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La imagen como testimonio

Antonio Periánez Orihuela
Antonio Periánez Orihuela
Maestro de Primera Enseñanza. Licenciado en Filosofía y Letras (Historia del Arte) Doctor en Comunicación Audiovisual. Tesis: La Imagen de Andalucía en el Cine Español (1940-1960) Diplomado por la Universidad de Valladolid. Historia y Estética Cinematográfica. Colaborador varios años del Periódico Comarcal, "El Condado".
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análisis

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Ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, cuando él venza.
WALTER BENJAMIN

                                                                                                                                                                                                  Resulta evidente que las sociedades vivieron siempre en estrecha relación con los documentos escritos o materiales y con las imágenes, medios fundamentales para analizar un proceso histórico. El legado de los documentos y de las imágenes es considerado un testimonio de incalculable valor de las generaciones precedentes. Por su parte, las imágenes, están presentes tanto en la morfología del paisaje natural como en el urbanismo de las ciudades que llenaron de esculturas, pinturas y escritos conmemorativos sus principales calles y plazas, así como los edificios públicos y privados. No obstante, existen otras imágenes particulares, los pequeños detalles que aparecen en cada rincón de la casa familiar, los efectos del ajuar doméstico, las joyas, los cuadros y los retratos de los seres queridos que pasan de una generación a otra y que siguen manteniendo vivos los recuerdos del pasado y la presencia del paso del tiempo. En igual sentido, los pueblos, las sociedades tratan de recuperar y mantener las imágenes como reconocimiento identitario y testimonio de su memoria histórica.

Si consideramos la estrecha relación que existe entre información y conocimiento, no hay duda que nuestra historia reciente está llena de imágenes y acontecimientos que nos permiten analizar y reflexionar sobre una etapa crucial para la sociedad andaluza. Es significativo que durante nuestra Guerra Civil, a medida que las tropas del Generalísimo ocupaban las zonas urbanas de la península Ibérica, las imágenes de su poder aparecían por avenidas, calles y plazas de pueblos y ciudades. En Andalucía, región ocupada en los primeros tiempos de la contienda, la presencia en la estructura urbana de una estatuaria conmemorativa culmina con placas de agradecimiento y de adhesión al nuevo orden. En cada pueblo y en cada aldea se acreditaba la presencia simbólica del régimen y en una mayoría aparece erigida la denominada cruz de «los caídos» con las inscripciones y nombres del bando vencedor. En los pueblos modestos estaban a un costado de la iglesia y compuesta, en estos casos, por una enorme cruz de madera pintada de negro adosada al muro de la parroquia. A un lado de la cruz, sobre un muro normalmente encalado, podían leerse escritos en negro la relación de nombres de los soldados nacionales muertos en combate, los «caídos por Dios y por la Patria». Todo un entramado iconográfico del llamado Movimiento y la simbología de la Falange.

Cuestión semejante ocurría con la nueva rotulación de las calles en pueblos y ciudades que atestiguaba, de forma clara, la presencia de los vencedores. Nombres como el 18 de Julio o 25 de Julio mostraban el cuidado del régimen en recordarle a la población, con imágenes y letreros escritos, fechas tan memorables como el Glorioso Alzamiento y la decisiva batalla del Ebro. Las nacientes imágenes aparecían sobre el ruinoso tejido urbano de la geografía española y andaluza como decisivo reflejo de la nueva realidad política y social. Las imágenes suponían los valores defendidos por el estado franquista, por ese motivo ocuparon las calles, los edificios públicos y los hogares. Las imágenes del franquismo tuvieron una presencia activa en forma de cuadros, medallas y pinturas en las fachadas de los edificios institucionales. Asimismo las imágenes se encontraban en las fachadas de las casas particulares de los adictos al régimen que, de esta forma, mostraban su entusiasmo en la defensa de los principios del poder establecido.

Había nacido un nuevo ideario, un nuevo código estético que cada institución y cada persona tenía la obligación de cumplir. El nuevo mensaje estaba presente en los edificios, pero también en el Boletín Oficial y Provincial, en los boletines radiofónicos, en la portada de todas las publicaciones oficiales y de todos los diarios.

Las imágenes después de la batalla, mejor decir después de la Victoria, reflejaban la mentalidad de los vencedores y forzaron durante mucho tiempo a conseguir los cambios en el nuevo modelo de pensamiento. Un sistema político autoritario, como el producido en la España de los años cuarenta, tenía que provocar necesariamente una transformación estética y la aparición de un nuevo lenguaje en las imágenes artísticas. Esto ha ocurrido siempre, los estados una vez constituidos hacen valer su poder sobre la comunicación, se produjo en la Roma Imperial, en los Austria del Imperio español y tras la victoria de Felipe V en el siglo XVIII. En todos los tiempos, el poder ha desarrollado un nacionalismo cultural y político instaurando la unificación territorial, así como la centralización cultural y artística.

El Régimen de Franco supo aprovechar los elementos propagandísticos de que disponía y tuvo la habilidad de impulsar otros medios de comunicación. Medios como el cine o la radio que eran relativamente modernos, aunque ya utilizados por otros regímenes fascistas europeos del momento. Aparte de los discursos, la propaganda, la escuela y el púlpito, el franquismo tuvo como aliadas otras imágenes en las que subyace un fondo moral. Este aliado fundamental fue el cine. El cine de este tiempo ofrecía su propia visión del mundo y la defensa de unas determinadas pautas de comportamiento, las imágenes estaban en sintonía con la mentalidad defendida por la clase social que regentaba el poder. Pero a este cine no le hizo falta acercarse al franquismo si entendemos que sus componentes estaban dentro del modelo social dictatorial y surge, por tanto, de las propias entrañas del sistema. Las posibles novedades, en el mercado de la cultura, fue un trabajo cuya iniciativa la llevaba una élite fervorosamente sumisa y favorecida por el propio estado.

Entre las prioridades del cine español de los cuarenta estaba la de atender a la «producción nacional» frente a la «producción extranjera» que tenía forzosamente que ser doblada al castellano. En la España de Franco sólo podía hablarse en español, es decir en castellano, las películas tenían que ser dobladas a la lengua única y oficial, las demás lenguas estaban prohibidas y perseguidas. Junto a este efectivo «proteccionismo» de lo nacional se impidió la entrada de películas que no encajaban en el programa ideológico franquista. Desde 1.939 fue imposible acceder libremente a la importación y la producción de un cine diferente, porque la distribución y la censura, civil o eclesiástica, imponían las condiciones, sin embargo, entendemos que ni el cine ni el régimen fueron monolíticos.

En el cine español de los primeros tiempos, así como el anterior y durante la etapa republicana se habían dado, tanto los “movimientos cinematográficos” como los “géneros populares”. Los primeros no tuvieron continuación por la ausencia forzosa de sus creadores como el Surrealismo de Luis Buñuel y otros del momento, que tras la victoria tuvieron que exiliarse. Por otra parte, debido a la censura algunas películas sufrieron cortes o cambios en el doblaje, otras no pudieron verse en su día y fueron proyectadas con un retraso de algunas décadas. Mogambo (1.951) de John Ford y La chica con la maleta (1.960) de Valerio Zurlini están entre las primeras. El gran dictador (1.940) de Chaplin y Por quién doblan las campanas (1.941) de Sam Wood entre las segundas. Decían los nazis alemanes que para la causa fascista, «el arte era una misión» , en la España de la Dictadura se pretendía lo mismo protegiendo el producto nacional. El cine europeo de esta etapa refleja la situación interior y los periodos de contienda, en el cine español la etapa fue más acusada por su dilatada temporalidad. Los cambios creativos en la producción cinematográfica fueron imposibles durante un importante periodo, pues quedaron condicionados por elementos económicos, sociales, políticos, ideológicos y estéticos.

El cine de la era de Franco pasó por periodos definidos y perfectamente identificables, periodos relacionados con la evolución interna del país y la influencia de los cambios producidos en la sociedad occidental. Los países europeos atravesaron las dificultades de la Gran Guerra, la posguerra, una segunda contienda, la creación de los bloques, la guerra fría, el deshielo y los acontecimientos derivados de este proceso. El Régimen español tomó una postura política y estuvo implicado en el proceso histórico del mundo occidental, primero con los aliados fascistas y más tarde con los Estados Unidos. El Estado franquista practicó desde sus comienzos un sistema político sin un proyecto definido, aunque se constata que su interés primordial fue terminar con los elementos leales a la causa republicana. En estas condiciones el cine nacional nació huérfano, sin un proyecto claro y sujeto a la deriva del poder, sin embargo, pronto se convirtió en el niño mimado del régimen y baluarte de su propaganda política e ideológica, con importantes repercusiones históricas y sociales. En esta forzosa aculturación, el cine sobre Andalucía tuvo un papel decisivo y se convierte en un referente de interacción social, donde una mayoría sometida interiorizaba los efectos de la propaganda.

RAZA 1.941, de José Luis Sáenz de Heredia
“Raza, que acertó ya en el título para lograr llegar al límite de cuanto puede exigirse a un film de su género, era nada menos-y nada más-que el histórico desfile de imágenes de todas las heroicas tradiciones de la verdadera España, grande y digna hasta en sus infortunios… (…) sobre un argumento escrito de modo perfecto por “Jaime de Andrade”, seudónimo que encubre la modesta y, al par, interesante personalidad de un gran patriota”. (Fernando Méndez-Leite)
“Raza se convirtió en la mayor epopeya oficialista del cine de la época y en un verdadero film-manifiesto del franquismo. Su adaptación fue fiel al texto literario, pero su vertebración en tres épocas distintas de la historia española-(…)- se resolvió con montajes de transición mediante sintagmas encadenados de breves escenas, a veces documentales…”(Román Gubert).
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