La victoria de Benoît Hamon sobre Valls en las primarias del Partido Socialista Francés ha supuesto un notable giro en la abisal derechización de los partidos de la II Internacional, cuyos protagonistas inaugurales de esta tendencia, entre otros, fueron Felipe González y el italiano de tumultuosa vida pública Bettino Craxi y que tuvo oneroso correlato en la tercera vía de Blair. El PSF siempre ha tenido una notable ala izquierda que procede tanto del PSU como de las figuras más a la izquierda de la SFIO, sección francesa de la Internacional Obrera, el antecedente del PSF. También el laborismo británico contó con la mítica figura de Tony Benn y sus diputados rebeldes.

Es una reacción ante el ataque continuado contra la identidad de la izquierda por parte de los regímenes políticos reconstruidos sobre la hegemonía social y cultural de la derecha y por los cuadros de la izquierda que consideran que sus propios valores e ideología están fuera de la realidad y que no es otra cosa que docilidad implícita a la cosmovisión conservadora. El sistema ataca más a Hamon que a Le Pen; en Gran Bretaña, Corbyn recibe duros ataques e incluso sufrió un coup de force orquestado por el grupo parlamentario que el líder laborista supo frenar con la fuerza de los sindicalistas, los trabajadores y los jóvenes del partido. En España, el PSOE vive la fractura causada por el complot de unos dirigentes territoriales y la vieja guardia orgánica para evitar la formación por parte de su secretario general de un gobierno de progreso, forzar su defenestración para formar un politburó antiestatutario que reorientara el partido en la línea de favorecer la continuidad en el ejecutivo de la derecha y promoviera un liderazgo bien visto por las élites y acomodado a las políticas conservadoras.

Una crisis del socialismo debida a la inercia de unos dirigentes que actúan sobre una teoría interesada de la sociedad y no sobre la realidad social. Se propicia, bajo ese esguince psicológico y estratégico, que el análisis político se escore en exceso a la excusa como centralidad de actuación pública y también extravío de la cualidad ideológica que debería constituir a la organización. Bogar como partido de Estado de un régimen de poder tan propicio a las hechuras de las minorías dominantes, produce una desnaturalización de cuanta política no esté encorsetada en un conservadurismo que sólo admite matices para que el atrezzo no se adivine en su conjunto. Desmayada la ideología, adepto el Partido Socialista a un régimen de poder distante de su propia esencia constitutiva que lo convierte en frágil y fugitivo, exiliada la capacidad de establecer vínculos emocionales con la ciudadanía, el acto político queda reducido a una simple lucha por el usufructo del poder desprendido su ejercicio de fines trascendentes.

Cuando la finalidad de la izquierda se convierte paradójicamente en ser parte del establishment en lugar de combatirlo, la ciudadanía contempla perpleja como los más combativos contra las políticas de progreso son los cuadros de los partidos de izquierda instalados en la confusión de una extemporánea posmodernidad neoliberal, actuando en contra de su propio sujeto histórico, dejando, por tanto, en desamparo a las clases populares, a los trabajadores y a la mayoría social y sus intereses de clase, cumpliendo lo que afirmaba Michels sobre las oligarquías en los partidos políticos: Todo poder sigue así un ciclo natural: procede del pueblo y termina levantándose por encima del pueblo”.

 

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