Es bien conocido que el Estado de Derecho consta de tres pilares básicos: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. En nuestro país, disponemos de una democracia joven y demasiado imperfecta, lo cual se debe a su origen al provenir de una cruel dictadura que, poco a poco, se fue reformando hasta pasar a ser una democracia, sin atisbos de ruptura, que le habría dado un carácter más popular, con especial cuidado de las clases más desfavorecidas, y con un reparto justo de la riqueza. Dicho de otra forma, una democracia que fuera la imagen especular de las más viejas del continente, entre las que se encuentran las de los países nórdicos; con una alta imposición a las rentas más elevadas, pero con un Estado de Bienestar potente y proteccionista.

Por desgracia, desde un principio, se vio con nitidez que la Constitución del 1978, diga lo que se diga, no iba a ser nada parecida a lo deseable para la mayoría. La derecha, con demasiados rasgos fascistas, impuso mayoritariamente sus criterios, con lo que el binomio reforma-ruptura se desplazó claramente hacia el segundo. La izquierda, demasiado blanda, cedió bastante más de lo deseable; desde entonces, en este país gobiernan la banca y las grandes corporaciones.

Con unos poderes legislativo y ejecutivo que hicieron bastante real la frase del dictador: “todo está atado y bien atado”, no se podía esperar que el aparato judicial se comportara de otra forma lo cual, fundamentalmente en lo referente a la lucha contra la corrupción, está teniendo unas consecuencias fatales para la gente más humilde y, por ende, a la larga, para la convivencia de todos.

Resulta petulante arrogarse la representación de la gente, pero es que cualquiera puede hacerse portador del interés general y llegar a la conclusión de que la Justicia no es igual para todos; no es que no sea ciega sino que tiene ojos de lince; o como se decía en aquella serie de dibujos animados: “cuervo loco, pica pero pica poco”.

A veces sufrimos la ilusión óptica de que en este país “el que la hace la paga”, pero cuando se “baja el balón al suelo”, y se le da un repaso sosegado a la infinidad de casos de corrupción, por desgracia, se da uno cuenta de que “no es lo que parece” y, además, se llega a la conclusión de que los corruptos al final se van, por la puerta de atrás, pero se van; habiendo estado un breve tiempo en la cárcel o sin pisarla, y con los billetes de 500, 200 y 100 euros convertidos en especies en peligro de extinción.

Ahí están los Pujol, con el patriarca autoinculpado pero viviendo en su chalet; Rodrigo Rato, metido en varios juicios, con la evidencia de que es culpable, pero tomando el baño en un yate de lujo; Bárcenas, que siendo tesorero, según sus jefes, era el único que lo sabía todo, esquiando en el Pirineo; o la infanta Cristina, la “Desmemoriada”, como Ana Mato y otros, en su casa tan pancha y su marido, condenado a 18 de cárcel viviendo en Suiza sin retirada de pasaporte. ¿Es esto una república bananera?, ¿estamos al nivel de los países como Venezuela y otros pero, todavía, sin problemas de orden público y violencia callejera?

Y así un largo etcétera a lo ancho y largo de la geografía española, con mención expresa a las comunidades de Valencia y Murcia; con ríos de tinta y horas de radio y televisión consumidas en el asunto, para al final, llegar a la triste conclusión de que cuando se pregunta, ¿hay algún corrupto que haya devuelto el dinero y esté pagando su condena de prisión?, la respuesta que se escuche sea la de la paz de los cementerios.

Así de triste pero así de real.

 

1 COMENTARIO

  1. Lo ha clavado vd., sr. Garcia. Todo es un paripe , los peces gordos tienen muchos amiguetes en sedes judiciales. Se rien de nosotros a mandibula batiente….y todavia ganan elecciones.

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