martes, 19marzo, 2024
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La Biblia, el Quijote y por supuesto, la Constitución

L. Jonás Vega Velasco
L. Jonás Vega Velasco
Natural de La Adrada, Villa abulense cuya mera cita debería ser suficiente para despertar en el lector la certeza de un inapelable respeto histórico; los casi cuarenta años que en principio enmarcan las vivencias de Jonás VEGAS transcurren inexorablemente vinculados al que en definitiva es su pueblo. Prueba de ello es el escaso tiempo que ha pasado fuera del mismo. Así, el periodo definido en el intervalo que enmarca su proceso formativo todo él bajo los auspicios de la que ha sido su segundo hogar, la Universidad de Salamanca; vienen tan solo a suponer una breve pausa en tanto que el retorno a aquello que en definitiva le es conocido parece obligado una vez finalizada, si es que tal cosa es posible, la pausa formativa que objetivamente conduce sus pasos a través de la Pedagogía, especialmente en materias como la Filosofía y la Historia. Retornado en cuanto le es posible, la presencia de aquello que le es propio se muestra de manera indiscutible. En consecuencia, decide dar el salto desde la Política Orgánica. Se presenta a las elecciones municipales, obteniendo la satisfacción de saberse digno de la confianza de sus vecinos, los cuales expresan esta confianza promoviéndole para que forme parte del Gobierno de su Villa de La Adrada. En la actualidad, compagina su profesión en el marco de la empresa privada, con sus aportaciones en el terreno de la investigación y la documentación, los cuales le proporcionan grandes satisfacciones, como prueba la gran acogida que en general tienen las aportaciones que como analista y articulista son periódicamente recogidas por publicaciones de la más diversa índole. Hoy por hoy, compagina varias actividades, destacando entre ellas su clara apuesta en el campo del análisis político, dentro del cual podemos definir como muestra más interesante la participación que en Radio Gredos Sur lleva a cabo. Así, como director del programa “Ecos de la Caverna”, ha protagonizado algunos momentos dignos de mención al conversar con personas de la talla de Dª Pilar MANJÓN. Conversaciones como ésta, y otras sin duda de parecido nivel o prestigio, justifican la marcada longevidad del programa, que va ya por su noveno año de emisión continuada. Además, dentro de ese mismo medio, dirige y presenta CONTRAPUNTO, espacio de referencia para todo melómano que esté especialmente interesado no solo en la música, sino en todos los componentes que conforman la Musicología. La labor pedagógica, y la conformación de diversos blogs especializados, consolidan finalmente la actividad de nuestro protagonista.
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análisis

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Basado en el anhelo de encontrar en el silencio no ya un vestigio de verdad, que sí a lo sumo de coherencia, me postro un día más ante la certeza ecuánime participada por quien en su día me dictó un aforismo que si bien sólo acierto a recordar en esencia, pasaba por afirmar la relación existente entre la forma y el fondo, relación ésta a la que atendía diciendo que la mayor parte de las cuestiones llamadas a ser tenidas por dignas, obedecen en su tratamiento a las consignas promovidas por la comprensión de los hechos referentes al mar y a sus tormentas: “…Pues viene a ocurrir con la espuma de mar, que su presencia no hace más que encubrir, si no del todo enturbiar, haciendo imposible relatar a ciencia cierta la verdad en lo referente a la intensidad de la ya inabordable tormenta”.

Es por ello que con la tormenta, como viene a ocurrir con otras cuestiones más involucradas en la realidad, se torna en buen consejo la consideración de actuar de manera similar. Así, detenerse aunque sea de modo metafórico dedicando al transcurrir de unos instantes el necesario homenaje del que nuestro rápido discurrir por la vida cada vez más nos aleja, suele traducirse en consecuencias magníficas, muchas veces inimaginables, y siempre sorprendentes; porque si bien no comulgamos con la teoría expresa en el aforismo según el cual el tiempo todo lo cura, sí participamos no obstante de esas otras consideraciones en base a las cuales su mero transcurrir suele tornarse en promotor de nuevas perspectivas capaces por si solas en ocasiones de solventar problemas que instantes antes recibían la consideración de irresolubles.

Rogamos pues se nos permita detenernos en tales y otras como ella displicencias, y apliquemos las mismas en aras de dilucidar en qué medida el haber dejado la cuestión capital que hoy ha de ocupar nuestro espacio y nuestro tiempo afecta o no positivamente a la emisión si no de un juicio, sí cuando menos a la exposición de una humilde opinión al respecto de las consideraciones que pueden, han o habrán de quedar vinculadas a la evidente resolución que al respecto de Nuestra Carta Magna han tenido lugar en el tumulto hacia el que parece conducirse el que inevitablemente está llamado a ser tenido por un azaroso año.

Confeso practicante no de los dogmas, aunque sí orgulloso de los cánones que han ido trenzando el contexto de una generación, en este caso la mía; no me exime tal deleite de la obligación de reconocer igualmente los dramas que a título ya sea coral o individual vienen a atosigarnos a los que libes o esclavos de los subterfugios sin los cuales la interpretación de nuestro momento sería del todo imposible, la inclusión de los mismos dentro de un campo teórico a priori sólo por nosotros reconocible nos conduce de manera inevitable a la concepción de una certeza de latencia en la que si bien conscientemente nos hallamos cómodos, no es por ello menos cierto que para la concepción y posterior desarrollo de un potencial futuro, tales dimensiones se nos quedan cortas, llegando incluso a agobiarnos.

De la concreción de tales realidades surge con una fuerza nunca antes conocida la capacidad destinada a aportarnos las herramientas destinadas a permitirnos acceder a la comprensión de la magnitud verdadera de ese todo que en líneas generales definimos como nuestra realidad. Bastará así pues un ligero pulsar de lo llamado a conformar capítulo fundamental de la Historia Moderna de España, para comprobar lo excepcional de un presente, destinado a conformar lo que llamamos presente, en el cual se amoldan elementos y circunstancias otrora sólo conciliables con fenómenos circundantes a lo que se ha dado en llamar el ruido de sables.

Lejos todavía de entrar a valorar la conveniencia de tales actos, así como de sus consecuencias, haríamos bien en reflexionar alrededor de uno de los hechos más sorprendentes, el cual pasa por la constatación de la aparente tranquilidad desde la que propios y extraños estamos transigiendo con un procedimiento que esté o no llamado a triunfar, está sin duda destinado a llevarnos a todos por delante (tal es el grado de afectación que al respecto de las estructuras vinculadas, puede llegar a amenazar).

Fundamentada la inocencia en la creencia de los que aún afirman que retornar al statu quo previo al desencadenamiento de la tragedia es, no sólo deseable, que si posible; la realidad se impone, y terca se ratifica cada día que pasa con mayor certeza en un escenario sólo comparable al que ideó Cortés para sus propios y sus extraños, una vez hubo quemado sus naves.

Así, el grado de cumplimiento alcanzado por algunas disposiciones es de tal calado, que ni aceptando el componente simbólico (como algunos han aducido), resultaría posible reconducir el semblante de la que es ya una nueva realidad, destinada no lo olvidemos a seguir conteniéndonos a todos.

Porque efectivamente es nuestra Constitución un símbolo, como símbolos son en realidad si no la totalidad sí la mayoría de las grandes consideraciones destinadas en todo caso a erigirse en pilares de sustento de una estructura cuasi metafísica a la par que ineludible para cualquiera que desee firmemente comprender la esencia de país, cuando ésta va más allá de vinculaciones físicas (para con un territorio), o incluso conceptuales (para con una cultura).

Consideraciones todas ellas destinadas a materializar la complejidad de un hecho inasequible para un individuo, que decide por ello postergar sus limitaciones éticas (de individualidad), sacrificando éstas en aras de una solución moral vinculada a una suerte de Bien Común.

Tal apuesta por la sociedad, pues no es de otra cosa de lo que estamos hablando, ha de traducirse no sólo en una franca mejora de la calidad de vida, sino en un flamante aumento de la complejidad de las relaciones llamadas a partir de ese instante a delimitar las concepciones destinadas a redundar en el reconocimiento de los derechos inherentes a todo ser semejante.

Pero la comprensión de la realidad, así como de sus múltiples derivadas, pasa inapelablemente por la comprensión de un contexto llamado no sólo a concebirla, sino directamente a caracterizarla. Dicho de otro modo, la intensidad que se supone o cuando menos se espera de tal o cual consideración resulta hoy mucho menos llamativa (a veces casi ininteligible), sencillamente porque lo que estaba llamado a darle todo su sentido, resulta hoy inaceptable, cuando no abiertamente inoperante.

Es ahí precisamente donde hemos fallado pues, cómo podemos dar sentido a una Constitución que en muchos casos no conocemos, si además nos resulta absolutamente inabordable pues el sueño de una aproximación siquiera de oído resulta igualmente imposible pues el tiempo transcurrido desde la composición de la melodía hasta hoy es tan elevado, que la mayoría de los instrumentos capaces de sonar afinados están no en las escuelas de música, que si en museos.

Con todo, no faltan los intérpretes piratas. Empecinados en la reproducción de copias falsas, ocupan éstas el espacio físico y teórico de una realidad que tal y como ocurre con disciplinas tales como el flamenco: sólo de la pureza pueden emanar las esencias destinadas a hacernos comprender la magnitud de lo experimentado.

Recuperada la realidad, una cuestión parece surgir inapelable: ¿De dónde procede entonces la actual sensación de peligro inminente que parece justificado decir amenaza todo lo que tiene que ver en activa o en pasiva para con la Constitución?

Una explicación pasaría por aceptar que una vez más, los españoles no sabemos medir los riesgos. Incapaces para identificarnos en la intensidad de cuanto está en juego, transigimos con el efecto paliativo ofrecido por una actualidad calamitosa, por una realidad propensa a la esencia diluida.

Demasiado acostumbrados a conceder el atributo de mágicos a ardides que el tiempo ha desentrañado como propio de vulgares prestidigitadores; bien haríamos en no ceder a la tentación reduccionista que hoy triunfa, y que desde una visión relativista a ultranza de la realidad, preconiza concepciones que se autentifican en procederes basados en que lo complejo es, por su mera concepción de tal, sencillamente irreverente.

Caemos así en lo banal. Se materializa primero el contexto (como herramienta para acceder al fondo), sin aceptar que con ello se modifica ese fondo que en cualquier otro momento o lugar estaría inexorablemente llamado a ser, distinto.

Se trata de una especie de Principio de Incertidumbre de Heisenberg, en base al cual la esencia resultaría inaccesible, si no atendemos a lo que la ha alumbrado, pues nada es superfluo, nada es contingente.

En resumen: La aparente desconexión que parece existir entre la realidad y la componente teórica erigida para su comprensión y que amenaza con tornar a ambas en enemigos irreconciliables, y que da forma al aparente caos en el que a diario hemos de movernos los ciudadanos; no hace sino reflejarse en los encomiables esfuerzos que a diario desarrollamos encaminados infructuosamente a reconocernos en el quehacer de los designados para integrar nuestro proceder en el genérico que entendemos por conducta política. Una conducta política que a través de tal incongruencia no viene sino a certificar uno de los grandes males de nuestro presente, el que pasa por subrayar el enorme vacío que separa al individuo respecto de su lícita consideración de integrante de un grupo, dentro del cual, y sin perder su legítima identidad, pueda aspirar a crecer desarrollando sus facultades plenamente en el seno de la Sociedad.

Pero seguimos sin entenderlo, lo que se traduce en la incapacidad para generar el marco adecuado. No en vano todo español tiene en su casa un ejemplar de La Biblia, otro de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, y otro, ¡cómo no! de La Constitución.

¡Lástima que pocos hayan sido capaces de leerlos en su totalidad!

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