miedos, en resumidas cuentas, han creado «la soledad capitalista» esa nueva patología que sufrimos todos porque todos tenemos miedo a algo, aunque no lo reconozcamos, que nos perturba y paraliza y que nos aleja de los demás.

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