Hace unos días vi la película cuyo título es el de este artículo. Se trata de una historia hermosa porque es un canto a la esperanza. Además, reivindica la necesidad de unión entre las mujeres para alcanzar la verdadera libertad e igualdad respecto de los hombres. La historia se sitúa en una aldea africana cuyos habitantes son de religión musulmana, pero eso no la hace menos interesante, al contrario, supone una aproximación a la situación de muchas mujeres que no ha evolucionado del mismo modo ni al mismo ritmo que la nuestra.

Nosotras, las españolas, europeas y occidentales, en general, tenemos una noción de nuestra relación con el hombre muy diferente y, aunque sabemos que la igualdad real total no ha llegado, sí hemos conquistado una posición bastante próxima al ideal que movió durante décadas a muchas a sortear dificultades, desaires e insultos de sus compañeros, los hombres. Y eso, en ocasiones, nos vuelve prepotentes e intransigentes y nos hace olvidar que, hasta hace relativamente poco, no fuimos tan diferentes. Hay que recordar nuestro Código Civil de antes de la reforma de 1974 en el que la mujer dependía del marido o del padre para cualquier actuación o transacción de la vida ordinaria. La mujer tratada como un menor de edad.

Nuestras abuelas, si pudieran vernos hoy se asombrarían. Nuestras abuelas siempre de luto, siempre con moño y el pañuelo o la mantilla tapándolo, escondiendo sus canas. Nuestras abuelas, desde jóvenes, en casa siempre, cuidando de sus hijos y de sus padres y de sus suegros y de los “tiones”, cuidando de los animales y del huerto. Nuestras abuelas que iban a la fuente a buscar el agua y al río a lavar la ropa. Nuestras abuelas que se recogían frente al fuego, de anochecida, agotadas de estar de acá para allá por llevar tanto peso a sus espaldas y aún seguían tejiendo, hilando, cosiendo, remendando. Nunca el descanso.

Si pudieran vernos, nuestras abuelas se asombrarían de lo que hemos conseguido. De acá para allá trabajando en todo lo que ellas ni hubieran pensado que podía trabajar una mujer, hasta en el ejército y en la Guardia Civil, que se dice pronto. Trabajando fuera en mil oficios. ¡La libertad, la igualdad, por fin! Nuestras abuelas querrían volver. Querrían sentir el soplo nuevo de los derechos conquistados.

Nuestras abuelas, si pudieran volver, lo verían todo. También que, de anochecida, en casa hay que prepararlo todo para el día siguiente. Para que todo funcione. Sin descanso todavía.

Y verían nuestras abuelas que sigue habiendo muerte y destrucción a manos de los hombres. Que la violencia no ha concluido.

Si vivieran nuestras abuelas, entenderían a esas otras culturas que no han avanzado. Y, seguro, les gritarían que no se contenten con seguir haciendo lo que hicieron siempre. Que luchen. Que nadie nos ha regalado nunca nada. Y nadie les regalará nada por mucho que se las apoye o se las intente ayudar. Han de ser ellas. Con decisión.

Pero, también, acaso, nos diría a nosotras, las occidentales prepotentes y sabias que nos creemos que somos las dueñas de nuestro destino, que no hemos llegado al Paraíso. Que falta mucho trecho, que vivimos en el engaño. Que no hay que contentarse todavía. Que sigamos luchando por la igualdad real.

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Soy Doctora en Derecho, Abogada en ejercicio y profesora de Derecho Constitucional en la UNED de Barbastro. Hace poco leí unos pensamientos hermosos sobre la necesidad de escribir, que me impresionaron, acaso, porque me veía reflejada en ellos. Escribir ha sido para mí algo necesario, desde siempre, algo que he hecho siempre aunque me dedicara a otro oficio o tuviera otras ocupaciones. Mejor o peor, con más dedicación o menos, en los mejores momentos de mi vida y en los peores, siempre he escrito. Creo en el valor de la palabra escrita, en su fuerza y en su belleza, hasta el punto de que me altero cuando alguien la maltrata o la utiliza sin tino o sin delicadeza. Y la palabra es, también, un arma valiosa y dura, como dijo el poeta, por eso y porque no puedo olvidar que soy, como todos, un animal político, necesito también usarla para bramar contra el orden establecido que nos aplasta y nos oprime de muchos modos y contra el que nada más tenemos los ciudadanos corrientes. De lo que he escrito, algo ha sido publicado. En poesía: en la colección Voces Nuevas, VIII selección de poetisas, Editorial Torremozas, Madrid 1991; en la obra “Trayecto Contiguo (última poesía)”, Editorial Betania, colección Antologías 1993; inédito “Donde crecen las amapolas”. Y tengo pendientes de publicar, ya en prensa, una colección de cuentos para niños titulada “Cuentos para soñar” He sido y soy colaboradora en prensa: artículos de opinión y sección de Crítica Literaria en “Franja Digital” y colaboradora habitual de la sección “Al levantar la vista” y Extraordinarios del Semanario “El Cruzado Aragonés”. Y ya, por mi profesión, he publicado en Ensayo: “Reflexiones en torno a la previsión Constitucional de los Estados Excepcionales” en la Revista “Annales” de la UNED, Barbastro, tomo V 1988; mi tesis doctoral:“ La tutela del Rey menor en la Constitución de 1978” en la colección Aula Abierta, UNED Ediciones, Madrid 2000; “La cuestión de la incompatibilidad del tutor del Rey menor con cualquier otro ´cargo o representación política´ “ en Anuario de la UNED, Barbastro 1995-2000; “ La ruptura de la pareja de hecho: aspectos procesales”, en Actas de los Vigésimos encuentros del Foro de Derecho Aragonés 2012, Edición el Justicia de Aragón, Zaragoza 2012; en prensa “Secreto de las comunicaciones y correo electrónico”.

1 COMENTARIO

  1. Mi abuela llevaba peluca, se pintaba los labios, se maquillaba, solo se cuidaba a sí misma, viuda de un guardia civil y se había echado un novio que la sacaba de paseo (y era de un pueblo de Lugo) . Dejen ya el rollo de vieja oscura de documental. Mi otra abuela trabajaba, era guapísima, viuda también y nada de labrar tierras ni nada parecido. Las dos habían criado un montón de hijos, alguno murió. Las dos vivieron la guerra. Las dos eran pobres pero no pasaban el tiempo lavando la ropa en el río. Por favor. Todo eso tan oscuro y tan poético existió pero también existieron las que tenían una vida normal. Y sí. Con abuelas así a mí me educaron en libertad. Y sí, soy igual que un hombre, mi país me lo permite, y la legislación también. Tanto llorar ya cansa. Y si es prepotencia lo que digo, me importa un pimiento.

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