Springsteen on Broadway es el título del doble CD y de la grabación en vídeo íntegra estrenada este fin de semana por Netflix del espectáculo que durante 236 noches (entre octubre de 2017 y diciembre de 2018) ha estado ofreciendo Bruce Springsteen en el teatro Walter Kerr de Manhattan. En este tiempo se ha comentado mucho sobre ese show, sobre todo por quienes no lo habían visto, claro está, pero este estreno ha disipado todas las dudas. Lejos de ser un concierto al uso nos encontramos ante una pieza teatral sobre el nacimiento y triunfo de una estrella de rock, con toda la miel y sinsabores que exige el camino, que sigue muchas de las claves adelantadas un par de años atrás en la autobiografía del cantante, Born to run (Random House).

La experiencia comienza con la más básica declaración de honestidad por parte de una persona que se dedica al mundo del espectáculo: “soy un fraude”. Lo reconoce él, un músico que ha compuesto, grabado y revisitado en directo una de las carteras de canciones más memorable de la historia del rock. Sí, ese tipo que a comienzos de los setenta construía épicas baladas sobre rebeldes que huían de su destino a bordo de coches clásicos… cuando él no sabía distinguir el pedal del freno del embrague. Ese que canta “hemos nacido para correr”, que quería irse muy lejos de su Nueva Jersey natal, “y he acabado viviendo a diez minutos”, admite.

A lo largo de casi tres horas de show, el músico de Freehold va desgranando historias que por momentos ponen los pelos de punta, desde su la primera guitarra en su infancia a los amigos muertos en Vietnam, hasta alcanzar el momento de mayor intimidad al recordar la relación con su padre, cuando las lágrimas resultan tan inevitables para el espectador como para el propio protagonistas. Las canciones se van sucediendo en versiones desnudas y desgarradoras, muy lejos de las escuchadas en los escenarios arropadas por decenas de miles de vociferantes fans. Aquí es como estar en el salón de casa, a media noche, en la penumbra; casi susurradas al oído de cada uno.

Decir a estas alturas que Springsteen es un gran showman es innecesario, y subrayar que es un verdadero encantador de serpientes resulta obvio. El tipo que empieza advirtiendo que, en realidad, es un fraude, nos mete con facilidad en su bolsillo con la convicción de que cuanto nos confiesa es la pura verdad, de que cada noche acepta mostrarse con esa vulnerabilidad ante un público cómplice que, por ciento, hace gala del más respetuoso de los silencios (como el del tenis, que decía Curro Romero).

Springsteen on Broadway no es, insistimos, un concierto de Bruce –solo lo llaman Springsteen los mismos que se refieren a los Stones como ‘los Rollings’-, sino una suerte de monólogo dramático sobre una estrella de rock. Y para su ejecución el músico hace gala de un destacado talento a la hora de narrar sus historias, con un empleo muy efectivo de los silencios, un juego inteligente con la distancia del micrófono y una complicidad con el público que ayuda a mantenerlo en esa intimidad del hogar ‘sprignsteeniano’ durante todo el espectáculo.

El carácter heterodoxo en el plano musical viene marcado también por un repertorio de temas magistrales pero que, salvo unos pocos casos, no es en absoluto la selección de grandes éxitos al uso. No estamos ante un show en el que se presentan las canciones, sino ante una narración para la que se emplean esas composiciones como apoyo narrativo. “Growin’ up”, ‘My Hometown”, “My father’s house”, “The wish”, “Thunder road”, “The promised land” o ‘Born to run’ son algunos de los quince temas desgranados a lo largo de esos 150 minutos de espectáculo, y para los que Springsteen no se acompaña más que de su guitarra o piano, añadiendo la armónica en ocasiones. Como parte fundamental del espectáculo biográfico, su mujer, Patti Scialfa, sale a escena hacia la mitad del metraje para unirse a él en “Tougher than the rest” y “Brilliant disguise”.

Familia, amor, guerra, política, inmigración, compromiso, arte, amistad, honestidad, depresión, fe, futuro… Pocos temas de esos que llamaríamos fundamentales quedan sin abordar por Bruce Springsteen desde su experiencia íntima, lo que entre otras cosas pone de manifiesto que además de un gran artista, es un ser humano comprometido con su tiempo, a imagen de aquellos que le sirvieron de inspiración, como Pete Seeger o Woody Guthrie. Cuando termina el espectáculo, además de un torrente de sentimientos agitando el alma, nos queda la sensación de que, haga lo haga Bruce Springsteen, a veces con más tino, a veces con más inspiración, siempre será lo mejor que pueda ofrecer. Y desde luego, siempre será honesto.

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