Dejadme que empiece este artículo con una cita ya famosa, de una mujer que desde una toma de decisión de libertad nos inició a muchas mujeres en la necesidad de encontrar nuestro camino hacia la libertad y hacia el encuentro con todo aquello que de verdad nos hacía reconocernos como mujeres dentro de nosotras y no solo en la exigencia, que nada más nacer, se exigía de nosotras.

Y es que por adscribirnos a uno u otro sexo no solo se evidenciaba un sexo biológico, el de hombre o el de mujer, se nos determinaba a un comportamiento que para nada era elegido por nosotras, pero que se inculcaba de tal manera que nos hacia creer que ser mujer era eso.

Ellos nacían de la misma forma que nosotras, de un hecho biológico que había determinado su condición de hombre. Pero a partir de ese hecho natural que se diferenciaba por el sexo, la sociedad le atribuía una historia, un futuro y una realidad diferente que le vinculaba de forma clara y evidente a un desarrollo propio, al ejercicio del poder, a la dirección, al protagonismo y, en definitiva, a ser dueños del futuro. A ellos no se les rellenaba su infancia de lacitos, ni se les regalaban juguetes de muñecos llenos de chupetes, dodotis, que hablaban y decían mamá, que lloraban y decían mamá, que nos marcaban, en definitiva, a la labor de cuidado que iba a determinar nuestras vidas.

Para ello se señalaba un camino también diferente. Ellos iban a ser los responsables del poder, del dinero, de los estudios, de las leyes y de todo lo que la sociedad cifraba como derechos, poder, decisión y consideraba como actitud positiva en los hombres la ambición por conseguir ser el mejor.

Frente a este modelo de hombre, al que hoy muchas ponemos en cuestión, pero que de una u otra forma sigue siendo una realidad, se necesitaba un modelo de mujer que le acompañara, no compañera, en su desarrollo y en el desarrollo de su descendencia, pero que le allanara el camino, y no se interpusiera en él, y mucho menos tuviera la ambición (nota negativa en las mujeres) de conseguirlo también para ellas.

Este es el panorama que nos encontramos las mujeres, y mucho más las mujeres de nuestra época, las que nacimos en la España de los años 40 y que habíamos tenido la osadía de haber tenido muy cercanas las experiencias de las mujeres “haciéndose en la República”, es decir, en la cultura, en la educación, en las libertades, en el voto, en el divorcio, en el aborto… y habían tenido la osadía de llegar a los Parlamentos e incluso, pocas, a los gobiernos. Ellas se hicieron a sí mismas en una época decisiva de cambio político, social y cultural que rompía con la predeterminación del destino que se venía estableciendo históricamente para las mujeres.

El nacimiento de un ¿nuevo? ¿viejo? ¿viejísimo? Estado, nacido de un golpe militar ilegitimo, preocupado por ese nuevo modelo de mujer, más libre, menos sumisa, más formada y preparada y con derechos, se empeñó con todas sus fuerzas en potenciar el papel protagonista de los hombres y recluir de nuevo a las mujeres en su papel de complemento del hombre, de educación de la prole y de hacer todos los trabajos que se necesitaban para la satisfacción del hombre y de la sociedad. Para ello, lo primero que hizo fue anular todas y cada una de las leyes de la República, crear derechos solo para los hombres y obligaciones sociales casi exclusivamente para las mujeres.

¿Y cómo nos hicimos las mujeres que nacimos en esa situación? De un lado, tuvimos que luchar por la educación, que quiero recordar aquí que en la España de Franco la educación no fue “obligatoria” para las niñas hasta 1970, con excepciones que muchas madres, entre ellas la mía, a la que no habían dejado estudiar sus hermanos, porque las mujeres no eran rentables, se empeñaron en que sus hijas estudiasen.

El permitirnos llegar a la universidad supuso la recuperación del conocimiento y la elección de nuestra libertad, que se convirtió en luchas contra la dictadura y por la democracia. Y esa lucha que era compartida con nuestros compañeros nos hizo ver que, además de eso, las mujeres teníamos una lucha especial, no compartida por nuestros compañeros, porque ellos gozaban de todos los derechos por haber nacido hombres, y a nosotras se nos negaban por el solo hecho de haber nacido mujer, y más aun si eras mujer casada, que dependías para todo de tu “querido marido” y esa lucha como mujeres nos llevó a una unidad distinta, un compromiso feminista que logró derogar todas las desigualdades legales que sufríamos las mujeres, por el simple y grave hecho de serlo.

Era indispensable conseguir la igualdad de derechos. ¿Pero ello significaba la igualdad en la sociedad? ¡¡Ni mucho menos!! La ideología dominante en una sociedad arcaica y fascista, con una absoluta influencia de la Iglesia católica, nos seguía considerando como complemento del varón, por muy listas e iguales que hubiéramos podido llegar, pero sin libertad de decidir (aborto), sin libertad de evitar que la sexualidad no fuera maternidad (anticonceptivos) y, en definitiva, sin poder ser nosotras mismas.

Hoy, puede que suenen a lejano estas conquistas porque se analizan ya como derechos obtenidos y no conquistados. Las mujeres de hoy día, las jóvenes y las más mayores que tengan que enfrentarse al hecho más avanzado del nacer, que es el hacernos nosotras en libertad, tenéis que encontrar el camino de vuestra propia lucha feminista, de vuestras y nuestras luchas de mujer, porque siguen influyendo en la sociedad los mismos factores que determinaron nuestro aislamiento y desigualdad. Tenemos derechos pero no podemos ejercerlos por las condiciones económicas y sociales, de dependencia económica y social en que nos encontramos.

Hay nuevos desafíos que requieren nuestra lucha. Tenemos derecho al voto, pero pocas estamos en las cabezas de las candidaturas que llegan con más poder. Tenemos leyes contra la violencia machista que antes no existían, pero cientos de mujeres siguen siendo asesinadas por ese poder que la sociedad otorga a los hombres para disponer de las mujeres. Somos padres y madres, pero para esas madres supone en la mayoría de los casos una merma en su trabajo, en su carrera profesional, o en la mayoritaria falta de conciliación de la vida familiar y laboral.

Se compran nuestros cuerpos por cualquiera que puede disponer de una esclava sexual a su servicio. Se compran más fácilmente nuestros cuerpos que nuestra inteligencia aunque se crean que comprando uno se tiene derechos a todos. Se compran nuestros úteros, para alquilar nuestra maternidad en una compraventa pactada previo pago de niños acordados, y se sigue hablando de custodia compartida cuando nos separamos, aunque no se haya compartido nunca esa custodia cuando se estaba juntos.

En definitiva, mujeres de hoy, nosotras vamos a estar y estamos ya y para siempre en esas luchas, porque cuando una aprende a hacerse, su camino ya no tiene vuelta atrás, pero si no tenéis conciencia de lucha hoy, si no empezáis a haceros de verdad, las luchas anteriores se irán perdiendo, pues como se dice hoy mucho en relación a los derechos laborales: “los derechos no se heredan, se conquistan”. Pues os animo a no perder sino a conquistar cada vez mas  los derechos y sobre todo las realidades de profunda desigualdad que todavía hoy se conservan en la sociedad.

Cristina Almeida Castro es abogada y ex diputada en el Congreso.

Artículo publicado en la revista número 11 de Diario16

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