La mentira es el maquillaje que aplicamos a la realidad. Su primer uso, no pretende más que aderezar de color y acercarle, a aquel que nos escucha, la explicación de lo que hemos vivido. Nos vence, ganados por el efecto de poder transmitir los hechos y los sentimientos que nos generaron, la tentación de adicionar a lo ocurrido. Para así de una forma naif, pensar que la empatía podrá recomponer en la mente del otro, un total más verdadero. Edulcorada, cualquier realidad parece mucho más real, sobre todo si nos la cuentan.

El descubrimiento de su utilidad vino más tarde. Cuando los hechos del niño que fuimos, sonaron como si fueran otros, y no los nuestros, al oír su reflejo en voces ajenas. La vehemencia de poder transmitir los detalles inefables, en realidad sólo sirvió para enseñarnos que los hechos nacen en nuestra boca, a menos claro, que no seamos el único testigo. El rubor primero nos delató, pero también nos introdujo en el deleitoso placer de la fabulación, porque si el otro nos cree, quién puede negar una realidad por mucho que sólo haya surgido en nuestra cabeza, si nadie puede probar lo contrario.

Todos mentimos, aunque sólo a unos pocos nos martillee el rubor de la conciencia justo después de crear la falacia. La mayoría se nos escapan sin propósito, malicia o planificación previa, como tics aprendidos e inconscientes que buscan satisfacer las expectativas de aquel que nos escucha. Mentir es preservar la idea del mundo que compartimos y aprendimos como un bien social, para no distorsionar la imagen que de nosotros tienen y confirmar la que nuestros congéneres, tienen de ellos mismos. La cruda realidad se reserva para la intimidad del cómplice, siempre y cuando, hablemos del otro. Nadie habla sólo con verdad, pero de igual forma el mentiroso compulsivo, de vez en cuando, se sorprende por dejar escapar los atisbos de aquella verdad, que tan veladamente, disfraza en su planificada patraña.

Pero, aunque todos la practiquemos, sólo una minoría cincela con ella las construcciones intencionadas de sus pasos. Sopesar su uso para estructurar una intención, moldea la imagen que de nosotros mismos queremos transmitir. Para muchos mentirosos significa diseñar un yo más acorde con aquel que quisieran ser, admitiendo que su verdadero ser los avergüenza. En el fondo, estos embusteros, simplemente utilizan la falsedad para crearse una coraza protectora, un aislamiento ficticio que los distancie de una realidad que ellos intuyen amenazante. La mejor defensa es ocultar aquello que son, para que sus debilidades no puedan ser objeto de un ataque. No es la maldad la directriz que los guía, sino el ominoso descubrimiento que significaría para ellos, que el mundo los conociera realmente. Su amenaza y los problemas que puedan desencadenar, nunca son planeados, sino producto del choque que tarde o temprano producen la casualidad y la inexactitud sembrada.

El peligro comienza con aquellos que no mienten sólo para reinventarse, sino como estrategia para alcanzar sus propósitos. Porque si desprecian la culpa, son inteligentes y nada dejan al azar, harán de todo aquel crédulo de buena fe que se les acerque, una simple marioneta. Nadie más que él mismo le importa, y en su embriagado egotismo no existe lugar para la piedad, la amistad o la empatía. Arruinarán prospectos, rivales y voluntades que interfieran en sus planes.

Y sin embargo, la verdadera amenaza aún necesita de una pizca de paradójica naturaleza humana, y en ella el fabulador, termina creyendo su quimera. El mitómano maquilla la realidad y en su omnipotente potestad, ésta se transforma en la única verdad existente, como si el mundo fuera un tapiz que se creara a su antojo. Aunque su costumbre proceda de la falta de autoestima, su proceder puede justificar la mayor de las infamias, y en sus subterfugios creerse héroes por perpetrar un justo asesinato. Su juego puede ser inocuo si conocemos su necesidad, pero a su lado, las consecuencias más imprevisibles, pueden afectarnos.

Pero procura descubrirlos, si son de aquellos que al poder aspiran, porque una vez alzados como portavoz público usarán los medios de comunicación para doblar la verdad y la justicia a su único interés, y no dudarán en sacrificar a la misma sociedad que los encumbró, si a su verdad se opone.

Entre ellos se encontraron y hallarán muchos líderes políticos, porque siempre el poder establecido se suma a esa estrategia que determina la calculada línea, entre verdad y mentira. La realidad no es sino aquella verdad que el poder dispone. Deslindar la falacia de los hechos, debería ser fruto de una mera comprobación lógica. Dicen que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, pero si así fuera, el mundo estaría dirigido por una verdad incontestable y prístina y un pueblo sabio y desfacedor de falacias; y como así no ocurre, será debido a que como dice el pesimista dicho, “todo –al menos lo importante– es mentira”.

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Martius Coronado (Vva del Arzobispo, Jaén 1969). Licenciado en Periodismo, Escritor e Ilustrador. Reflejo de la diáspora vital de vivir en Marruecos, USA, UK, México y diferentes ciudades españolas, ha ejercido de profesor de idiomas, jornalero, camarero, cooperante internacional, educador social y cómo no, de periodista en periódicos mexicanos como La Jornada, articulista de revistas como Picnic, Expansión, EGF and the City, Chorrada Mensual, RCM Fanzine, El Silencio es Miedo, también como ilustrador o creador de cómics en diferentes publicaciones y en su propio blog. La escritura es, para él, una necesidad vital y sus influencias se mezclan entre la literatura clásica de Shakespeare o Dickens al existencialismo de Camus, la no ficción de Truman Capote, el misticismo de Borges y la magia de Carlos Castaneda. Libros: El Nacimiento del amor y la Quemazón de su espejo: http://buff.ly/24e4tQJ (Luhu ED) EL CHAMÁN Y LOS MONSTRUOS PERFECTOS http://buff.ly/1BoMHtz (Amazon)

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