Vivimos el tiempo de la vergüenza, esas que afloran hoy por los raquíticos pilares de la vieja Europa que traicionándose a sí misma ha olvidado el significado de su propia génesis, esa con la que los europeístas de antaño la soñaron en su tiempo.

Atrás ha quedado el proyecto que imaginaron, ese de una Europa fraternal sin fronteras plenamente democrática en donde los valores de la libertad, la igualdad y la justicia social fueran las señas de identidad de un territorio solidario con el mundo. Ya poco queda de aquel sueño que tomó forma al abrigo de la reconstrucción de un mundo destruido por la sinrazón de los totalitarismos y los fascismos ante los que sucumbió el propio significado de la palabra humanidad.

La Europa de hoy es la de la imposición del poder económico sobre la necesidad humana, la del interés del poderoso frente a la necesidad del débil, la de la oligarquía de unos pocos frente a la democracia de los pueblos de la Unión Europea. La de la insolidaridad en forma de ignorancia al sufrimiento de los pueblos que hoy piden ayuda y auxilio avalanchados ante las hileras de espinas metálicas donde clavan sus cuerpos con desesperación. Y todo ello por algo tan humano como sobrevivir a la sinrazón de la guerra y la persecución que sufren hoy en sus países de origen. Así miles de hombres y mujeres, familias enteras buscan a través de las carreteras y los mares el abrigo de la vieja Europa con nada en sus manos y arriesgando su vida por ese deseo de una vida mejor. Y frente a este realidad amparada en la propia legislación europea que tiene la obligación de recoger y ayudar a los exiliados políticos la de los hechos, la de la insalubridad de los campamentos, las lágrimas de los niños subiendo por las ventanas de trenes repletos de seres humanos y la de las furgonetas de muertos hacinados.

Parece que la Europa que vivió la sinrazón, la persecución, la muerte y el exilio como consecuencia del fascismo y el totalitarismo hoy está enferma de amnesia y todo ello aún cuando las fotografías y los titulares que asaltan los medios de comunicación recuerdan mucho a otras de otro tiempo en blanco negro y otra época, aquella en la que éramos nosotros quienes sufríamos los que hoy sufren otros.

Por ello, solo puedo sentir vergüenza, vergüenza por ser ciudadano de una Europa dormida, por ser parte de una ciudadanía doméstica incapaz de alzar su voz ante el sufrimiento ajeno, por formar parte de un tiempo en donde la democracia ha palidecido ante el color del dinero y en donde se ha condenado a nuestra dignidad al peor de lo exilios, el del interior.

 

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