Acabamos de disfrutar -sí, ya sé que disfrutar puede que no sea el término correcto, pero es muy «socorrido», como decían nuestras madres-, de días diferentes, como caídos del cielo, valga la expresión aquí, cuando aún no hemos salido del invierno. En el frío invierno solo tenemos la Navidad, etapa causante de los mayores extremismos en cuanto a decisiones como con quién disfrutarlas -aquí también valga la apreciación anterior y se le puede sumar la de sufrirlas-, y las correspondientes discusiones en torno a ellas. O te gusta o no te gusta. En esa etapa parece que la sociedad nos obliga a hacer «familia» y retorno al lugar de origen. Y tantas veces con sensación de obligatoriedad.

Ahora no. En Semana Santa esto está muy repartido: los de la semana con vuelta a casa, los de la Semana Santa con actividad procesional, los de la playa o un viaje para alejarse, los que trabajan para que otros descansen y los que, por diversas razones, no pueden permitirse nada de esto. Las vacaciones, desgraciadamente, no son un derecho universal.

Seamos del grupo que seamos es un buen momento para pensar y, viendo cuántas cosas tan diferentes han ocurrido estos días en nuestro entorno, también para que reflexionemos sobre algunas. Nos encontramos con demasiadas contradicciones. Un fervor e implicación en la tradición que mostramos pocas veces y que, en esta ocasión, en Sevilla, se ha combinado con la actualidad del maldito terrorismo. Por cierto, un inciso. Hablando de terrorismo, muy recomendable la lectura de ‘Patria‘, de Fernando Aramburu, tan fácil y sencillo de leer como intenso, nos lo hace vivir con toda la crudeza de la realidad. Y, desgraciadamente, me temo que tenemos que aprender a convivir, a seguir haciéndolo, no ya con el terrorismo en sí, sino también con su esencia amplificada, ese terror a veces real y otras muchas irracional. Ese terror que, aliado con la globalización, hace crecer exponencialmente sus devastadores efectos para la sociedad. El terrorismo global.

Pero han pasado más cosas en estos días de Semana Santa. Vemos que la vida continúa sin variar su ritmo. Conocemos casos, mejor dicho, se repiten casos, en los que se reivindica una muerte digna. Habitualmente se trata de la reivindicación del paciente o de su familia, pero esta vez hemos sabido de otro supuesto diferente. Estoy pensando en Charlie, el niño británico que plantea algo poco habitual, pues son los propios profesionales sanitarios los que proponen la opción de desconexión para evitar el sufrimiento, al no existir posibilidades de supervivencia. Un olé, en este caso, por los médicos valientes que dicen las cosas como son, sin albergar falsas esperanzas, que son lícitas y absolutamente comprensibles, para los familiares.

Se necesitan profesionales de verdad, formados y que nos aconsejen. Personalmente defiendo el derecho a una muerte digna, pero siempre con asesoramiento y criterio profesional. Los familiares bastante tienen con el dolor como para obligarles, a la fuerza, a tomar decisiones sin ese conocimiento específico.

¡Ah! Hablando de profesionalidad y pensando en esas situaciones complejas que tiene la vida, escucho un debate televisivo sobre la madre de 64 años a la que los servicios responsables de la protección de esos menores, los Servicios Sociales, han retirado la custodia y me llama la atención el comentario de un contertulio. Dice que le parece inconcebible que lo hayan hecho sin un auto o una resolución judicial por medio. ¡Válgame el cielo! ¿Los jueces van a tener que decidir todo? ¿A tener que decir, por analogía con la medicina, si hay que practicar una intervención quirúrgica urgente? ¿Van a decidir los jueces en qué momento y cómo hay que actuar, en un servicio de urgencias, en el que alguien tiene riesgo de perder la vida? Y, por otra parte, si coartamos a los profesionales en su actuación, y se produce un daño irreversible esperando el pronunciamiento del juez, cosa harto probable, ¿quién será el culpable?

Dejemos a la Justicia para situaciones extraordinarias en las que la legislación y la propia sociedad no quieren, o no queremos, por cobardía, abordar.

Nuestra sociedad, afortunadamente, tiene profesionales en los que creemos y a los que reivindicamos como pilar para la toma de decisiones adecuadas en base a sus conocimientos, a su buen saber y entender. Conocimientos que, por cierto, nosotros no poseemos y que con su ayuda nos pueden facilitar esa toma de decisiones o la aceptación de las mismas. Formemos y actualicemos los conocimientos de los profesionales si aspiramos a una sociedad corresponsable y, mejor, a una sociedad que esté formada para que cada profesional tome decisiones en el ámbito para el que le hemos facultado y sea el referente para los demás. Abramos el debate científico, legal y social en los casos que sea necesario. De ahí tiene que salir un pronunciamiento a partir del que se deben tomar las iniciativas legislativas, o de otro tipo, que fueran necesarias. Pero respetemos el criterio profesional siempre y no mezclemos diferentes responsabilidades. Esos debates hay que tenerlos, son necesarios en una sociedad avanzada y trabajar por ello, merece la pena.

Ahora sólo veo que la «posverdad» se parece mucho a la «posSemana Santa»: no ha pasado nada nuevo, pero «lo que no mejora…, empeora».

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Nací en Toro (zamora) hija de"maestros de escuela", de esos que solo aspiraban a desarrollar su vocación y eso era era el centro de su vida. Licenciada en Medicina por la Universidad de Salamanca, por creer en un sueño. Sueño que, pese a ejercer pocos años, marcó mi interés por ayudar a las personas y, por ende, a la sociedad. En la Administración Sanitaria, he ejercicio como Inspector médico, y he sido directora del Hospital de los Montalvos en Salamanca. También he sido Directora General de Salud Pública de la Consejería de Sanidad de Castilla y León . Como actividad política he sido Consejera de Familia e Igualdad de Oportunidades, alcaldesa de Zamora y Consejera de Empleo, portavoz y Vicepresidenta de la Junta de Castilla y León. Esta es mi vida profesional, pero la que de verdad me mueve es la personal, la del compromiso social. He trabajado en el mundo de la Cooperación Internacional, tanto en la parte asistencial y social, como la destinada al Desarrollo. En este sentido, he colaborado especialmente con los saharahui en Tindouf (Argelia) y colaborado con otros proyectos en Etiopía, República Dominicana, India y Perú. Las dos vidas han sido paralelas y complementarias, aunque estoy segura que esta última es la más necesaria.

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