Del resultado de las primarias del PSOE se pueden extraer conclusiones sustantivas para un análisis cualitativo de los factores políticos que han entrado en juego. En primer lugar, y como un hecho auténticamente histórico, reseñar la vitalidad y el dinamismo de las bases del partido que de forma espontánea fueron aglutinándose en plataformas en contra de los vergonzosos acontecimientos del 1 de octubre que condujeron a facilitar la investidura de Mariano Rajoy. Y por otra parte, la desautorización sumaria que ha supuesto el resultado de las urnas para los poderes fácticos económicos y mediáticos, las viejas jerarquías de las puertas giratorias, el apparátchik de las redes clientelares y los barones oligárquicos con mando en taifa, que visiblemente han estado detrás de la causa de Susana Díaz con mucho celo y aportando armes et bagages. Una candidatura que ha estado actuando permanente sobre una realidad inexistente, en contra de la verdad, como diría Julián Marías, y con un concepto restrictivo y patrimonialista de la organización.

Y lo que llama poderosamente la atención es que un partido como el socialista haya sido sometido al retorcimiento de su legalidad orgánica, a la implosión drástica de su coherencia ideológica y al consiguiente deterioro de su credibilidad pública por cumplir la caprichosa aspiración de la presidenta de la Junta de Andalucía, de conceptos políticos muy elementales, estrecha cultura, nulo discurso y una tendencia excesiva al maquiavelismo de aldea. El resultado ha sido todo el aparataje del poder fáctico, las élites orgánicas, las minorías influyentes, apoyando a una candidata que les ha dejado con todos los maliciosos entresijos palaciegos al aire y con una mísera imagen pública. Era una obra fantasmagórica actuando en contra de todo en un tiempo destinado a pasar.

Todo ello representa el final del Partido Socialista de la Transición, la tendencia del PSOE por mantener en su integridad el pacto del consenso, desacreditado dentro de la crisis poliédrica del sistema, y que supuso un alejamiento de lo que es su base sociológica natural por una disputa con la derecha por un inexistente centro político que lo dejó, en el fondo, sin sujeto histórico. Ello produjo una coincidencia con el Partido Popular en aspectos fundamentales de la vida política que la ciudadanía interpretó como indiferenciación. La militancia se ha expresado con claridad en un doble sentido: que la crisis del socialismo se resuelve con más socialismo y que la ideología y los valores no tienen alternativas decentes.

Las bases han mostrado democráticamente su voluntad de que el partido recupere su identidad ideológica para convertirse en una alternativa real a las políticas conservadoras, un mandato claro y sin excusas. Pero, ¿los que no han obtenido el apoyo mayoritario de las bases lo van a entender así o van a continuar las suicidas y antidemocráticas tendencias conspirativas? No puede haber otra oportunidad para las deslealtades porque la militancia y los electores no se lo merecen ni lo perdonarían. España, que es algo más que el Ibex35 y las élites, no puede permitirse tampoco un Partido Socialista que no sea el instrumento transformador de una sociedad que está resultando tan injusta y desigual.

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