Decía don Miguel de Unamuno que las lenguas, como las religiones, viven de las herejías. No le faltó razón al gran maestro vasco, sobre todo porque últimamente los políticos usan el lenguaje en su propio beneficio y evitan llamar a las cosas por su nombre. Me refiero claro está a las afirmaciones que nos llegan desde el partido de Albert Rivera sobre el ya tan manoseado pacto anticorrupción que han firmado con el Partido Popular para la investidura de Mariano Rajoy, en el que la palabra corrupción ha cambiado de significado o más bien ha sido modificado según el antojo de los firmantes.

Ahora desde Ciudadanos se nos trata de convencer de que la mala praxis no es corrupción política, ya que una cosa es “meter la mano” en la caja y otra cosa es “meter la pata”. Tratar de confundir al personal y jugar con el lenguaje de esa forma es, como decía Unamuno, una herejía. Está claro que el lenguaje puede ser usado, como apuntaba Orwell, para corromper el pensamiento, y en este caso se utiliza de manera sibilina para tratar de engañarnos como a niños de colegio y meternos un gol por la escuadra sin pasar reválida que valga, en seco y con toda la desfachatez del mundo.

Precisamente es esa “mala praxis” a la que hacen alusión los de Rivera el germen de toda corrupción política. ¿Qué son el caso Bárcenas, Taula, Púnica, Pokemon o los Eres en Andalucía, sino ejemplos flagrantes de mala praxis de gestión política? A las cosas hay que llamarlas por su nombre, lo demás es engañar a la gente. Desgraciadamente el “donde dije digo, digo Diego” es ya pan de cada de día para los españolitos de a pie, cada vez más acostumbrados a que la clase política de este país diga un día una cosa y al siguiente lo contrario.

A la gente le interesa qué va a hacer Ciudadanos con el caso de Rita Barberá y con el PP valenciano, qué va a hacer Ciudadanos con el diputado del PP por Castellón Óscar Clavell, imputado en el juzgado de Nules por los presuntos delitos de prevaricación, malversación de caudales públicos y fraude, y lo más gordo, cómo va a justificar firmar un pacto anticorrupción con el partido más corrupto de la historia democrática de este país. Pues mucho me temo que esto, como en el caso de Andalucía con Susana Díaz y en el de Madrid, con Cristina Cifuentes, no es más que una operación de maquillaje y de apoyo a un sistema de partidos que está podrido hasta el tuétano y cuya regeneración es imposible únicamente con cambios lingüísticos.

El señor Albert Rivera ya no engaña a nadie y se pasa lo de la regeneración democrática por el forro. Son el partido muleta del bipartidismo y así lo han demostrado en cuanto las urnas lo han puesto en posición de decidir. De hecho en unas nuevas elecciones perderían más votos todavía de los que perdieron el 26J porque, aunque viendo los resultados, el electorado español peca de masoquismo, no somos tan aficionados a la autoflagelación como parece. O no… ahí sigo teniendo mis dudas.

Sea como fuere lo que está muy claro es que esta bajada de pantalones de Ciudadanos la están tratando de camuflar con las herejías del lenguaje, con el circunloquio de la “mala praxis”, y todo para seguir donde estábamos: en un país donde gobierna un partido que más bien parece una organización mafiosa y donde la corrupción, visto lo visto en los medios de comunicación día tras día, se ha instalado para no irse.

No queramos, señor Rivera, retorcer el idioma. Eso lo hacen muy bien los poetas y usted de poeta tiene más bien poco.

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