Pasión y muerte

Escondido en la cueva que forman las piernas de su padre, John permanece atento al paso de aquel extraño pasacalles. El miedo le atenaza. Sin embargo, toda aquella comitiva le llama la atención. Las gáleas romanas con sus crestas rojas, la música estridente que sale de las cornetas, el paso firme, estruendoso y acompasado de las cáligas. La lanzas en posición firme, el brillo bajo el sol de las loricas relucientes. Detrás, las túnicas blancas con sus capuchones puntiagudos que le traen a la memoria el verano anterior, allí en su Luisiana natal, cuando los hombres malos prendieron fuego a una cruz frente a la casa de sus abuelos maternos y mataron a los perros. Les siguen otras túnicas azules, también con capuchones puntiagudos que caminan despacio y acompasados con su infinidad de velas que tiemblan cada vez que el aire respira. Ahora, aparece ante sus ojos, un señor moreno, con una especie de corona con pinchos incrustada en la cabellera, el torso desnudo y ensangrentado, al que le sigue otro hombre que lleva una correa, igual que la del perro pero en la cabeza, como la diadema que usa su madre para salir a hacer running. El hombre tiene expresión seria y hosca, su cara está llena de cicatrices de lo que debió ser una Viruela infantil y va vestido con una falda de tiras de cuero marrón y un jubón también marrón. Lleva en la mano un látigo con el que azota al de la corona de pinchos.

Las primeras lágrimas empiezan a correr por las mejillas de John que ha cambiado su semblante. Ha pasado del ojiplático al terror absoluto. Llora desconsoladamente. Su padre le aúpa en brazos e intenta tranquilizarlo. Pero John no se calma. Él es un niño hispano y negro que vive en Luisiana y sabe lo que es sufrir la maldad. Su padre intenta hacerle comprender que lo que está viendo sólo es parte de una función de teatro. Algo que aquí en España llaman procesión y que conmemora la pasión y muerte de Jesucristo.

Pero John no puede entenderlo. ¡Es todo tan real! Los soldados romanos, los azotes, la sangre que corre por la espalda del señor con la guirnalda de pinchos. Las señoras, con sus peinetas y sus vestimentas de un negro que acongoja y que lloran lágrimas de verdad…

El padre de John le comenta a su madre que ya han visto bastante. Su hijo está tan desconsolado que deben irse. Pero antes de girarse mirando hacia la comparsa suelta un “wild unaware”. El hombre del traje gris adyacente le replica

– What did you say?

– Nothing -responde el padre de John, que no se esperaba que le entendieran.

El hombre del traje gris, sombrero de ala ancha y pañuelo al cuello, vocifera para que todo el mundo le escuche:

– Aquí el yankee, que dice que somos unos ignorantes salvajes.

La gente empieza a mirar a la familia de John. Su padre intenta explicarse en castellano, pero nadie le escucha.

– Yo no quería… 

Pero la turba está sorda… Se acercan más y más hasta que una patada le llega a la espinilla de Mr. Velázquez y como si hubiera sido la señal, la chusma, empieza a vociferar “mamarracho de mierda”, “americano cabrón, asesino”,… La familia de John echa a correr. No les siguen pero están asustados, muy asustados.

Martín Velázquez, descendiente directo del pintor español que se autorretratara en Las Meninas, al que su abuelo, que salió de España en 1939, le contaba miles de historias de España, había recibido como premio en un programa televisivo, visitar un país que sentía suyo y hacer así real un sueño de toda su vida. Por la mañana, salen de España. El premio del viaje contemplaba dos semanas más pero no pueden seguir aquí. España ha dejado de ser una idea romántica para convertirse en una bofetada.

 


«Iam tempus est agi res»

 

La amebiasis es una enfermedad que no puede verse a simple vista y que está provocada por un grupo de amebas parasitarias que viven en el intestino grueso y tienen la capacidad de invadir y lesionar capas internas de la mucosa intestinal produciendo úlcera o perforación. Además están provistas de un poderoso grupo de enzimas que les permite abrirse paso entre los tejidos, lo que les permite llegar a otros órganos, como hígado, pulmón y cerebro. Si no se trata a tiempo o no se diagnostica, puede acabar con la muerte del enfermo sobre todo en sociedades poco desarrolladas.

Decía el otro día Inés Moreno, aquí en Diario 16 , que los conservadores (que por cierto, sólo quieren conservar aquello que les produce beneficio, que les da votos o que impone sus creencias ante las de los demás) son gentes que tienen un concepto “particular” e hipócrita de la libertad y que sólo les interesa cuando alguien quiere impedir sus actividades o pone en duda sus creencias.

En cualquier sociedad poco educada en libertad, llena de prejuicios religiosos y exabruptos nacionalistas, en la que uno cree que sus razones son mejores que las de los demás y que sólo existe el derecho de hacer lo que a uno le venga en gana sin considerar que al vecino pueda molestarle (“que se joda” suele ser la salida), es muy probable que se acabe sucumbiendo ante los parásitos irrecíprocos, como cuando un niño o un perro que adquiere amebiasis, si no se establece el diagnóstico correcto, acaba sucumbiendo ante los parásitos.

En esta involución hacia la edad media en la que los comisionados descuideros se parecen mucho más a Torquemada que a Erasmus de Róterdam, tenemos un serio problema de intolerancia cuyo fin parece que es, como todo lo que hace esta gente, la de perpetuarse en esta cleptocracia y sobre todo impedir la oclocracia.

Aquí cuando comunicas que vas a convocar cualquier acto reivindicativo en la calle (pasacalles, concentración, manifestación, etc), sobre todo si es en un barrio y si el convocante no es parte de la burocracia cleptócrata, lo primero que te dicen es que debes ir por la acera y te prohíben cortar arterias o calles principales y te modifican el recorrido a conveniencia, procurando que los ciudadanos no te vean en nombre de las “posibles molestias”. En cambio, cualquier parroquia de medio pelo y diez feligreses, tiene permiso casi automático para montar una procesión, una rogativa o cualquier otro acto que debería ser privado o al menos tratado con la misma displicencia que las “otras” solicitudes “civiles”.

Cualquier fascista homófobo puede mostrar lemas de intolerancia, puede herir, y no sólo sensibilidades, a las personas a las que ponen en su punto de mira. Pero si a alguien se le ocurre coger un megáfono e ir por la calle informando que hay algunos curas pederastas o se te ocurre montar un escrache a la puerta de la casa de uno de esos ladrones que se dedican a cobrar comisiones por la concesión de obra pública, no recorrerás ni cien metros antes de acabar detenido.

Si los fascistas de Hazteoir o los sectarios del Yunque se ponen en la puerta de un Instituto a repartir panfletos sobre la “anormalidad” de la homosexualidad o la “maravillosa” vida al servicio de dios y los peligros de un infierno en el que acabarás masacrado, no pasa absolutamente nada. Si alguien se pone a repartir octavillas sobre Mahoma y los principios del Islam o sobre la inexistencia de dios y el camelo de las religiones, en tres minutos la policía le ha desalojado y acaba detenido.

El artículo 525 del Código penal (Ley 10/1995), sobre los delitos contra los sentimientos religiososes una aberración en cualquier sistema de libertad y sociedad no confesional que se precie. ¿Cómo puede ser delito pensar distinto a la mayoría, rebatir públicamente cuestiones religiosas o ideológicas o hacer una representación (parodia o no) de una procesión religiosa o de una tradición cristiana? Si los Monty Python hubieran hecho La Vida de Brian en España, ahora estarían detenidos y encarcelados. Con Martin Scorsese más de lo mismo. ¿Por qué siempre hay intransigentes dispuestos a llevar al juzgado una actuación de carnaval, una parodia de una procesión o una protesta en una sala de la Universidad? Y lo que es peor, ¿por qué siempre hay jueces dispuestos a admitir la demanda?

¿Por qué yo no puedo sentirme ofendido ante la insistencia de la profesora de religión que se empeña en “cristianizar” a mi hijo aunque no haya elegido esa asignatura? ¿Por qué no puedo sentirme ofendido cuando el cura de mi parroquia es denunciado por abusos sexuales? ¿Por qué yo no puedo contarle al mundo, cada hora un par de minutos, mediante un bafle de 20.000W que me gusta el Heavy y el cura de la Alameda de Osuna pude poner una grabación de campanas todas las horas para llamar a misa?

Esta doble vara, esta moral excluyente con el que no sigue la tradición y excesivamente permisiva con los adeptos, aunque sean violentos y amedranten a los demás, no sería posible sin las leyes confeccionadas por los cleptócratas y sin la connivencia de una judicatura poco severa con la violencia de género, con los ataques a la libertad de las personas que no piensan como ellos, pero extremadamente austeros con los artistas o tuiteros que ponen en evidencia el sistema.

Durante la celebración de la JMJ en Agosto de 2011, celebramos una manifestación laica. Muchos sufrimos el tapón realizado en Sol por los cachorros católicos, cuya concentración ni estaba autorizada, ni solicitada a delegación del gobierno. Muchos estuvimos asustados ante la idea de quedar atrapados y resultar heridos o muertos en una estampida. Y asistimos incrédulos a la actuación de las fuerzas ¿del orden? que miraban de forma pasiva el tapón las JMJ y sin embargo, ante nuestras protestas, acabó cargando contra la manifestación legal. Y eso que aún no desgobernaban los herederos del golpe del 36 y los que actúan con la misma mezquindad y represión que el general eunuco fascista.

Indecente es que, quién se dedica a sembrar odio, tiene patente de corso para amedrentar, se le conceden espacios y terrenos públicos para adoctrinar y mano ancha a la hora de actuar, exija libertad de expresión e intente convencernos de que lo que ellos llaman el lobby gay, nos está intimidando. Porque es de un hijoputismo tan indecente que está claro que su objetivo es propagar animadversión. Y que les odiemos para tener la excusa perfecta para actuar como lo hacían en el 35.

España está contaminada de amebas y parásitos y lo peor es que la sociedad no conoce el diagnóstico. Lo peor es que nos creemos libres y en democracia.

«Iam tempus est agi res» que decía Virgilio en la Eneida.

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Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.

2 COMENTARIOS

  1. Es por lo que tan perfectamente argumentas, Jesus, por lo que no me canso de repetir algo que le leí una vez a Javier Valenzuela: «Aún no nos hemos enterado de que con exquisitas normas de tenis inglés es inútil entenderse con quienes juegan al rugby más rudo y tramposo».
    Las buenas formas vestidas de transversalidad terminan usando el lenguaje que poco a poco lo ha ido disfrazando todo. Al punto tal, que hemos «normalizado» todo aquello que no tiene absolutamente nada de normal.
    Es hora -y estamos llegando tarde- de llamar a cada cosa por su nombre. Y de mandar directamente al gremio de los eufemistas directamente a la mierda. Que ya está bien de buenas maneras y paños calientes con quienes nos lo están quitando todo.
    Como siempre, acertado articulo. Saludos.

  2. Siempre me ha llamado la atención que la hipocresía llegue hasta tal punto que prefieran a un ladrón con traje de seda y maneras «finas» que a un honrado que «suelta las cosas» a la cara.
    Esa educación católica nos ha hecho mucho mal.
    Y ahora que controlan todo, el ejecutivo, el legislativo, el judicial y la prensa, se han lanzado de nuevo al lugar en el que se sienten cómodos: el hijoputismo más absoluto. Les gusta q nadie les lleve la contraria y que la gente lama sus zapatos.
    Es tiempo de cambiar ya.

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