Desear la muerte de alguien está mal.

Códigos legales, declaraciones de derechos, corrientes filosóficas y algunas religiones así lo consideran. La mayoría lo pensamos. Sin embargo ante la gran pregunta ética del siglo XX, nuestra respuesta no está tan clara: ¿Hubiese asesinado a Hitler de haberlo podido, en 1930? La respuesta cobarde: Si no hubiese sido Adolf Hitler, se hubiese llamado de otro modo.

Las comparaciones son odiosas y hacerlo con la Alemania nazi es todavía más odioso. Pese a esto, Donald Trump, aún sin las manos manchadas de sangre, tiene evidentes tics totalitarios que recuerdan a Mussolini o al famoso dictador alemán. Ahora que ha empezado a implementar su programa político, quedan pocas dudas sobre sus filias y sus fobias (sobre todo sobre sus ascos). Entre las medidas polémicas que aún guarda en la chistera está la de bombardear medio oriente hasta que desaparezca Daesh (hasta que no quede nadie, en realidad), empezar una guerra comercial con China, deportar 11 millones de migrantes y dejar que dios se encargue del clima. Entre las que ya ha cumplido: el muro y la expulsión de personas nacidas en países de mayoría musulmana.

Trump ha hecho buena la administración Obama que deportó a 3 millones de personas, y si sigue así, hará que Bush parezca un santo. Quizás sólo nos quede confiar en que no termine su legislatura. Aunque para pensar en ello, por un momento, nos sintamos unas personas horribles. Los números están ahí.

Si eres presidente de los Estados Unidos la probabilidad de no terminar tu mandato no es precisamente baja. El 20% de quienes han ocupado el cargo, 9 de los 45, tuvieron que abandonar antes de que expirara su legislatura. 4 fueron asesinados, 4 murieron por enfermedad y 1 dimitió. Eso sucede cada 26,75 años de media y la última vez que ocurrió fue en 1974 con Nixon, hace 43 años. Saquen sus propias conclusiones.

En una cultura en cuyo ADN se encuentra la espectacularización de la realidad, existe una notable tradición magnicida. Películas, libros y series que reflejan la posibilidad de un atentado sobre el presidente; la más reciente (spoiler) «House Of Card». Aunque solamente 4 presidentes han sido asesinados, casi 1 de cada 4 ha sido víctima de un atentado.

¿Podría sucederle lo mismo a Trump? El profesor de la Universidad de Cádiz y experto en servicios de inteligencia Antonio Díaz considera que es imposible un suceso tal, dadas las altas medidas de seguridad con que cuenta el presidente. «Un plan así necesitaría de tanta preparación que no existe nadie capaz de ponerlo en práctica con éxito». Desde el Observatorio Internacional de Terrorismo también consideran que es insostenible la teoría conspirativa del magnicidio, tanto si es desde dentro como si es desde fuera.

No morirá a menos que la ciencia así lo quiera. Con todo ¿podría Donald Trump ser forzado a dimitir? ¿Morir políticamente hablando? Solamente Nixon corrió esa suerte y Clinton se libró por los pelos en el caso Lewinsky. Un 2,22% de los presidentes americanos dimiten pues. Los números no acompañan.

Antonio Díaz afirma en tono de broma: «me he jugado una cena a que no dura año y medio». Añade que «el magnate podría tener que rendir cuenta por haber negociado con países sancionados económica y comercialmente por las anteriores administraciones de los Estados Unidos». Se refiere por ejemplo, a las negociaciones que la Trump Organization llevó cabo entre los años 1998 y 2001 con el Banco Melli de Irán. La entidad financiera había sido acusado por el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos de financiar ataques terroristas y el programa nuclear del país asiático.

El impeachment, es decir forzar la dimisión de un presidente, no parece descabellado aún cuando, para poder realizarse hace falta que una mayoría en el Congreso lo impulse. Actualmente los republicanos ostentan esa mayoría, pero un hecho reciente ha puesto a Trump en la picota y podría unir a los dos grandes partidos americanos. Las acusaciones de colaboracionismo con Rusia son algo más que un rumor que el magnate pueda disipar insultando a los periodista. De ser ciertos serían un acto de traición en toda regla. Según afirma Díaz «los servicios de espionaje rusos llevan muchos años investigando a Trump, concretamente desde 2007, y podrían estar usándolo para mejorar su posición global (sobre todo respecto a Europa del Este) a cambio de no revelar sus negocios turbios con Corea del Norte, Irán o Arabia Saudí.

El profesor Díaz no es el único que le da poco tiempo de vida a Trump. En un artículo escrito por la periodista Gina Tosas se daba voz a la profesora de Ciencia Políticas de la Universidad de Machester, Angelina Wilson, que afirmaba: «Es altamente probable que Trump se enfrente a un proceso de destitución entre los primeros 12 y 18 meses de su mandato».

A los demócratas cualquier derrota republicana les interesa en grado sumo mientras que para los republicanos Trump podría desestabilizar el partido relegándolo al ostracismo durante los próximos 8 años. Intereses comunes ante un enemigo común.

Según estas declaraciones, ciertamente parece que la presidencia de Trump se acerca a un repentino desenlace. Sin embargo no todos los datos apuntan hacia ese final.

Para llegar a ser el primer mandatario del planeta, además de ser votado por casi 63 millones de personas (aunque a veces parece que se nos olvide), hay que tener mucho dinero y ser una persona lista. En los primero movimiento de Trump se intuye un precisión de cálculo político que dista mucho de las declaraciones para escolares que lanza en sus mítines. Por mucho que Sillicon Valley se haya levantado en armas, las viejas clases dirigentes americanas parecen estar en sintonía con Donald. Además de colocar a Steven Mnuchini, un ejecutivo de Golman Sachs, como Secretario del Tesoro, el sector del automóvil ha enterrado el hacha de guerra y parece vivir un idilio con el presidente número 45 y su desregularización de las fábricas de automoción en territorio nacional. ¿Hasta qué punto Trump está sustituyendo los equilibrios de poder entre las viajes y nuevas élites americanas? Si Obama decantó la balanza hacia la costa californiana, el nuevo presidente desplaza el epicentro de nuevo hacia el Atlántico (Michigan y Nueva York).

Si a todo ello le sumamos que la bolsa americana (ese indicador para saber cuán bien les va a los propietarios de empresas) estableció su máximo histórico en el pasado mes de enero, y añadimos que la confianza de los consumidores americanos se ha recuperado llegando a niveles de hace 13 años, tenemos un escenario en el que no parece que Trump sólo dure año y medio. Es triste pero tal vez en materia económica se va a cumplir el eslogan del republicano. El problema es que al «Make America great again» tenemos que añadirle dos terminaciones: «Make America great again by making the world worse» y «Make America great again, just for rich people».

O eso o confiamos en que la estadística caiga de nuestro lado.

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Albert Alexandre Barcelona, 1987. Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Barcelona, tiene un Máster en Creación Literaria y otro en Literatura, Arte y Pensamiento ambos por la Universidad Pompeu Fabra. Ha colaborado como articulista en medios como 'Cultura Colectiva', 'Culturamas', 'Código Nuevo', 'Vice', 'La Directa', 'Arainfo' o 'El Cotidiano'. También coordinó durante 2 años la revista de literatura 'Acrocorinto' y actualmente trata de terminar su primera novela mientras aprende el oficio de periodista.

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