Juegos peligrosos

Sentados en corro, charlaban amigablemente. La noche, cerrada, sin luna que difuminara el entorno, mostraba cientos de insignificantes puntos de luz en el horizonte. Los adolescentes descubrían los primeros devaneos de amor a bese de roces conscientes, de rechazos inesperados y hasta de besos furtivos. Eran muy jóvenes para acudir a las verbenas populares de los pueblos aledaños y demasiado mayores como para seguir jugando a “tres navíos en el mar”. Últimamente, pasaban horas sentados en corro hablando. Del futuro, del pasado, de nimiedades, de sus historias… 

La noche era templada. Una noche de verano. De esas en las que el Cierzo se ha ido de vacaciones y el calor del mediodía templa la medianoche. El relente del río que cruza de norte a sur la era en la que los chavales hablan, se pega suavemente y hace necesario llevar jersey puesto. No hay ni fuego, ni luz que les ilumine. De eso se trata. 

Licerio, un cenceño y miedoso muchacho lleno de prejuicios al que, desde niño, su madre ha protegido en exceso, inculcándole miedo casi por cualquier cosa, da la murga a sus compañeros con lo peligroso de estar tan apartados del núcleo urbano, en completa oscuridad y tan cerca del río dónde la frondosidad facilita el encubrimiento de malhechores. 

Los demás se ríen mientras disimuladamente, le tiran piedrecitas a la cara o le rozan suavemente una de sus manos.

Licerio siempre es así, precavido en exceso. No pedalea con ellos a los pueblos cercanos por el miedo a un accidente. No sale de noche a ver las estrellas porque todo está muy oscuro. No juega con los demás al tiro a la diana, con un arco hecho de mimbraza y las flechas de las varillas de un paraguas, porque puede acabar lesionado. No quiere chicas cerca porque su madre le ha dicho que sólo con el roce pueden quedarse preñadas,… Licerio es un muermo y habitualmente evitable. 

Pero esa noche, está allí y ya empieza a cansar al resto del grupo con sus manías y miedos. 

Anda Licerio protestando por una china que le había dado en la oreja, cuando Oscar a su lado, recrimina a Constancio que pare ya, ¡que le había dado a él! Constancio, niega haber tirado nada. Cristina también se queja y censura que ha dejado de tener gracia lo de las piedrecitas. En ese momento, una suela raída y sucia de zapatilla, aterriza en el centro del corro. Todos, chicos y chicas se miran entre si y se ponen de pie. No saben quién es el gracioso. Licerio, cuenta entonces que por la mañana había oído en la radio que un loco se había escapado del manicomio de la capital. Todos se ponen en pie un tanto nerviosos. Los chopos jóvenes que crecen en la ribera, comienzan a moverse, como si el Cierzo meciera sus ramas. Pero sólo afecta a tres árboles. El pánico brota en los adolescentes que salen a la carrera. Paulino, un chavalote fuerte de espaldas anchas, queda rezagado mientras recoge un viejo trozo de una reja de arado, que acaba disparando contra los álamos del río. 

En carrera constante, todos llegan  a casa de Anabel, la primera del pueblo, dónde se refugian. Allí, muertos de miedo, aguantan un par de horas. Las mismas que tarda el padre de la chica, despertado por el ruido, en perder la paciencia y acabar echándolos a la calle. Cada uno llega a su cama sin mayor problema.

Paulino, ve que la cama de su hermano está intacta. Es raro que no haya llegado ya de la verbena de La Rival. Muerto de miedo, se mete en su cama y escrutando los sonidos de cada viga de la casa, de cada machón, de cada adobe, se queda dormido.

Le despierta un llanto en el piso de abajo. El sol pica ya en la mañana. Es su madre. Su hermano ha aparecido desangrando en la orilla del río. Alguien le ha cortado la yugular con una vieja reja de arado. 


“Espantá”

Despertábamos el sábado con alarma en los medios de incomunicación, difusión y adoctrinamiento en el pensamiento único, porque al parecer, se habían producido “graves disturbios” en la “Madrugá” sevillana. Luego resultó que los disturbios sólo fueron, en realidad, algunas carreras producidas por el pánico de gente que ve como otra gente corre. Gente que grita porque otra gente grita. Miedo que se extiende como la pólvora que arde porque esos mismos medios de incomunicación se pasan el día inyectando canguis al personal.

El domingo, no era la Madrugá, ni una procesión, sino el metro de Nueva York. Dieciséis personas heridas por una estampida por un rumor de un tiroteo. A este paso, a los terroristas, no les va a hacer falta nada. Ni bombas, ni fusiles, ni camiones,… Un paquete de petardos y echar a correr en un lugar tumultuoso, será suficiente para provocar muertos y heridos.

Nos están inoculando odio y miedo por vena todos los días. Cualquier hecho violento se relaciona con el terrorismo islámico. Se silencian, o lo que es peor, se banalizan actuaciones de guerra que provocan miles de muertos, entre ellos niños, mientras se pompifica y da credibilidad absoluta a supuestos ataques con armas químicas.

Se da por verdad absoluta que las bombas de los “amigos” sólo afectan a los malos, como si Trump hubiera avisado en Afganistán para que los muertos sólo fueran de ISIS.

Se busca un enemigo único con el que poder desviar la atención y al que cargarle todos los males. Ahora Venezuela ya no sólo es el saco de boxeo de España, sino que la derecha francesa también la usa para meter miedo a los franceses y que no acabe ganando Mélenchón. A pesar de que el riesgo de entregar el poder a la fascista Le Pen es más que evidente.

Miedo, miedo, miedo. Nos pasamos el día temiendo. Atenazados por mentiras y medias verdades. Siempre miedo concentrado en el distinto. Miedo a Venezuela. Miedo a los musulmanes. A los inmigrantes. Miedo a perder un tren de vida que no podemos siquiera ver desde el andén. Miedo a una pobreza que nos invade y nos rodea y que no asumimos porque seguimos creyendo que toda España se ha ido de vacaciones en Semana Santa. Miedo a una violencia que mamamos desde que nacemos. Miedo al odio que nos inculcan desde esos medios que mienten constantemente y que encima se ponen exquisitos y nos advierten de los peligros del anonimato de internet. ¡Cómo si mentir constantemente sobre lo que sucede, sobre esa falsa recuperación económica, sobre esos patriotas de hojalata que se empeñan en darnos lecciones mientras evaden impuestos o roban nuestro dinero a mansalva o sobre los peligros nucleares de Corea del Norte (como si lo de TRUMP fuera agua bendita), no fuera mucho más peligroso!

Están creando un monstruo difícil de combatir. Y más en este país con tanto ardor guerrero, tanto fervor tradicional y tanto meapilas intransigente. Ciertamente es una inconsciencia delictiva montar una “espantá” en medio de una procesión tan masiva como en Sevilla. Pero no estamos exentos de accidentes que puedan producirse porque alguien tenga que salir corriendo ante una llamada de teléfono que le comunica una desgracia personal. O la explosión accidental de un petardo, de media docena de globos o de una bolsa de celofán. Que la gente tenga los nervios a flor de piel no es debido a una broma de mal gusto sino al regodeo y las advertencias fatalistas de unos medios de incomunicación que igual magnifican sucesos graves, pero no extrapolables que ignoran o justifican cientos de muertes porque los afectados están muy lejos o no son culturalmente de los nuestros. Dividir al mundo en bandos. Distinguir entre buenos y malos, no por sus actos, sino por su cercanía política o social, es un disparate que puede traer consecuencias graves.

Como ya dije en otra ocasión, no se trata de matar al mensajero porque éste no lo es si toma parte y es una de las formas de conseguir adeptos, de adoctrinar en el pensamiento único y de difundir una estrategia que va en contra de la igualdad de las personas y de la justicia social.

El miedo es una bomba de relojería de venta ambulante. El miedo atenaza y constriñe, por eso es tan peligroso cuando hay una válvula de escape. Y no siempre van a encontrar a cuatro pardillos a los que echarles la culpa de provocar una “espantá”.

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Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.

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