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La necesaria trazabilidad de la democracia

Alberto Vila
Alberto Vila
Analista político, experto en comunicación institucional y economista
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análisis

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Si aplicásemos la trazabilidad de un producto, en nuestro caso a la gestión de los gobiernos en democracia, podríamos arriesgarnos a definirla como el conjunto de procedimientos y herramientas que permitirían rastrear el histórico, la ubicación y su trayectoria a lo largo de la cadena de suministros. Para el caso, a éstas últimas, llámense así a las sucesivas legalidades construidas para gobernar. Obtener la traza que va dejando por los diferentes procesos productivos, en nuestro caso los diferentes gobiernos.

Así, sus manipulaciones o gestión, su ubicación ideológica en turnos o mandatos, nos permitiría valorar su temperatura, en términos de ortodoxia ideológica, o las variaciones en la composición de sus diferentes gabinetes, permitiría extraer aquellos rasgos que singularizarían su valor para el consumidor final, en este caso el ciudadano votante. Si el trabajo es una mercancía, según los modelos más aplicados en la actualidad en el mundo de la empresa, la trazabilidad del voto lo es en la democracia, Entonces, desde la difusión de los programas electorales hasta el grado de su cumplimiento en la consecución de la acción del gobierno, la trazabilidad definiría su valor.

Por tanto, va siendo hora concluir que la trazabilidad de la democracia en España es determinante. Porque, aunque la política práctica sea la obtención del poder, el ejercicio del mismo es una actividad humana y social cuya aportación se materializa colectivamente y su valor dependerá de un clima social determinado por los resultados y consecuencias que se derivan de dicha acción sobre las personas.

Si bien el discurso político activa la colaboración del ciudadano, o puede provocar su inhibición o incluso su resistencia. La política para el capitalismo salvaje que practica el neoliberalismo, prefiere simplificar a los votantes como una mercancía, es decir un medio para la consecución del poder, no para perfeccionar la vida de las personas. Por ello, no es extraño que hablar de política signifique una actividad a temer por los ciudadanos honestos. Los gabinetes de comunicación prefieren decantarse por considerarlos un “mercado de votos” sobre los que difundir mensajes halagadores, aunque en todos los casos tenga “letra pequeña” o, en la mayoría de lo difundido, una inexistente intención de llevar a cabo las promesas. Por ello, es necesaria una “trazabilidad democrática” que nos permita rastrear el grado de cumplimiento de lo ocurrido desde la muerte de Francisco Franco hasta nuestros días.

Puede que tal vez se explique así el comportamiento errático del socialismo surgido desde Suresnes, el desdén de la familia del dictador en justificar su fortuna, la continuidad de los grupos económicos alentados desde las entrañas de aquél régimen, la estructura política sobre la que se amparó la monarquía nacida allí, y la consolidación de una organización religiosa que se ha apropiado de la riqueza del país y desoiga la naturaleza aconfesional del Estado. Puede incluso que todo ello sea posible por la cobertura de un documento constitucional que ha servido para hacer posible todo lo anterior.

Inclusive, por paradójico que parezca, puede que ello permita apreciar como una estructura política autonómica, me refiero obviamente a Ciudadanos, emergente, sin ninguna experiencia en el ejercicio del poder en más de diez años de ostracismo en Cataluña, sea alentada y financiada con todos los recursos disponibles de los grupos económicos y mediáticos de la extrema derecha de este país, antes aludidos.

Puede que sea hora de estimar que la trazabilidad resultante de nuestra democracia no destaque en ninguno de los indicadores sociales, económicos, políticos y de transparencia, de los más prestigiosos organismos internacionales. España no resulta hoy un ejemplo edificante.

Estimado lector, te suplico me corrijas si estoy equivocado… gracias de antemano.

 

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1 COMENTARIO

  1. Es muy agudo ese análisis, señor Vila, le felicito. El marketing político le da la razón en sus argumentos sobre la población tratada como mercado de votos en donde la meta del político es llegar al poder (eso es legítimo) pero sin por ello garantizar la buena calidad de vida del ciudadano (ilegítimo). Me temo que ese síntoma es común a muchos gobiernos.

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