Arranca la XII legislatura, si es que puede llamarse así a esta ceremonia de la confusión, y la primera en la frente la ha dado, como no, el PP. Ana Pastor será la presidenta del Congreso con el apoyo de Albert Rivera, que por fin se ha quitado la careta y ya va de lo que es, de lo que siempre ha sido y siempre será: un hombre que trabaja en la sombra para la derecha, para las clases altas, para Rajoy, pese a que el joven político catalino se empeñe en decir lo contrario. Rivera lleva dentro de sí un Jekyll y un Hyde, es capaz de pactar con Pedro Sánchez y al día siguiente darle la mano al señor de los hilillos. El chico es voluble, veleta, catavientos, sirve lo mismo para un roto que para un descosido, lo mismo para echarle un remendón al maltrecho PSOE que para entronizar a Rajoy, que al final va a ser presidente por pesadez, por plomizo, por plasta. Nadie quiere unas terceras elecciones y todos dejarán que gobierne el manda gallego por no tener que volver a escuchar sus mítines infumables. Rivera es el hombre bisagra, el pegamento malo de nuestra democracia, el cemento de todo a cien capaz de sujetar los cimientos agrietados de nuestras bamboleantes instituciones políticas. Es lo que tiene ser de centro derecha, que puedes jugar a dos barajas y hasta a tres si se ponen tontos.

Se abre la legislatura más triste, decepcionante y estéril de nuestra historia reciente. Flota en el ambiente cierto aire de desilusión y desengaño, una atmósfera de que todo el pescado está ya vendido, y lo peor de todo, de que han ganado los cuatreros de los sobres y los butroneros de las cajas de ahorro. Al final gobernará el de siempre, el barbicano abuelito cebolleta de las frases lapidarias, el vejete entrañable que parece no haber roto un plato (ni un vaso) pero que a poco que le deje Rivera seguirá abrasándonos a impuestazos, a contratos basura y a recortes para ganancia de los ricos. Rajoy es lo más parecido a Franco que ha tenido este país: un hombre aburrido y plano, en apariencia inofensivo, que se perpetúa a sí mismo, sin dar un paso al lado, haciendo un daño irreparable al país. A Franco solo le interesaba pescar salmones, a Rajoy su running mañanero para mantener la forma de atlético jubilado. Rajoy es un pensionista en funciones, está pero no está, gobierna sin gobernar, y su sello de letargo y desgana se lo acaba imponiendo al país.

Pedro Sánchez, desde su último escaño, noqueado y hundido, entregado y mudo, se pregunta por qué no ha sido él el presidente. Muy fácil, señor Sánchez, porque tuvo miedo de la izquierda, porque sintió vértigo ante las siglas históricas de su partido centenario. Prefirió pactar con la derecha y así le ha ido en las urnas. Iglesias, también en horas bajas, ve cómo se esfuman los cielos que pretendía asaltar. El pobre se ha hecho viejo de repente, en cuatro días. O lo han hecho viejo. O la coleta ha pasado de moda porque pega calor en verano. Quién sabe. Los independentistas de Homs y Tardà juegan a reventarlo todo desde dentro, como siempre, ahí no hay ninguna novedad. Son los únicos coherentes con su programa destructivo y votarán a Rajoy porque contra la derecha española se vive mejor. Todos han votado muy burocráticamente la presidencia del Congreso y al final ha salido Ana Pastor, que es como Rajoy pero en mujer, la mujer barbuda del circo político. Dicen que Rafa Hernando le ha levantado la sillita de la reina a Celia Villalobos, apartándola a última hora, y que ésta se lo ha tomado «como una señora». Habrá que verlo, de una malagueña temperamentá no se ríe uno y luego se larga tan fresco y lozano por la M30 del Congreso, por mucho que se llame Rafa Hernando. No hijo no. Veremos cuánto tarda la andaluza en rajar de Rajoy.

Y así arranca la legislatura del hastío, la resignación y el desengaño. Próxima parada en el calendario interminable: la investidura. Si el PSOE se abstiene (Felipe, Guerra y Borell lo están pidiendo a gritos) Rajoy será presidente. Será la liquidación por cierre de un prescindible e intranscendente PSOE. Los plazos se agotan, los protocolos se cumplen, los reglamentos se aplican. España es un país de pocas ideas y muchos reglamentos. Los españoles ya no esperan nada de gente incapaz de dialogar y ponerse de acuerdo. La partida está amañada de antemano mientras el pueblo languidece en medio de la pobreza, la falta de futuro, los rituales parlamentarios que se eternizan durante meses y los políticos funcionarios que fichan de ocho a dos. A falta de Aguirre solo nos queda una esperanza: que sin rodillo pepero para sacar leyes a machamartillo nos dejen en paz una temporada. La política española se ha convertido en la insoportable levedad del ser, como en aquel novelón de Kundera. Que hable ya el chisposo Felisuco. A ver si así nos reímos un poco.

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