Hasta las narices. Así es exactamente como me siento. Cada pocos días, asesinan a una mujer, o a más, y al mundo parece darle exactamente igual. Por más que nos desgañitemos gritándolo quien quiera oírnos, es como predicar en el desierto. Darse de cabezazos contra el peor de los muros: el de la indiferencia.

Las mujeres asesinadas por esa pandemia que es la violencia de género cada vez tienen menos repercusión en los medios. Y, como lo que no se difunde no existe, menos repercusión en nuestras cabezas. Así las cosas, no es de extrañar que en las encuestas sobre población no alcance más de un puesto decimoséptimo entre las preocupaciones de la gente. Y claro está, es la pescadilla que se muerde la cola. Si no preocupa, para qué gastar dinero en ella o para qué dedicar un minuto de atención en el precioso tiempo de los políticos si no da votos. Y lo que es peor, en términos más mercantilistas, no se trata de un tema al hilo del cual las empresas enloquezcan para meter las cuñas publicitarias. Y así nos va.

Cuando estas líneas vean la luz, rozaremos la treintena de mujeres asesinadas este año, si no la superamos ya. Y aquí no ha pasado nada. Apenas un breve en los periódicos, o, con suerte, una emisión en televisión a una hora en que solo los insomnes permanecen atentos. Y suma y sigue.

Sé que alguien podrá decir que el tema se ha normalizado. Que ya son tantas que no impresionan. Pero no es eso. O, al menos no solo eso. Todos podemos leer, ver y oir nuevos casos de corrupción cada día, por desgracia, y siguen copando primeras páginas y titulares, aunque no llenen cementerios como hace la violencia de género.

El otro día, medio en broma medio en serio, comentaba con una amiga que tal vez logremos la repercusión anhelada cuando este tema se mezcle con otro que de verdad interese. Por ejemplo, si un corrupto se quedara para sí unos fondos destinados a la lucha contra la violencia machista. Aunque claro, no es fácil. Cada vez son menos esos fondos y no creo que den para una suculenta cuenta en Suiza.

Pero, mire usted por dónde, la actualidad me dio la razón. Y, mezclando un tema de interés, resultó importar un poco más la violencia de género. Porque, cuando el acusado es un futbolista, la cosa cambia. Con Don Balompié en medio, el interés es mucho más. Acabáramos. Aun recuerdo abochornada los cánticos de ánimo a él y de menosprecio a la víctima que se escucharon en un campo de fútbol, y más de un titular desafortunado que primaba la eficacia goleadora del tipo en cuestión sobre otras nimiedades como estar incurso en un proceso judicial de esta índole. Aunque, por descontado, mucho menos mediático que si la inclusión en el proceso judicial es por defraudar al fisco. Lo que, dicho sea de paso, es detraer dinero de las arcas públicas que bien podría destinarse a la lucha contra la violencia machista. Pero eso no lo piensa nadie, parece ser.

Quizás si alguien nos recordara que cuando alguien, sea futbolista, político o tornero fresador, se queda para sí o deja de pagar –otro modo de quedarse para sí- un dinero que corresponde al Estado, está sustrayendo fondos que podrían salvar vidas, lo tomemos de otro modo. Pero para eso tendríamos que asumir, de una vez por todas, que la violencia de género es un problema de primer orden que a todos afecta. Y, visto lo visto, aún andamos lejos. Por más lazos violetas y minutos de silencio que se usen de escaparate. Y que cada vez, por cierto, son menos.

Da que pensar que los atentados terroristas provoquen de inmediato una alarma social y un despliegue de seguridad dignos de la magnitud del problema, y no ocurra otro tanto con una pandemia que ha segado muchas más vidas en nuestro país. Y que lo sigue haciendo a diario, porque la tragedia ni empieza ni acaba con los asesinatos. Se vive cada día en miles de hogares mientras el mundo mira hacia otro lado.

¿Alguien piensa como se debe sentir la familia de una víctima que ve cómo quienes tienen responsabilidad pública lamentan el fallecimiento de las víctimas de un atentado terrorista en otro país y no dedican ni una letra a una víctima de violencia de género a pocos kilómetros de su propia casa?. Y, lo que es peor, cómo felicitan a un equipo de fútbol por su épica victoria y pasan olímpicamente de cosas como ésta. Dolor sobre dolor, que el silencio es otra forma de hacer daño.

Así que señores y señoras, dediquen tiempo a una de las mayores causas de mortalidad de las mujeres. No es un tributo inevitable, ni un número más en nuestras estadísticas. Es un problema de toda la sociedad, y una responsabilidad de quienes la gobiernan. Y si no hacemos ver lo que importa, no les importará. Y seguiremos añadiendo nombres a esa cifra de la vergüenza que debería dolernos a todos.

La indiferencia tambien mata. Aunque la envolvamos en un lazo violeta. 

 

1 COMENTARIO

  1. Hace poco leí algo se me presentó el asunto como el de una mujer despedida de sus sentidos por una naturaleza psicótica altamente neurótica acompañada de una deficiencia sexual notable. El autor presentaba al sujeto acompañada por un individuo culto de bonitas maneras y voz de gran familia universitario de taleno y atento. El individuo iba contando a su amigo
    Las distintas penas de su amiga,y el amigo se hacia cruces del gusto de su amigo de estar con una mujer así un año con ella y nada de besos ni alegrías femeninas.
    Al fin un día el amigo le aclaro la cuestión.Es fiscal le dijo y gana mucha pasta y yo ninguna. Así fue como la fiscal estuvo a punto de pillar un hombre.Me quede con la gana de saber si lo consiguió no pude acabar el libro.
    Me preguntaba como a seres así se les permite el apareamiento.

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