La guerra de Ucrania, que puede volver a recrudecerse y cuya solución política está todavía muy lejos de producirse, vuelve a situarnos en una suerte de nueva Guerra Fría cuyo desenlace, en el corto o en el lago plazo, puede concluir en escenarios muy adversos para toda Europa. Los Estados Unidos siguen conduciendo el mundo guiados por esa decimonónica idea de que solamente a esta superpotencia le corresponde la supremacía global y que Rusia, al defender su presencia en su antigua órbita de influencia geográfica, desde Europa del Este hasta Asia, sigue siendo un adversario a batir y combatir allá donde sus intereses colisionen.

Ucrania no ha sido el primer escenario donde los Estados Unidos y Rusia han chocado por la descarada tendencia de la administración norteamericana en intervenir -dicho vulgarmente: meter los hocicos- y condicionar las políticas de los antiguos Estados antaño aliados o socios de la extinta Unión Soviética. Destruyeron Yugoslavia, con la ayuda de Alemania y otros países, para dejar una región repleta de pequeños Estados dominables, endebles y sumisos, donde ya cuentan con bases militares y apoyos sólidos sin fisuras en Albania, Croacia y Kosovo.

Paralelamente a sus nunca ocultados movimientos en los Balcanes, ayuda a los terroristas albaneses del Ejército de Liberación de Kosovo (UCK) por medio,  le dieron luz verde a Moldavia para que intentara ocupar Transnistria, que era la base militar del XIV ejército ruso, y desataron una cruenta guerra con varios miles de muertos, desplazados y refugiados. Hoy Transnistria sigue siendo de facto parte de Rusia y toda su economía depende de Moscú. Moldavia fue derrotada.
 
En fechas más recientes, como el año 2008, animaron al intrépido y aprendiz de cowboy presidente de Georgia, Mijeíl Saakashvili, para que intentara tomar militarmente los enclaves autónomos de Abjasia y Osetia del Sur. Aquella operación militar chapucera y poco programada, que contó con el apoyo logístico de Washington y la cobertura de los satélites norteamericanos, estaba destinada a ser un paseo militar que se coronase con una gran victoria de los georgianos, pero acabó en una gran derrota, una intervención de las tropas rusas que si hubieran querido podían haber ocupado la capital, Tiflis, y en el reconocimiento de los dos enclaves ‘liberados’ por Moscú. 

UNA ESTRATEGIA CONTRA RUSIA DE GEORGIA A UCRANIA 


Pero está claro que nadie aprendió nada de aquella lección y los norteamericanos estaban dispuestos a pasar la línea roja, que en este caso era Ucrania, el patio trasero de Moscú y el país más vulnerable étnicamente para que se diera un conflicto en clave política entre Rusia y los Estados Unidos. La Unión Europea (UE) y los Estados Unidos apoyaron el golpe de Estado contra el electo Viktor Yanukóvich, en febrero del 2014. 

La campaña de acoso político, mediático y militar,financiada por los Estados Unidos contra Yanukóvich, considerado un aliado de Moscú, se acabó infiltrando en el movimiento cívico Maidán y acabó desestabilizando el país, utilizando la violencia y todos los medios a su alcance, hasta hacer caer el gobierno y provocar la creación de un gobierno de ‘unidad nacional’, en el que por cierto había hasta grupos de carácter fascista y nazi. El ejecutivo era un traje a la media para Ucrania de la satisfacción de Bruselas y Washington, que en su diseño estratégico siempre habían visto con satisfacción la futura inclusión de Ucrania en la UE y la OTAN.

Pero, por esta vez, los cálculos salieron errados y, en lugar de una gran victoria, como la esperada en Georgia, nos encontramos con que se consumó la anexión de Crimea y comenzó la guerra de Ucrania. Crimea siempre fue rusa hasta que, en 1954, el máximo líder soviético, Nikita Jrhuschov, se la entregó a Ucrania sin tener en cuenta consideraciones étnicas, políticas o históricas. Rusia se la había anexionado definitivamente en 1783 y durante toda la primera época soviética (1917-1954) perteneció a esta nación, que por cierto tenía en la ciudad de Sebastopol la Flota del Mar Negro.
 
Según el censo de 2001, de los casi dos millones de habitantes de Crimea el 58% es étnicamente ruso y solamente el 24% ucraniano, perteneciendo el resto a otras etnias, como los tártaros que regresaron desde Siberia tras las deportaciones ordenadas por Stalin. En marzo del 2014, una vez asentado en Kiev un gobierno inequívocamente contrario a los intereses rusos, se celebra en Crimea una consulta  independentista que avala esta opción con más del 96% de los votos a favor de la misma, para, a renglón seguido, el parlamento de Crimea aprobarla por 61 votos a favor sobre 64 parlamentarios presentes. Luego, el gobierno autónomo de Crimea solicita su integración en Rusia y, siguiendo con un guión previamente establecido, Rusia se anexiona este territorio. Por cierto, ¿no recuerda en mucho los sucedido a lo ocurrido en Kosovo en el año 2008? 

Así las cosas, Crimea fue separada de Ucrania quizá para siempre, mientras las tensiones comenzaron a crecer en las regiones donde vivía la minoría rusa, que era mayoría en el Donbass y el Donetsk y en otras partes. Muy pronto, con la ayuda y el apoyo político de Moscú, se constituyeron unos gobiernos autónomos que rechazaban la tutela de Kiev y demandaban importantes competencias frente al gobierno central. Sin embargo, la cercanía de estos territorios a Rusia y los nunca ocultados de seguir los pasos de Crimea por parte de las autoridades autónomas elevaron la tensión. Pero también hubo una clara responsabilidad ucraniana al invocar solamente la salida militar como única respuesta al desafío, usando una fuerza desmedida para doblegar a los rebeldes y llegando a bombardear a las poblaciones civiles rusas. 
 
Luego la UE y los Estados Unidos, desconociendo lo que estaba pasando e intentando un diálogo de imposibles entre los contendientes, puso de su parte para que la crisis se agravara, Rusia se sintiera traicionada nuevamente en su antigua área de influencia geográfica y viera como un nuevo cordón de seguridad de la OTAN trataba de extenderse hasta sus fronteras con Ucrania. Incluso la OTAN llegó a invitar a Kiev, en un craso error, a la cumbre de Varsovia. Europa no puede seguir humillando a Rusia y desconociendo la realidad sobre el terreno; la sumisión y fidelidad a los Estados Unidos debe tener un límite y se deben atender los intereses políticos de los europeos antes de seguir obedientemente las consignas de los halcones de Washington. Es hora de cambiar, de lo contrario caeremos en el abismo de la guerra y el caos.

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