Hay ocasiones en las que nos sentimos invadidos, agredidos,… En un instante, nuestra vida cambia; nos damos cuenta de que somos vulnerables y de que, eso que antes le había pasado al amigo del amigo, también nos puede pasar a nosotros. Esa pérdida de la seguridad se puede llegar a experimentar como un duelo y puede ser la causante de diferentes trastornos de ansiedad y depresión.

Aunque, normalmente, relacionamos el duelo con la muerte de un ser querido, en Psicología, cuando hablamos de duelo hacemos referencia al proceso que se inicia tras experimentarse una pérdida en multitud de ámbitos – incluida la muerte de un ser querido –; como puede ser el perder un empleo, el diagnóstico de una enfermedad grave (relacionado con la pérdida de la salud), el ser agredido o robado (como pérdida de la seguridad), una separación o divorcio o, incluso, la pérdida de las creencias religiosas, entre otras muchas situaciones.

Lo que caracteriza todas estas situaciones es que se produce una sensación de pérdida que para la persona que lo sufre tiene especial importancia vital, provocándole emociones de tristeza, rabia o miedo.

Hay que añadir que todo esto puede desencadenarse también por aprendizaje vicario (o social), es decir, vemos cómo dicha situación ocurre a otra persona, somos observadores, pero interiorizamos lo que ocurre de tal forma que el pensar que podemos pasar por una situación similar se convierte en un estresor y puede desencadenar los mismo procesos que se dan en la persona que lo experimenta de primera mano.

En el caso de las agresiones, robos con intimidación o violencia o situaciones similares, la persona va a sentir un profundo sentimiento de pérdida de su seguridad. Se siente vulnerable, atacado, invadido en su propio territorio (entendido esto como el espacio en el que normalmente se mueve y que forma parte de su vida cotidiana), impotente ante lo ocurrido,… Un sinfín de emociones que se van entremezclando en ese proceso de duelo que se experimenta.

Ante una situación de duelo, la persona pasa por 5 fases:

  • Fase de Negación. Se experimenta una sensación de incredulidad, como si lo ocurrido hubiera sido un mal sueño, una película. Las personas describen estos momentos como una fase de incredulidad, llegando a pensar que cuando se despierten al día siguiente todo va a seguir como antes del hecho, como si no se hubiera producido la pérdida.
  • Fase de Ira:Llega la rabia, el enfado. Puede experimentarse como agresividad activa (se expresa hacia los demás) o pasiva (se dirige hacia uno mismo).
  • Fase de Negociación. Se intenta buscar una solución a la pérdida, aunque se sabe que no hay retorno. Solemos imaginar situaciones en las que se piensa que si se hubiera hecho tal o cual cosa, la pérdida no se hubiera producido.
  • Fase de Depresión. Tristeza por la pérdida. También aparecen sentimientos de culpabilidad, de indefensión. Empezamos a ver que nada puede cambiar lo ocurrido. Esta fase puede llegar a patologizarse si comienzan a aparecer pensamientos como “me lo merecía”, “todo ha sido culpa mía”, “va a volver a suceder y no voy a poder hacer nada para evitarlo”, “estoy indefenso”,… Ello hace que se prolongue en el tiempo y pueda aparecer un Trastorno Depresivo Mayor.
  • Fase de Aceptación. La pérdida se asume como inevitable. Aceptamos lo ocurrido y somos capaces de cambiar nuestra visión, aprender de la pérdida e interiorizarla.

Todas estas fases se entremezclan en el proceso de duelo y no tienen una duración determinada. Aun así, hay psicólogos e investigadores que determinan que, desde el momento de la pérdida, pueden durar entre 2 semanas y 6 meses. De esta manera, se consideraría duelo patológico todos aquellos procesos que superaran los 6 meses; aunque siempre se deberá realizar una evaluación y diagnóstico de la persona para saber si es así.

Ante una pérdida, estamos acostumbrados a consolar a la persona e intentar que se repriman las emociones que, erróneamente, consideramos negativas, ya que nos causan malestar. Tendemos a consolarlos, dirigiendo palabras que se suponen que reconfortan como “todo va a ir bien”, “el tiempo lo cura todo”,… o frases por el estilo.

Sin embargo, lo aconsejable es acompañar a la persona en sus emociones, dejar que las expresen, sin coartarlos; que saquen su dolor, su tristeza, su rabia, sus miedos, pero de forma sana, escuchándolos, haciéndoles ver que se entiende por lo que están pasando. Debemos intentar ponernos en su lugar y no sentirnos incómodos porque una persona llore, se enfade o haga verbalizaciones que pueden resultarnos negativas. Todo ello forma parte del proceso de resolución del duelo y la labor de los que están a su alrededor debe ser la de facilitador de ese proceso.

Si te enfrentas a estas situaciones, no digas “estoy bien”, porque no pasa nada por estar mal. Son tus emociones y no tienes que negarlas o coartarlas. Exprésalas, porque te ayudará a sanar y aceptar lo ocurrido.

1 COMENTARIO

  1. Es difícil explicar todo lo que se siente cuando se sufre una agresión. No me lo había imaginado como un duelo. Ha sido bastante clarificador. A mí, directamente, el médico de cabecera me dijo que tenía estrés postraumático y me recetó pastillas y ninguna mención a que viera a un psicólogo.

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