La vida puesta en una cocina de un gran restaurante. Un escenario real de las cosas atemporales: amor, celos, odio, guerra, conflictos nacionales.

Es dramático que esta obra escrita en 1958 sea tan coetánea ahora como entonces.

En el teatro Valle Inclán de Madrid, un elenco de veintiséis estupendas actrices y actores, nos presentan un espectáculo grandioso. Una forma excepcional de pasar una tarde lluviosa de este otoño tan extraño.

Confieso que fui con miedo. Primero porque las entradas las saqué para ir con mi esposa y a ella le fue imposible acudir. Eso hizo que tuviera de acompañante a mi hijo adolescente que fue más por compromiso, que por gusto, pero que acabó disfrutando más incluso que yo mismo. Y segundo, porque había leído el artículo en Diario16 que Lucía Etxebarría le había dedicado a la obra y temí seriamente estar al lado de esas personas a las que Rajoy llama mayoría silenciosa, pero que en realidad son minoría muy ruidosa que con sus móviles, sus abrigos de pantera, su mala educación y su apego al vodevil y a las casposas obras del teatro franquista, te acaban arruinado el placer de contemplar una buena obra de teatro.

Fantástico el papel de Ricardo Gómez que te hace olvidar por completo al Carlitos de esa serie televisiva basada en un mundo paralelo al que yo viví en los años setenta y ochenta. Sublime Javivi, un actor excelente poco reconocido. Sólo por su forma de contar en la obra la historia del vecino conductor de autobuses y la moraleja que conlleva, ya merece la pena ver la función. Inolvidable el papel que bordan Xavi Murúa y Silvia Abascal. Los celos y a lo que llevan, siempre es coetáneo. Formidable Xenia Reguant en su papel de camarera nueva que no entiende de conflictos. Magnífico Alejo Sauras aunque sus papeles siempre “tiran” un poquito de esa candidez que rezuma una especie de aura de niño malo. Imponente el papelón de macarra de tres al cuarto que interpreta Javier Tolosa.

Por último destacar la interpretación de Patxi Freytez. No es fácil imponer autoridad cuando se es una persona tan afable como Patxi. Y en los momentos en los que, como segundo en la cocina, debe hacerlo, se implica con claridad y saber hacer.

La Cocina es una obra actual a pesar de los casi sesenta años que lleva escrita. Estos enormes actores y actrices nos hacen pasar momentos inolvidables durante la función. Risas, llanto, tensión, amor, desamor, machismo, odio entre personas de distintas nacionalidades o buenos momentos como el baile del Sirtaki.

Lo mejor, aparte de los actores, el escenario y unos logrados efectos especiales, el trasfondo político. Nada ha cambiado en 60 años. Desde el empresario “cabrón” que cree que sus empleados deben darle las gracias por pagarles un sueldo y que además siente que los accidentes son intencionados para boicotearle, hasta el estúpido apolítico que cree que sus derechos son más importantes que los de los demás, aunque a lo que él llame derechos, sea conducir con libertad mientras los demás se manifiestan en pos de la paz. Los celos siguen estando, desgraciadamente, muy actuales y los conflictos entre pueblos también.

Una obra que hay que ir a ver. Las entradas están agotadas. Esperemos que el Centro Dramático Nacional cumpla con esa regla no escrita de otras ocasiones que dice que, la función que triunfa, renueva en el siguiente año.

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Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.

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