La pasada cumbre en Madrid de los países del sur de Europa, aunque frágil y de momento sin gran repercusión, apunta en una dirección inequívoca que se terminará por imponer al hilo de la actual crisis de la UE: el sur europeo tiene una identidad, una entidad y unas preocupaciones que le son propias.

Entre el discurso euroescéptico, que comienza a cundir también en España, y el relato euroeufórico, se abre paso un tercer camino, quizá el más realista porque es el que contempla la realidad europea con los ojos bien abiertos.: la realidad de SurEuropa

Esta realidad sureña de la UE se va imponiendo como un hecho consumado y aceptado por todos, lo que supone una auténtica prueba del algodón sobre su carácter incuestionable, aunque de momento sea débil. Es un hecho cierto que hay una Europa del Sur con intereses diferentes y a veces contrapuestos a la Europa del Norte. Una Europa deudora y una Europa acreedora, pero también diferencias en el talante y en la forma de encarar la vida: Una Europa que vive para trabajar y otra que pretende todavía y a pesar de todo trabajar para vivir. Una Europa de la  belleza y la inspiración, y otra del método y la eficacia. Una Europa de enfoque mediterráneo, y otra más germánica.

Lo expresaba muy bien hace más de treinta años Luis Racionero en un estupendo ensayo: “El mediterráneo  y los bárbaros del Norte”. Una obra magistral para entender muy bien qué hay de diferente entre un alemán y un holandés con respecto a un italiano y un español, por poner unos ejemplos bastantes significativos. Compartimos raíces, sí, pero nos separan actitudes de fondo: toda una forma de entender la vida, de plantearse las cuestiones básicas. El ensayo fue publicado en 1985. España ni siquiera había firmado su adhesión a la CEE. En aquel momento de ilusiones europeas desorbitadas, Racionero supo poner los puntos sobre las íes y reivindicar la Europa mediterránea, Europa del Sur, Sureuropa. Y lo hizo sin agresividad, con ánimo de buscar lo que nos une a todos los europeos del norte y del sur, pero respetando también las diferencias.

El futuro de la UE es hoy muy incierto. En España hemos pasado de contemplar con alborozo lo que venía de Bruselas a verlo con apatía creciente. Hace treinta años, en las primeras elecciones europeas tras nuestro ingreso en la CEE, la participación en los comicios rondó el setenta por ciento. Ahora todo es muy distinto.

¿Qué nos ha pasado? ¿Somos los españoles unos malnacidos que solamente hemos valorado el papel de la UE  en nuestras vidas mientras que hemos recibido de los fondos comunitarios grandes sumas de dinero para construir infraestructuras? Responder afirmativamente a esta pregunta sería hacer un análisis demasiado simplista de lo ocurrido, simplista y excesivamente duro con nosotros mismos.

Porque es verdad que en términos cuantitativos hemos sido unos grandes receptores en fondos europeos, pero también es cierto que la UE nos exigió grandes sacrificios sobre todo en agricultura, pesca e industria, y mucho tiene esto que ver en que a día de hoy nuestro país tenga importantes lagunas en su músculo productivo.

En los próximos años, de populismos crecientes, veremos cómo pugnan dos corrientes en el seno de la actual UE. O toda la UE bascula hacia los intereses de Alemania, lo cual me parece desproporcionado por mucho que sea el peso de la economía alemana, o se va conformando un bloque de intereses compartidos capaz de servir de contrapeso a la fuerza germana. En ese bloque estarían todos los países del Sur y el mediterráneo con un papel muy importante de España, Francia, Italia. El peso del Norte de Europa es demasiado grande. De ahí la importancia de formalizar una coalición del sur de Europa

 

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