Hablar de la situación actual de la televisión puede llevarnos a rozar términos que ciertos sectores malinterpretarían, incluso pudiendo tacharte de abrazar la censura. Pero la realidad de la programación es la que es y podemos definirla como lamentable. Hay una escasez supina de programas verdaderamente culturales, capaces de transmitir valores a una sociedad moderna. Los documentales de la dos, con contenidos dignos de ver, se han quedado anclados en un formato que es incapaz de conectar con los más jóvenes, ni con una gran mayoría de los adultos.

Programas políticos que buscan una audiencia fácil por la derecha o por la izquierda, dejando de lado lo más primordial del debate, fomentar el espíritu crítico. Si vemos uno de estos espacios en un canal de tonos amarillos, podremos conocer al mismo anticristo y al santoral de la política.

Me es inevitable asomarme a la crítica a esos programas rosas, que no es que no me gusten, sino que me tornan el carácter haciendo crecer en mí la ira que despierta en el ser humano el simplismo, lo ordinario, lo desfasado e incluso lo cutre. No verlos es la solución rápida, pero no me gustan los fáciles remedios que solo afectan a uno mismo. Soy ciudadano y me ocupa aquello que considero que está dañando gravemente la formación intelectual que debería transmitir una programación, incluso si es de entretenimiento.

No soporto esos programas de cuatro horas en los que unos tertulianos se sientan a despotricar de una manera inculta y forzada. Guiones que se cumplen con exactitud, invitados pagados por decir lo que se les pide que digan, así sea mentira y vaya contra de su propia integridad. O esos otros en los que unos jóvenes se desnudan en horarios de máxima audiencia con un carácter vulgar.

No puedo olvidarme de aquellos en los que se da culto al narcisismo en su máximo exponente. Hombres que eligen a una mujer de entre varias – las cuales se prestan a ser un útil y no una persona, y todo por dinero –. Están fomentando la incultura, el pasotismo y malos conceptos de lo que es la libertad, la igualdad y la justicia. ¿Qué ejemplo puede dar esto para un niño o una niña de doce años?

Considero que toda esta programación está contribuyendo a la extensión de la pérdida de interés por el saber, en beneficio del culto exagerado al cuerpo que transmiten quienes se sientan en un trono. Utilizando un lenguaje absurdo y criminal están ganando dinero fácil y rápido. Se hacen pasar por periodistas sin tener título alguno. Mientras tanto, nuestros jóvenes, bien formados, siguen en paro o saliendo del país. Soy, más que un defensor, un enamorado de la libertad, pero si en mi mano estuviera, estos programas se dejarían de emitir mañana mismo.

Por suerte, aún podemos encontrar algunos ejemplos contrarios a lo que describo, no dejo de ser un apasionado de series como El Ministerio del Tiempo, la cual es divertida, interesante y educativa, todo un placer.

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