Rodrigo Rato tiene diez días para ingresar en la cárcel. Game over, punto final, se acabó la partida de póker. Es la caída definitiva del que fue gran ídolo y gurú de la economía mundial durante los años nefastos del crack. El Tribunal Supremo ha confirmado la pena de 4 años y medio de prisión para el ex director gerente del Fondo Monetario Internacional por delito continuado de apropiación indebida en el caso de las ‘tarjetas black’ de Caja Madrid. El órgano judicial ratifica las líneas maestras de la sentencia que dictó la Audiencia Nacional en este asunto y condena a los 63 ex directivos y ex miembros del Consejo de Administración de la entidad que se beneficiaron de fuertes sumas de dinero procedentes de estas tarjetas opacas para Hacienda.

La sentencia establece como responsabilidad civil la devolución por los acusados de más de 12 millones de euros gastados con las tarjetas. De ellos, 9,3 millones se gastaron en la etapa de Miguel Blesa como presidente de Caja Madrid y 2,6 cuando el presidente de la entidad (después Bankia) era Rato.

De esta manera, la Justicia cierra uno de los casos más vergonzantes de la corrupción de los años del PP. Ahora ya podemos decir que Rato, el gran ministro de José María Aznar, era en realidad un defraudador que sabía moverse como nadie en los despachos de las grandes corporaciones y en las puertas giratorias. El llamado padre del milagro económico español estaba llamado a ser el sucesor de Aznar en la presidencia del Gobierno, oferta que Rato rechazó hasta en dos ocasiones, lo que propició que el presidente del Gobierno optara finalmente por Mariano Rajoy como heredero del partido. El hombre fuerte del PP dejó la política en 2004 para ser nombrado director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), que no es una puerta giratoria cualquiera, sino la puerta giratoria con mayúsculas, el portón dorado con el que sueña todo economista y hombre de negocios que se precie. Más alto no se podía llegar a menos que uno viajase a la Luna. Allí, en el Olimpo de las finanzas mundiales, trabajó el aclamado exministro durante tres años, hasta que finalmente presentó su dimisión en 2007 alegando motivos personales.

Su gestión fue nefasta y su salida del organismo internacional marcó el principio del fin de su reputación personal y profesional. Un informe interno del FMI señala que los años de mandato de Rodrigo Rato al frente de la entidad fueron muy negativos para la economía global, ya que precedieron al estallido de la crisis inmobiliaria de 2008, de la que aún no hemos levantado cabeza. Según el FMI, entre 2004 y 2007 se vivió una burbuja de optimismo mientras se gestaba la mayor crisis financiera desde el crack del 29. El informe detectó deficiencias organizativas, batallas internas, falta de comunicación, presiones políticas, autocensura y falta de supervisión y control por parte de la dirección del FMI. Tras su paso por Washington, Rato recaló en el Lazard, un banco de inversiones franco-estadounidense, y más tarde fue nombrado consejero asesor internacional del Banco de Santander, del que sería despedido posteriormente por su implicación en los escándalos. Finalmente fue designado presidente de Caja Madrid y más tarde de Bankia, una historia cuyo triste final de ruinas y quiebras ya conocemos.

La salida a Bolsa de la entidad propició la foto definitiva de un Rato eufórico tocando la campanilla del flautista de Hamelín, sonrisa triunfante y pulgar erguido, y también la descapitalización de la entidad, la vergüenza de las “tarjetas black”, el despilfarro sin medida, un desesperado plan de reflotamiento de la entidad por valor de 6.000 millones de euros de dinero público, el contagio de las demás cajas y bancos (que fueron cayendo como piezas de dominó) y el rescate del sistema financiero español por Bruselas, que inyectó 100.000 millones de euros para evitar la quiebra total. Nada de eso impidió que Rodrigo Rato se fuera a su casa tras haber cobrado un sueldo nada despreciable de 2,34 millones de euros, uno de los más elevados en la historia de los ejecutivos de banca.

La Justicia está cerrando, con esta condena y con otras que aún están pendientes, una de las etapas más duras para el prestigio de la política en España: el tiempo de la corrupción del Partido Popular. El hecho de que sean los tribunales los que estén cumpliendo con su deber de control al poder en base a su obligación de cumplir y hacer cumplir la ley es la muestra de que la pretendida impunidad de los dirigentes del PP no era tal y que se han encontrado con el muro del Estado de Derecho, ese al que tanto apelan cuando se trata de asuntos territoriales y que tanto despreciaron todos y cada uno de los personajes que están pasando por el banquillo y que, en algunos casos, ya se encuentran cumpliendo su correspondiente pena de prisión.

En referencia a esto, la Audiencia Nacional ha prorrogado por riesgo de fuga la prisión preventiva de Luis Bárcenas, Guillermo Ortega y Alberto López Viejo hasta la mitad de su condena. Por tanto, una época se acaba y la impunidad de los corruptos del PP parece que ha llegado a su fin, sobre todo, tras la imputación de otros líderes que hasta ahora se habían librado de ser condenados como, por ejemplo, Francisco Camps.

La frase de Rodrigo Rato que pasará a la historia es aquella que soltó descaradamente durante la comisión de investigación sobre la crisis y el rescate financiero cuando, a preguntas de los demás diputados sobre los factores que nos llevaron al desastre, tuvo el desparpajo de decir: “Es el mercado, amigo”. Tras la sentencia del Tribunal Supremo que establece que dispondrá de sólo unos días para preparar la mochila e ingresar en prisión, ya se le puede responder a él: “Es la Justicia, amigo”.

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