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La cuestión nacional

Antonio Periánez Orihuela
Antonio Periánez Orihuela
Maestro de Primera Enseñanza. Licenciado en Filosofía y Letras (Historia del Arte) Doctor en Comunicación Audiovisual. Tesis: La Imagen de Andalucía en el Cine Español (1940-1960) Diplomado por la Universidad de Valladolid. Historia y Estética Cinematográfica. Colaborador varios años del Periódico Comarcal, "El Condado".
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análisis

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«O lo que es lo mismo:¿cuál es la medida de la politización del cine producido en una sociedad que negaba la política como consecuencia de su ejercicio monopolístico y totalitario por parte del Estado?»

José Enrique Monterde

            La centralización del poder es una característica de los estados totalitarios, una forma de gobernar presente tanto en los primitivos imperios, como en la Europa moderna con la formación de las monarquías nacionales o territoriales. España fue de los primeros estados europeos que fortalece el poder real sobre un territorio recién conquistado y que promueve la unificación territorial y política, culminando con la unificación religiosa. La relativa unificación, emprendida por los Reyes Católicos, fue realizada mediante la integración forzosa de los distintos pueblos que componían la sociedad medieval de la península. Además, la historia medieval española fue bien distinta al resto de los países europeos, la larga presencia del mundo islámico de Al-Ándalus lo confirman. Agreguemos también que, durante mucho tiempo, la unificación ha venido causando enfrentamientos, imposiciones y guerras fratricidas, lo atestiguan la causa de los Comuneros, la guerra de Sucesión, las guerras Carlistas o la última Guerra Civil, por citar algunos ejemplos. Pese a todo, la idea de nación o comunidad, por pertenecer a la misma lengua y raíces culturales, ha pervivido en los diferentes pueblos europeos desarrollando un sentimiento identitario que comienza a resurgir con la invasión napoleónica y la creación de las monarquías absolutas. Este proceso se vino gestando desde el siglo XVIII, pero tuvo su desarrollo a partir del siglo XIX con la incuestionable presencia de los nacionalismos. La centralización del poder político y administrativo lo puso en práctica el Régimen franquista, desde sus comienzos, volviendo a defender las viejas ideas de la “Unidad de la Patria”, la “Unidad de Destino en lo Universal” o “España Una, Grande y Libre”. Sin embargo, la defensa de una Patria unificada y mitificada no quedaba sólo en propuestas de una política centralista y administrativa, en realidad, este pensamiento impregnaba todo el tejido social del momento, abarcando la cultura, el arte y la enseñanza. Recordemos, en este caso, algunos títulos de los libros de textos escolares que lo demuestran, como “España mi Patria” o “Yo soy español».

Una vez consolidada su victoria, la España surgida del Golpe de Estado de Franco, cortó de raíz las reivindicaciones nacionalistas de los pueblos periféricos. El nuevo poder constituido restableció el centralismo político y administrativo de su estado autoritario. No cabe duda que, para una dictadura militar de ideología fascista, uno de los peores delitos de la anterior política republicana había sido fomentar y permitir la desunión de la patria española. El Régimen impuesto por el franquismo, como otros gobiernos totalitarios europeos, fue enemigo de los nacionalismos o de un sistema administrativo federal. No obstante, la mayoría de los países aliados de Franco fueron defensores fervientes de su particular visión de la Patria y de la Nación. Esta fue una de las principales preocupaciones del Régimen que trató de erradicarlo, incluso, antes de gobernar el país, un ejemplo de lo dicho son los sucesos del bombardeo indiscriminado del pueblo vasco de Guernica.

Las diferencias entre los pueblos peninsulares, que constituyen el Estado español, no quedó zanjado con la rotundidad anunciada, porque esas diferencias fueron un referente obligado y aprovechado desde el poder franquista. Las diversas identidades culturales, las transformó el sistema en la defensa de un regionalismo de sentido folklórico. Lo regional se convirtió en baluarte de la ideología propagandística para los medios de la época. Desde un principio, en los acostumbrados eventos de la España de Franco, las tradicionales muestras del espíritu colectivo de los pueblos peninsulares estuvieron presentes y su contribución fue imprescindible en la propaganda político y cultural. Las falangistas de la Sección Femenina recorrieron las olvidadas zonas rurales españolas enseñando cantos, bailes, danzas, bordados, cocina, artesanía y los trabajos más diversos. Las muchachas de la Falange rescataron y sacaron a la luz algunas muestras de la cultura conservadas en la España profunda, los «Coros y Danzas de España», demostraban una reconocida diversidad. El cine se acercó a este empeño en películas como Ronda española (1.951), de Ladislao Vajda. Aunque, anteriormente, el tema había sido tratado entre otras por La Patria chica (1.943), de Fernando Delgado y durante la República en Nobleza baturra (1.935), de Florián Rey.

Pese a todo lo dicho, los sucesivos gobiernos franquistas, no ejercieron su poder en beneficio de una necesaria integración social, ni gobernaron haciendo posible la mínima igualación entre los distintos pueblos del Estado. El Régimen sabía las dificultades que atravesaban las diferentes regiones españolas en aquella época, pero su sistema político favorecía las desigualdades. Pocas veces se ayudaba a la agricultura de las regiones más atrasadas, ni se creaban zonas industriales que sirvieran de freno a la especulación de la industria privada. La política económica autárquica no favoreció la transformación, ni las posibilidades de desarrollo de la población rural, las decisiones del poder instituido dejaron las cosas como estaban o la empeoraron, en la mayoría de los casos. Contrariamente a esto, fueron atendidas las demandas de una clase social privilegiada que pudo recuperar sus posesiones y tributos tras la guerra y otros que se enriquecían al amparo de la nueva situación. También la concentración empresarial e industrial marcaba y ayudaba a la capacidad de beneficio de ciertas empresas. Las regiones mineras, las agrarias y las costeras de pescadores tuvieron que esperar para salir de una crisis de siglos. La situación económica y social de Galicia, Aragón o Andalucía no fue un olvido del poder. Muchos ministros del Régimen eran de estas regiones y la mayoría de los políticos tuvieron el apoyo de la oligarquía terrateniente durante la larga etapa franquista.

Mientras tanto, las diferencias culturales fueron utilizadas para impulsar un sentimiento nacional. No importaba que dicha utilización pusiera de relieve la verdadera situación social, ni que la exaltación de las distintas regiones se hiciera en perjuicio de los más atrasados industrialmente. Se descargaba sobre ellas la culpa del atraso de una España, que no acertaba a modernizarse, atrapada entre los peores medios del capitalismo. La presencia en el cine y en los espectáculos de “aquella España profunda” muestran como entendían el problema la retórica populista de sus gobernantes. La política autoritaria se adaptó pronto al contexto para sobrevivir y el cine durante este tiempo supo reproducir lo que convenía a sus expectativas culturales e ideológicas, por este motivo potencia un regionalismo falso, trasnochado y conservador. El argumento en defensa de lo regional, por el bien de la unidad de la Patria, sonaba de igual manera que su exaltación desde las imágenes. La apología de la vida andaluza consistía en la forma de presentar las pautas culturales y la vida de los campesinos, pescadores, mineros, señoritos y criados. Las imágenes ayudaron o favorecieron la consolidación del franquismo en el poder, la cultura andaluza difundida por el cine fue reconocida como imagen de españolidad junto a los toros, el folklore y el flamenco. Andalucía mostraba en la pantalla una imagen de pueblo apegado a sus tradiciones religiosas conservadoras y socialmente clasista, pero que a diferencia de otros pueblos, se sentía alegre, distinto, creativo, racial y abierto a las influencias más diversas. El cine sacó partido al medio natural y cultural de los andaluces, porque ellos representaban la sociedad defendida por la autarquía.

Las películas sobre la sociedad andaluza sirvieron de apoyo a las finalidades institucionales basadas en supuestos conservadores y religiosos, se ocupó de los problemas humanos, pero lo hizo de acuerdo con la mentalidad política y eclesiástica del momento. El cine sobre Andalucía fue un medio de distracción y de influencia para la población española, lo reconocido como andaluz daba la imagen de una sociedad en la que estaban presentes el sentimiento comunitario de la población rural del momento. Las distintas historias apelaban a instintos y sentimientos primarios, para fortalecer un sistema clasista como distribuidor de los poderes sociales. Las imágenes cinematográficas mostraban una tierra agreste con resabios del romanticismo decimonónico, una cultura tradicional cercana al exotismo y lo pintoresco, con capacidad de representar la lucha por la vida y por las causas heroicas. Cualidades entendidas como necesarias para fortalecer un sentimiento nacional de expresión popular, son aspectos vulgares frente a formas refinadas de la cultura. Pero todo unificado conseguían un importante poder integrador.

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