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La izquierda continuista ante el conflicto catalán

Jorge Sequera
Jorge Sequera
Doctor en Sociología. Actualmente es investigador en la Universidad Nova de Lisboa. Ha trabajado como investigador y profesor en diversas universidades de prestigio. Sus líneas de investigación abordan fenómenos claves de la sociedad postfordista y la metrópolis, como el consumo, los estilos de vida, las nuevas clases medias, la segregación residencial, la exclusión social, la sociedad de control, los movimientos sociales urbanos y la protesta social. Además, es cofundador de la Oficina de Urbanismo Social en Madrid y participa en diversas redes de investigación internacionales, como LXNIGHTS y TUKN.
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análisis

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¿Y si estuviesen ganando de nuevo el relato aquellos que fundaron el Régimen del 78 (R78)? ¿Y si el miedo estuviese cambiando de nuevo de bando? No se trata ya solo de la recomposición del R78, sino de la fagocitación al completo del relato antagonista que desde el 15-M en 2011 (no por novedoso, sino por aglutinador y potencialmente vertebrador de cambios sociales) hubiera puesto en jaque durante un tiempo a las instituciones políticas del Estado. Y el eslabón con el continuismo de la Transición en este episodio político lo está siendo, por paradójico que parezca, la izquierda parlamentaria española. El discurso y la posición de Podemos ante el conflicto por el derecho a decidir –en última instancia, lo que está en juego, no lo olvidemos– manifiesta con más claridad esta conquista del relato conservador, el unionista, el legalista (el del imperio de la ley), que ha hecho virar al propio partido de Pablo iglesias de una defensa en sus primeros años como partido del derecho a decidir (referéndum pactado), a otro mensaje cargado de belicismo y frentismo: “queremos ganar a los independentistas en las urnas”. Así nos han obligado a escoger, nuevamente, en ese juego falaz del “ni de izquierdas, ni de derechas”, porque ahora solo se nos permite ser “los de abajo frente a los arriba”.

El argumento equidistante aplicado es sencillo: “ni 155 ni DUI”, como si ambos mecanismos estuvieran exentos de un contexto político concreto y sencillamente se hubieran puesto encima de la mesa en el mismo momento, de forma equilibrada y en simetría de fuerzas. De esta forma, el miedo a la represalia social, que en ese estado de sitio con himno propio y de reminiscencia futbolística –¡a por ellos!– mina nuestra capacidad crítica y nos obliga a anteponer una coletilla a cada opinión que demos sobre el caso: “Yo no soy independentista, pero [aquí el argumento válido]”. Primera victoria: frentismo vs derecho a decidir.

Ya contábamos con la capacidad de la derecha para emocionar y arrastrar multitudes detrás de frases vacuas como el “rompen España”; “defenderemos el Estado de derecho”; “nadie está por encima de la ley”; “el que la hace la paga”, etc. Argumentos todos de tintes guerracivilistas y que sitúan al enemigo en el que está al lado, aquel que ha encontrado a través de la lucha por la independencia su forma de contrarrestar desigualdades o privilegios, y que han calado en lo más profundo del relato progresista, retorciéndolo y generando nuevos frentes en la izquierda. Fugazmente, las CUP han pasado de ser un referente en la organización de los municipalismos de base y sociales en la península al objetivo a derrotar. Porque, ya lo sabemos, son quienes le hacen el juego a las élites. Y porque nosotros (no sé muy bien quién es ese plural mayestático) no somos independentistas. Segunda victoria: izquierda vs independentistas.

¡Ah! Las élites: el nuevo relato truncado. Cuando Podemos o candidaturas municipalistas deciden co-gobernar algunas regiones con el PSOE –a diferencia de los dardos que se lanzan a las CUP– ya no lo analizamos como un alineamiento con aquellas élites políticas que participaron en las políticas austericidas de los últimos años, o que nos dejaron la peor herencia felipista. Ahora, embaucados por ese neolenguaje aséptico y tecnocrático, esas alianzas con las elites se revisten con ligereza de “sentido común”, de “altura de Estado”, de “gobernabilidad”: nuevamente todo un recetario propio del Régimen del 78, no ya en recomposición, sino en fase de peligrosa propagación (spoiler de Stranger Things 2: esas enredaderas del otro-lado-del-mundo que van enraizando y tragando al mundo-tal-y-como-lo-conocemos. El Demogorgon vuelve). La amnesia social se reifica y todo aquel proceso que nace en 2011 (legitimidad por encima de la legalidad, plazas por encima de instituciones) y que deshizo durante un tiempo ese nudo gordiano (o lockiano) impuesto por el que democracia y ley son unívocos, vuelve a caer en el olvido.

Durante un tiempo dejamos patente que si lo llaman democracia y no lo es, es precisamente porque la democracia que tratábamos de desbordar era aquella que queríamos refundar bajo significados como legitimidad, derecho a decidir, poder popular, etc. Pondré un ejemplo: hace años aquellas campañas de Rodea el Congreso que fueron multitudinarias y que congregaron a miles de personas durante días frente a las Cortes tenían como finalidad o como deseo, en última instancia, deponer al Gobierno elegido democráticamente. No cabía otro relato en aquel momento que la propia defensa de la acción colectiva, y que su marco de justicia social acabarían por revelar la propia contestación como legítima. Y sólo entonces Rajoy y sus acólitos acabarían saliendo del hemiciclo en helicóptero, muy ‘a lo Argentina’ en 2001. Eso no ocurrió, sin embargo el relato de “hay que echarlos”, “que se vayan todos”, caló profundamente en el imaginario social, precisamente porque parecía legítimo. Por desgracia, hoy la única estructura mental (y de acción política) que arrastra multitudes parece ser la victoria aplastante de vetustos significados que se vuelven a anclar – si cabe con más fuerza- en el significante Democracia (por seguirle el juego a Íñigo Errejón): imperio de la ley, legalidad, Constitución, orden. Tercera victoria: democracia-Ley vs democracia-política.

Así, la batalla iniciada hace mucho tiempo en Cataluña por el derecho a decidir, por poder realizar un referéndum, ha terminado por desfigurar atrozmente aquel relato de lo legítimo, de lo democrático, de la capacidad de impugnar mediante mecanismos (sufragistas en este caso) las condiciones de vida que buena parte de la ciudadanía catalana hace ya tiempo que desea expresar libremente, sin ser acallados, sin ser estigmatizados. Por desgracia, nos encontramos con la revitalización del status quo, y no lo digo por aquellos que damos en considerar Régimen del 78, sino precisamente por los que desde 2011 decidieron impugnarlo. Son muchas las voces desde la izquierda (desde abajo, si lo prefieren) que utilizan circunloquios para posicionarse en frente de aquellos que legítimamente expresan su deseo de marcharse del Régimen del 78, o al menos de poder decidirlo. Para ello repiten sin cesar tópicos que otrora no hubiéramos imaginado salir de sus bocas (¿o sí?): “Yo quiero ganar a los independistas en las urnas”, “le están haciendo el juego a los del 3%”, “son unos pijos y empresarios catalanes” (en referencia a los presidentes de Òmnium y ANC encarcelados), “es la burguesía catalana que engaña al pueblo catalán”; “lo que quieren es irse para que no se les juzgue por corrupción”, “los de la CUP son unos flipados”; “si se van los catalanes, perdemos una bolsa importante de votantes de la izquierda”; “están dando alas al PP”, “son irresponsables”; “los de la CUP no dudan en gobernar con los de los recortes”; “lo importante es la Gürtel, ¿no lo veis?”; “nacionalismo es siempre de derechas”; “el 1-0 fue una movilización social, no un referéndum”; “sí a un referéndum, pero con garantías y pactado”. Cuarta victoria: el (los) referéndum(s) no es(son) legal(es). A otra cosa.

Por último, las voces desde la izquierda institucional nos recuerdan que nuestro mayor problema es y será siempre -y así lo rescatan incesantemente hasta el sopor- que lo fundamental es la corrupción, el desempleo o la crisis, acallando de esta forma la legítima defensa del derecho a decidir y a la libertad de expresión, como parte fundacional de una democracia. Mientras tanto, el relato del `ajusticiamiento del pensamiento´ se ha introducido sin problema en nuestra cotidianeidad política. La Ley Mordaza ha invadido todas las parcelas de la vida política y social. Porque ayer no sólo encarcelaban a los consellers de JxSí, sino que además se juzgaba a 12 raperos en la Audiencia Nacional por delitos de enaltecimiento del terrorismo y a los que se solicita 2 años de prisión; el mismo día que también el primer tuitero en España irá a prisión, fruto de la “Operación Araña”, donde la Guardia Civil persigue la libertad de expresión en redes sociales. ¿Y si ya hubieran ganado el relato? ¿Y si el miedo ha vuelto a cambiar de bando?

 

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