La lealtad (no confundir con gratitud ni estómagos agradecidos) es uno de los ingredientes básicos de la política. No se puede avanzar en un proyecto político sin leales, de los de verdad, esos que luchan por convicción propia, más allá del interés legítimo. Simplemente por la satisfacción que produce creer en un proyecto que va íntimamente relacionado con una forma de pensar y vivir.

Hace más de un siglo, el filósofo estadounidense Josiah Royce exponía en “La filosofía de la lealtad” que ésta era «la devoción consciente, práctica y amplia de una persona a una causa”. Pues bien, sorprende que en el terreno político a día de hoy haya una ausencia casi aberrante de lealtad.

Hoy los leales parecen no tener espacio en la política: se hacen acusaciones antes que propuestas, muchos vendidos antes que forjadores, y oportunistas antes que probos. Ya no importan las ideas, sino sólo destruir el físico del contrario que a mayor abundamiento resulta estar en el mismo partido político o tendencia ideológica. Los caníbales de la política y las hienas del poder danzan estratégicamente en torno a sus ocasionales víctimas, bajo la mirada cómplice de políticos, jueces, militantes, simpatizantes, todos han caído en el maremágnum de la idiotez colectiva.

somos desleales cuando a quien seguimos no le hablamos con franqueza, honradez y sinceridad

Aunque en la política la lealtad es un discurso sin convicción, ésta sigue siendo un valor que nadie puede arrancarle al ser humano, pues si es real no hay fuerza que la doblegue, la vida política siempre pone a prueba este valor; los leales abundan cuando todo va bien, pero se diezman cuando hay problemas, y es cuando queda de manifiesto quien es dueño o no de ese valor que, aunque hoy evidentemente está en desuso, es básico para poder mantenerse como ser humano sin caer en la frustración de fallarse a uno mismo.

La política es un terreno fértil para las desavenencias, pero también para entender que es el método más civilizado que conoce la humanidad para ponerse de acuerdo, desde la política se pueden distinguir con claridad al “leal de paso” al “leal de verdad”; la envidia, las zancadillas, los propios intereses no deberían tener cabida y la lealtad da independencia de criterio, con el partido, el líder o el amigo.

La lealtad no se debe confundir con la sumisión y la adulación, somos desleales cuando a quien seguimos no le hablamos con franqueza, honradez y sinceridad.

Entre nosotros y ahora que nadie nos oye… una confesión, ¡cuánto echo de menos la lealtad!

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