¿Y ahora qué? ¿Dónde será la próxima masacre? ¿Cuándo? ¿Cuántos ciudadanos más morirán? Esas son las preguntas que Europa no puede responder porque Europa no es más que un club exclusivo para ricos, no un auténtico estado políticamente cohesionado y formado por ciudadanos con proyectos y políticas comunes.

Europa no tiene una policía propia, ni un Ejército, ni espías ni política exterior común. Por no tener ni siquiera tiene un centro antiterrorista centralizado para el intercambio de información sobre células yihadistas. Los terroristas de ISIS que mataron en la sala Bataclan atravesaron medio continente para refugiarse en Bruselas sin que nadie oliera su rastro.

La Europa que cierra fronteras por miedo al sirio está paralizada mientras los xenófobos y fascistas avanzan y se organizan en Alemania, Francia o Grecia. La primera víctima del terrorismo es el humanismo y la tolerencia. Europa debe reaccionar, los países miembros deben ceder soberanía para construir un auténtico Estado federal.

Está todo por hacer, entre otras cosas estrechar lazos con las comunidades y asociaciones musulmanas de los barrios pobres de París, Madrid o Bruselas. Los guetos de las grandes ciudades europeas como Molenbeek son los criaderos de los futuros yihadistas. Sin contar con ellos, con los musulmanes de buena fe, será imposible ganar esta batalla. Como tampoco será posible sin entablar relaciones diplomáticas sinceras y estables con los gobiernos árabes que apuestan por la democracia.

Potenciar la cooperación internacional, las inversiones y la ayuda humanitaria en aquellos países amenazados por el islamismo fanático. Los comandos de Daesh han demostrado que pueden matar donde quieran, como quieran y en el momento en que Alá se lo pida. No hay objetivo imposible para ellos, un aeropuerto, un estadio de fútbol, un autobús, una sala de fiestas, una instalación militar. Zaventem era el aeropuerto más seguro de Europa. Estaba absolutamente militarizado. Había soldados armados hasta los dientes, perros policía, tanquetas. Pero los tres kamikazes se pasearon por la terminal con sus maletas cargadas de exposivos sin que nadie sospechara nada. Dos de los inmolados, los hermanos El Bakraoui, ni siquiera estaban fichados por la Policía como sospechosos de yihadismo. ¿Cómo se puede luchar contra un terrorista que ni siquiera pertenece a una organización, a una banda estructurada, a algo material?

El suicida no rinde cuentas ante ningún líder o jefe, solo ante su conciencia y Alá. Es un terrorismo extraño, difuso, imprevisible. Por eso urge estudiar el fenómeno, organizar congresos de especialistas que puedan aportar conocimiento e ideas, dotar de fondos a las universidades y centros de análisis. Y sobre todo armar una política europea común.

Al terrorismo se le vence con democracia, pero también destinando fondos y con medidas militares, eso por supuesto. Hay que atacarlos en Siria e Irak, destruir sus bases militares, cortar sus suministros de petróleo y sus canales de financiación en paraísos fiscales. Que entiendan que jamás podrán construir ese delirio al que llaman nuevo Califato. Pero usando la fuerza proporcional que emana del Estado de Derecho, no la venganza, porque «ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego», como dijo Mahatma Gandhi. Y sobre todo, hay que acoger a los refugiados que huyen del infierno de Daesh, ayudarlos, darles una salida, integrarlos. Devolverlos a sus países de origen es tanto como arrojarlos en manos de las bestias, que no dudarán en esclavizarlos y en lavarles el cerebro para devolverlos a Europa, esta vez sí, cargados de odio y cinturones de explosivos.

Europa debe ponerse las pilas ya. Llorar, manifestarse y soltar las cuatro frases manidas de siempre está muy bien, pero no sirve para nada. Es momento de actuar. Es momento de más Europa.

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