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La naranja mecánica y su movimiento transversal

Sonia Vivas Rivera
Sonia Vivas Rivera
Nació en Barcelona en el año 1978. Hija de una familia de emigrantes extremeños. Pedagoga y educadora, policía vocacional. Cursó master en ciencias forenses y se especializó en derechos contra las libertades fundamentales liderando el servicio de delitos de odio pionero en Baleares. Residente en Palma de Mallorca, entiende la seguridad pública como un servicio al ciudadano en comunión con los derechos humanos. Mujer, feminista, lesbiana y de izquierdas. Concejala de Justicia Social, Feminismo y LGTBi del Ayuntamiento del Palma de Mallorca
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análisis

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Semanas antes de la huelga feminista del día 8 de marzo, los partidos más visibles de la derecha radical de este país, se esforzaban por boicotear el movimiento que se estaba gestando en la calle, profiriendo en los medios de incomunicación frases que acusaban a las feministas de ser “anticapitalistas y comunistas” y querer “romper el modelo de convivencia y de sociedad”, aludiendo a “jardines”, al parecer espinosos, en los que no había que “entrar”, y demás estupideces que sólo pueden salir de mentes derechunas y obtusas con un agravante aplicado de falta notoria de formación y sensibilización en políticas de género para acabarlo de arreglar.

Las mujeres lideresas y cabezas visibles de estos partidos extremistas, se esforzaron sobremanera en aclararnos a todos, con la boca pequeña y revolviéndose en el asiento en plan: hay alguien debajo de mi silla con un soplete, que eran feministas, para después dejarnos claro que su feminismo era ese que busca la igualdad entre hombres y mujeres. Todo un circo absurdo con peripecias muy en la línea de las de sus homólogos varones, por lo de la memez supina a la que hago alusión en el párrafo anterior y la poética de no tener ni pajolera idea de lo que estás hablando para variar.

Después de ver que realmente había un movimiento al que era mejor sumarse porque, aunque no fuera de su rollo si era un caladero de votos al que no podían renunciar de ninguna de las maneras, fueron evolucionando en su majadero discurso hasta concluir con un: “ ¡venga ostias sacad lazos morados y preparad una pancarta que nos vamos a la calle pero ya! ”, a lo que muchos corrieron también a por gomina.

Y salieron, encabezaron las manis y no solo eso sino que gritaron y corearon cánticos contra sí mismos y sus políticas de vertedero, y fue ese autoinsulto obligado por la presión mediática y de la masa lo que les hizo sentirse, por momentos, malotes y malotas de manual, y en esencia gente muy chunga, peligrosa y antisistema, empezando a sentirse atraídos por una erotica callejera y reivindicativa cuasi infernal.

Y fue con el fruto de la unión matrimonial entre   hipocresía y la aceptación de tu propia miseria interior y humana, como les nació dentro de sus diestros corazones, una tentación más que salvaje que les gritaba e interpelaba desde dentro invitandoles a romper escaparates, usando para ello alguna tapa de alcantarilla que hubiera a mano.

Cayeron en la cuenta entonces muy alarmados ,de que el demonio estaba al acecho porque había en la marcha tías en tetas (feminazis de raza y tradición), por lo que siguieron entonces las indicaciones dadas para estos casos por sus moseñores guías y procedieron “ipso facto” a pellizcarse las nalgas por dentro del bolsillo del pantalón. Duro, fuerte, firme, todo ello sonriendo y sin llegar a hacerse sangre, logrando mediante un dolor que se tornaba gozoso, que el deseo de mostrar también sus torsos desnudos se les fuese pasando.

Se acostaron consternados, contrariados y despeinados de tanto ajetreo, ansiosos tras la vivencia de haber compartido espacio y reivindicación con los que ellos denominan, en petit comité y sin cámaras o micros: peludos y peludas y/o perroflautas. Esa misma intimidad compartida y mentirosa que Aznar puso de moda al reconocer que se expresaba en buen catalán con sus colegas.

Sudoroso, muchos de ellos despertaron a media noche envueltos en esa paranoia nocturna que te asalta cuando te acuestas preocupado por algo, embargados por la posibilidad de haberse podido contagiar de alguna patología, de esas de progres, que son gente más bien suciota, pues hasta para caer enfermo hay clases, castas y estatus social.

Enfermedades que por otra parte muy fácilmente podían haber contraído ya que en la reivindicación callejera estaban todos muy apiñados y habían respirado el mismo aire e incluso en ocasiones se habían hasta rozado.

Pero al día siguiente, la luz del sol bañó de nuevo sus camisas blancas y toda aquella tormenta mental, todo aquel raudal de emociones zurdas , se les fue pasando y llegó el momento, con los rayos del nuevo día, de sacar a pasear al nuevo líder del feminismo transversal.

Lo cargaron silenciosos, obedientes y descalzos, a hombros, envuelta toda la penitencia de una liturgia similar a la del Santo Cachorro Cristo Peregrino del buen Pecar.

Entonces yo ya pude descansar sosegada tras tanto trasiego, ya que me sentí muy aliviada al ver como el movimiento feminista, que hasta ahora habia estado perdido y desdibujado ola viene, ola va, encontraba por fin su norte en un líderazgo masculino y centrado, moderado. Ese nuevo caudillaje sensato, equilibrado y enriquecedor tan anhelado por todas las mujeres de verdad, por las que lo son de verdad. Llevada por la emocion del momento y huyendo de mi propia crítica, me obsequie a mí misma con un auto manspreading al más puro estilo barra de bar, porque yo lo valgo, o lo que es lo mismo: me despatarré tranquila en mi sofá, emulando el acto de albergar en mi entrepierna dos bolas gordas y de cristal.

De fondo el televisor retransmitia sobre la fumata blanca que había empezado ya humear y al grito unánime de “Habemus Papa” bromas a parte, supe que la lucha no había hecho más que empezar.

 

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