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La hora de Camps

A principios del año 2000 llega el momento del relevo, de disfrutar de lo sembrado en la época del zaplanismo. Tras ganar las elecciones autonómicas del 99 por mayoría absoluta, Eduardo Zaplana da el salto a Madrid. José María Aznar cree que el cartagenero valencianizado está llamado a más altas cotas y lo quiere como ministro de Trabajo

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análisis

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Tras el breve paréntesis en la presidencia de la Generalitat de José Luis Olivas, llega la hora de Francisco Camps. Estudiante de Derecho, hombre de huerta, de misa de doce y de discursos grandilocuentes, Francisco Enrique Camps Ortiz ve la oportunidad de hacer carrera política cuando conoce a Esteban González Pons, con quien comparte piso y anhelos de poder. A los 29 años es concejal y más tarde delfín de Rita Barberá. En el 97 ya es conseller de Cultura con Zaplana. Pero es Aznar quien lo aúpa definitivamente y en el año 2000 lo nombra vicepresidente primero del Congreso de los Diputados. En 2002, ya bendecido, regresa a Valencia convertido en delegado del Gobierno y un año después gana sus primeras elecciones autonómicas.

El chivato que osa levantar la voz es arrinconado, tratado como un apestado o convenientemente silenciado

Entre 2006 y 2008 vive su época dorada, el campsismo, e incluso se permite foguearse con los zaplanistas en una guerra sin cuartel. A las grandes obras se suman los grandes eventos: la visita del Papa en 2006, que le costará a Valencia 30 millones de euros (solo a Canal 9 le supone un gasto adicional de 14 millones, el presupuesto de dos años de la cadena autonómica); la Copa América, que dejará un agujero de 440 millones; la Fórmula 1, que se tragará otros 211 millones, más los fiascos de la hípica, los campeonatos de tenis, la Volvo Ocean Race… En poco más de una década, la deuda de la Comunidad Valenciana se multiplica por ocho, pasando de 5.000 a 40.000 millones de euros. Pero pese al fiasco en la gestión, la gallina sigue dando huevos de oro y reina la omertá en el Partido Popular. Todos callan y cobran religiosamente. El chivato que osa levantar la voz es arrinconado, tratado como un apestado o convenientemente silenciado.

La supuesta brillante gestión económica esconde un tremendo descosido en las cuentas públicas, pero aun así el nombre de Francisco Camps suena con fuerza como posible sucesor de un Mariano Rajoy marginado, cuestionado y ninguneado por la vieja guardia del aznarismo. Sin embargo, llega el Congreso del PP, que se celebra en Valencia en 2008, y cambia el curso de la historia. Camps pone brazo y tropas al servicio del líder gallego, que consigue salvar el cuello in extremis tras haber perdido dos elecciones consecutivas. Un año después, en junio de 2009, un Rajoy fortalecido pronunciará aquella famosa frase, tan profética como hueca, durante un mitin celebrado en la Plaza de Toros de Valencia: “Siempre estaré detrás de ti, o delante, o a un lado, me es igual. Gracias Paco”. Llegado el momento, lo dejará en la estacada.

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