Estamos en verano y regresa con los calores y las canciones de ritmos pegadizos la que viene siendo una lectura obligatoria para pasar los últimos periodos estivales. Estamos en verano y con la subida de temperaturas no puede faltar la propuesta secesionista en Cataluña del Govern de turno. Subiendo, cada verano, el nivel de intensidad de enfrentamiento con el Gobierno central y obligándonos al resto a tomar posición sobre un tema que puede resultarnos a muchos tan incómodo como necesario: el modelo territorial del Estado.

La solución de la Constitución duró lo que duró y hoy nadie puede negar la evidencia de que ha sido superada sin propuesta acordada sobre la mesa. En los últimos años todo han sido parches, acuerdos políticos bilaterales y postelectorales que solo han beneficiado a algunos territorios. Hasta llegar al actual choque de trenes, con sus consecuencias políticas. Y no me refiero a la jornada (la llamen como la llamen) de referéndum del 1-O. En el corto y medio plazo, nadie puede predecir.

Ni que decir tiene que la izquierda, en este terreno, se mueve con poca soltura. No en esta ocasión, siempre lo ha hecho regular tirando a mal. Históricamente cualquier debate nacionalista en Cataluña y País Vasco enlazaba tensiones en las estructuras orgánicas de las formaciones progresistas porque no encontraban su acomodo en la discusión. La izquierda de por sí no es nacionalista. Lo que sí es es plural y solidaria, y en ese marco creía siempre encontrar una solución al paso que nunca llegaba e incluso pagaba electoralmente. 

Por eso, ni es de extrañar ni es nueva la situación interna que vive Podemos con este asunto digamos que catalán. Unas bases que dicen una cosa desde Barcelona y otros miembros de  su aparato de Madrid se desmarcan con otra. También lo hemos vivido mil y una vez con el PSOE y en la propia Izquierda Unida, intentando salir airosos con iniciativas vacías de avance autonómico o con un difuso proyecto de Estado Federal que nunca se ha concretado.

Es igualmente recurrente hacer una crítica severa al Partido Popular por su inmovilismo. Y una vez más es justo hacerlo. No tiene nada que ofrecer porque no quiere. La frase es exacta. Nada que ofrecer porque le interesa un contexto de polarización en el que siempre ha reforzado su base social. Más ahora, abrumado por una corrupción cuyas tramas no paran de multiplicarse y que puede hacerle solapar su evidencia. Sin nada que ofrecer, porque a pesar de que la economía nacional ha crecido un 0,9%, el empleo recuperado desde el 2008 solo ha sido la mitad y a un precio inasumible de precariedad. Los recortes de derechos sociales no se han reinstaurado y la población que logra acceder a un puesto de trabajo lo hace, en la mayoría de los casos, en condiciones de dudosa dignidad.

Pero no vale solo echar la culpa al PP. La izquierda no puede quedarse ahí porque solo crecerán el independentismo y su polo antagónico, la derecha española. La izquierda está obligada a abordar este debate no con declaración de intenciones ni organizando foros de discusión. La izquierda debe plantear ya un proyecto de Estado Federal solidario y sostenible en todos los territorios, nacionalidades y regiones con redistribución de competencias e instituciones. Una propuesta seria, trabajada y que dé seguridad. Todo lo contrario será más de lo mismo. Lo hacemos ya o el próximo verano estaremos, me temo, ante la reedición del bestseller.

2 COMENTARIOS

  1. El problema de este país es que los partidos políticos, independientemente de su ideología, no tienen los conceptos claros de estado porque entre otras cosas sus dirigentes son todos de un perfil ínfimo. Además, la justicia saca sentencias y los responsables no son capaces de exigir que se cumplan porque siempre les vuela sobre la cabeza la sombra del franquismo y todo eso que algunos siguen explotando. ¿Os imagináis un Puigdemont en Texas?, ¿O en Lyon?. Ni un fin de semana dura él y sus secuaces.

  2. Hay buenas intenciones para que se resuelva el problema, pero hay demasiada desconfianza después de todo lo que ha pasado durante estos últimos cuarenta años. Además, se quiere obligar que la balanza caiga al lado del estado, en estos momentos ya no es posible, han ido demasiado lejos.

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