Un partido político es en buena medida lo que son sus militantes y el peso de estos en la capacidad de decisión del mismo.

Teóricamente a ellos pertenecen, ellos los mantienen con sus cuotas y de ellos salen los cargos que posteriormente pasarán a representarnos a todos.

En realidad la capacidad de decisión es prácticamente nula ya sea por acción o por omisión (ausencia de primarias o primarias con avales), dependen de las subvenciones públicas y los préstamos de los bancos y los cargos no fluyen precisamente con el ritmo que sería “sano” para una organización política haciendo así que solo puedan llegar quienes hayan dedicado tiempo al partido que ya dependen en excluiva de él.

Estos son los males que ya tenemos sobradamente conocidos y que afectan con especial relevancia a los tradicionales. Para ser más concretos PP y PSOE. Pero hay más problemas, con singular relevancia para quienes se sitúan en el lado izquierdo de esa dualidad.

Para mantener el control del partido a pesar de los resultados y la acción política realizada no pocos hna considerado desde hace tiempo que la solución más fácil es menos militancia, con menos capacidad de decisión y menos crítica. Y hay quien ha logrado perfeccionar esta técnica hasta niveles dignos de estudio porque efectivamente resultado histórico tras resultado histórico han conservado la dirección de sus partidos.

El problema es que esa decisión salva a las direcciones pero cobrándose como precio la propia supervivencia de la organización. Una tentación demasiado peligrosa cuando toman el mando quienes no ven en esa responsabilidad más que una oportunidad personal.

Cuando las direcciones de los partidos toman este rumbo cortoplacista y se ponen en manos de profesionales de partido que no tienen más opción que vivir de la organización la militancia empieza a sufir cada vez mayores maltratos. Primero se van posponiendo las decisiones, luego se elimina la crítica interna (lo que supone un punto de no retorno) y finalmente cuando apenas quedan los “dependientes” el discruso se empobrece hasta un simplismo tal -fruto de la ausencia de debate y control interno- que cuando el político debe hablar a un ciudadano ajeno a su organización no es capaz de tratarle con el normal respeto y su argumento -el único que ha necesitado elaborar para lograr el aplauso de los suyos- pasa a ser la demostración de la inconsistencia de la organización.

“Nosotros lo que queremos es quitar a Mariano” escuchaba hoy en un vídeo. Atónito se quedaba el orador cuando el ciudadano le respondía “bueno, y algo más, ¿no?”. “Sí… tenemos un programa” era la última respuesta del político, que le daba rápidamente un folleto para poder salir de la conversación rápido y no tener que responder a la pregunta previa sobre los pactos de su formación.

Si tu militancia no te exije porque no dejas que haya voces que puedan hacerlo y te rodeas de quienes te aplauden porque deben hacerlo será imposible que elabores una alternativa que un ciudadano normal pueda sentir como suya. O más sencillo; si en tu partido la militancia trabaja para la dirección en vez de la dirección para el partido los ciudadanos dificilmente votarán propuestas salidas de una dirección acostumbrada a proponer sin más esfuerzo que el de perpetuarse.

Eso sí, siempre podrán buscar la semajanza épica con Edward Smith en las aguas del Atlántico y así ser recordados con otro resultado histórico..

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