El peso político de la Provincia de Buenos Aires en las elecciones argentinas es claramente desequilibrante. En una elección legislativa como la de octubre próximo Buenos Aires, como el resto de las provincias renovará el 50% de sus representantes en la Cámara Baja, por lo que elegirá 35 Diputados Nacionales que es el equivalente a lo que eligen otros 13 distritos juntos (Misiones, La Pampa, San Juan, Santa Cruz, Jujuy, Catamarca, Santiago del Estero, Corrientes, Neuquén, Tierra del Fuego, Río Negro, Formosa, Chubut) y sin considerar que aun así la Provincia de Buenos Aires se encuentra subrepresentada.

Situación similar, aunque agravada, ocurre en el caso de las elecciones presidenciales, desarrolladas en distrito único, donde la Provincia de Buenos Aires nuclea el 37,01% del padrón aproximadamente, lo que equivale al resto de los distritos del país con la excepción de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y las Provincias de Córdoba, Santa Fe y Mendoza (esto explica, en parte, porque habiendo ganado pocos distritos más que estos, Mauricio Macri haya triunfado en el país).

Es decir, como muchas veces se la describe, la elección en la Provincia de Buenos Aires es la madre de todas las batallas, puesto que un triunfo en este distrito derrama un reflejo en el resto del país que es difícil de ignorar. Como ejemplo de esto, tan sólo una vez en la historia reciente, el partido político que ganó en la elección bonaerense no pudo replicar en términos nacionales.

Esto, sumado a la resonancia mediática que lo ocurrido en el ámbito del Área Metropolitana de Buenos Aires tiene en el resto del país, ya que allí es donde residen los principales medios de comunicación de alcance nacional, hace que muchos políticos decidan participar de los comicios en este Distrito (y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) haciendo uso y abuso de las prerrogativas legales. Así ocurrió con Néstor Kirchner, que tras haber sido una vez intendente de Río Gallegos y tres veces gobernador de Santa Cruz, se presentó como candidato a Diputado Nacional por la Provincia de Buenos Aires, o Cristina Fernández, quien tras haber sido Diputada Provincial, Diputada Nacional y Senadora Nacional por Santa Cruz, truncó su mandato popular para presentarse al mismo cargo, pero esta vez por la Provincia de Buenos Aires.

Pero esta situación no ocurre sólo a la derecha del espectro ideológico, hacia la izquierda ocurre algo similar, donde el Partido de los Trabajadores por el Socialismo anunció que Nicolás del Caño competirá por una banca por la Provincia de Buenos Aires en nombre del Frente de Izquierda y los Trabajadores. También el frente oficialista de Cambiemos apela a esta práctica reconociendo la importancia que tiene la elección bonaerense y como un triunfo allí impacta en el resto del país.

Por ello la Provincia de Buenos Aires es el único distrito del país en donde la mayoría de los peronistas han decidido participar de los comicios sin el peronismo, lo cual no deja de ser paradójico, puesto que a priori demostraría ser una debilidad ya que dividen el voto que potencialmente podrían recibir, pero por otro lado pretende generar una virtud a partir de dicha debilidad, puesto que con la candidatura de la ex Presidente Cristina Fernández en territorio bonaerense, se plantea un juego a todo o nada en donde la ex Presidente apuesta a un triunfo suyo junto a los más fieles que la catapulte en términos nacionales como la única alternativa electoral al actual gobierno.

Teniendo en cuenta estos antecedentes cabe analizar los diferentes escenarios que se plantean en las próximas elecciones en terreno bonaerense, donde todas las encuestas previas vaticinan una alta polarización entre el oficialista Cambiemos y el recién lanzado Frente Unidad Ciudadana.

El primer escenario es un triunfo holgado, y poco probable, de Cambiemos. Esta situación plantearía el virtual fin del peronismo kirchnerista como opción electoral y plantearía un replanteo interno en el peronismo del que no tenemos antecedentes próximos como para tomar de referencia. Quizás algo parecido ocurrió tras la derrota en las presidenciales de 1983, pero el nivel de homogeneidad de entonces es inexistente hoy en día, por lo que tampoco es un antecedente válido. Ante esta realidad, la cuestión es saber cómo actuarán los denominados ‘barones del conurbano’ que acompañan a Cristina Fernández en su aventura electoral, si tras una eventual derrota pegan el salto al oficialismo (‘no sería la primera vez que ocurre… ni la última’), buscan regenerar el peronismo desde adentro volviendo al ruedo o se abroquelan en la patria chica a partir del florecimiento de partidos vecinales.

Un segundo escenario es que triunfe el Frente de Unidad Ciudadana y que el oficialismo no logre generar una mayoría legislativa. En ese caso el fantasma de las elecciones de 1989 y 2001 en las que el peronismo se encargó de acelerar las condiciones subjetivas para un recambio presidencial parecen cernirse una vez más sobre la Argentina.

El tercer escenario, y más probable, es el triunfo de Cambiemos en la Provincia de Buenos Aires, nadie duda de su triunfo en la Ciudad de Buenos Aires y algunos de los principales distritos del interior del país, por estrecho margen. Esto plantea una situación compleja, puesto que la oposición carecería de fuerza para triunfar y, si finalmente Cristina Fernández es candidata, pierde como potencial presidenciable a quien hoy por hoy se erige como única alternativa cierta al gobierno.

Si bien hay países en que una derrota en una elección intermedia no es óbice para condicionar su carrera política, en Argentina no abundan los ejemplos de ello. Comenzará entonces una carrera contra reloj para encontrar un candidato que sea alternativa viable para las elecciones de 2019, pero ya no por la versión kirchnerista del peronismo sino por la más conservadora, católica y caudillista, encarnada por ejemplo, en el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey.

La historia comenzará a develarse en agosto tras las PASO y, definitivamente, el último fin de semana de octubre con las elecciones legislativas. Se producirá entonces la madre de todas las batallas y en este caso sí, perder una batalla significará perder la guerra.

 

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